miércoles, 28 de enero de 2015

ABANDONARSE, CONFIAR, ESPERAR (PEGUY)


Un ejercicio interior grande es trabajar en la esperanza, es decir, crecer en la esperanza. Dios abre caminos, Dios cumple sus promesas. Sólo cabe abandonarse confiadamente en Él.

"Despiertos o dormidos vivamos con él", decía san Pablo en 1Ts. Dormir tranquila y confiadamente en Dios es un gran signo de abandono en Él, en vez de volver una y otra vez sobre nosotros mismos y nuestra conciencia, o la meticulosidad de prácticas religiosas -rezar, rezar y rezar, formularios, oraciones escritas, estampitas y novenas, etc-.

Más vale un acto de abandono, de paz en Dios, de esperanza serena.

Así escribía Péguy sobre la noche y, sobre todo, sobre el abandono esperanzado en Dios:

“Yo sé llevarle. Es mi oficio. Y esa libertad es mi creación.

Se le puede pedir mucho corazón, mucha caridad, mucho sacrificio.

Tiene mucha fe y mucha caridad.

Pero lo que no se le puede pedir, vaya por Dios, es un poco de esperanza.

Un poco de confianza, vaya, un poco de relajación,

Un poco de entrega, un poco de abandono en mis manos,

Un poco de renuncia. Está tenso todo el tiempo.

Ahora bien, tú, hija mía, la noche, lo consigues a veces, lo obtienes a veces.

Del hombre rebelde.

Que ese señor consienta, que se dé un poco a mí.

Que relaje un poco sus pobres miembros cansados sobre una tumbona.

Que relaje un poco sobre una tumbona su corazón dolorido.

Que su cabeza, sobre todo, deje de funcionar. Su cabeza funciona demasiado. Y él cree que eso es trabajo, que su cabeza funciona así.

Y sus pensamientos, total, ¡para lo que él llama sus pensamientos!

Que sus ideas no funcionen más y no se peleen más en su cabeza y no tintineen más como pepitas de calabaza.

Como un cascabel en una calabaza vacía.

Cuando pienso a qué llama sus ideas…

Pobre ser. No me gusta, dice Dios, el hombre que no duerme.

El que se quema en su cama de inquietud y de fiebre.

Soy partidario, dice Dios, de que cada noche se haga un examen de conciencia.

Es un buen ejercicio.

Pero bueno, no hay que torturarse hasta el punto de perder el sueño.

A esa hora, la jornada ya está hecha, y bien hecha; no hay que volver a hacerla.

No hay que volver sobre ella.

Esos pecados que tanto pesar te producen, hijo mío, pues mira, era bien sencillo.

Amigo mío, no haberlos cometido.

Cuando todavía podías no cometerlos.

Ahora ya está hecho, venga, duerme, mañana no lo volverás a hacer.

Pero el que por la noche al acostarse hace planes para el día siguiente

No me gusta, dice Dios.

El muy tonto, sabe acaso cómo se hará el día de mañana.

Conoce al menos el color del tiempo.

Mejor haría en rezar sus oraciones. Yo nunca he negado el pan del día siguiente.

El que está en mi mano como el bastón en la mano del viajero,

Ese sí me es agradable, dice Dios.

El que se apoya en mi brazo como un bebé que se ríe,

Y que no se ocupa de nada,

Y que ve el mundo en los ojos de su madre, y de su ama,

Y que no lo ve y no lo mira más que allí,

Ese me es agradable, dice Dios.

Pero el que hace cálculos, el que en su interior, en su cabeza para mañana

Trabaja como un mercenario.

Trabaja horriblemente como un esclavo que gira una rueda eterna.

(Y, entre nosotros, como un imbécil).

Pues bien, ése no me es agradable en absoluto, dice Dios.

El que se abandona, me gusta. El que no se abandona, no me gusta, es así de sencillo”

(Péguy, El misterio de los santos inocentes, Encuentro Ediciones, Madrid 1993, 15-17).

Javier Sánchez Martínez

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