Aunque vivimos en plena postmodernidad,
todavía arrastramos la traumática relación con la modernidad y el modernismo.
Seguimos padeciendo sus consecuencias, muchas de las cuales hemos terminado por
aceptar como males menores. Todavía resuenan voces internas reclamando que
“Iglesia es posible” mientras nos ofrecen su iglesia personal como la solución
ideal. Hemos aceptado que la Liturgia
se convierta en un espacio creativo de tipo socio-cultural donde la sacralidad
desaparece frente a la funcionalidad. Sin haber resuelto los problemas
de la modernidad, nos hemos metido a fondo en la postmodernidad. La modernidad
nos ofrecía soluciones basadas en estructuras alternativas adaptadas al mundo.
La postmodernidad desecha las estructuras como obsoletas, promoviendo la
diversidad relativista como la solución.
En la postmodernidad se abandonan los grandes discursos que defendían que la verdad es una, aunque diferente a la verdad tradicional. Ahora se defiende y acepta que existen múltiples verdades, referidas a contextos más pequeños, dependientes de cada persona. Se ponen en juego microteorías, micropolíticas, micro-ortodoxias y micro-ortopraxis, basadas en acuerdos relativos a contextos particulares, limitados y desgraciadamente, excluyentes. Estos acuerdos son coyunturales, pasajeros y rescindibles, ya que se acepta que todo está en cambio constante. Es decir, ya no hay una verdad que debemos descubrir si pensamos correctamente. No es posible descubrirla ni transmitirla tal, como se había venido defendiendo, sino verdades locales, relativas y provisionales. La unidad en la diversidad es un reto completamente postmoderno, ya que parte de la imposibilidad de una unidad completa, que nos sirva de cimientos para trabajar y construir unidos.
En la postmodernidad se abandonan los grandes discursos que defendían que la verdad es una, aunque diferente a la verdad tradicional. Ahora se defiende y acepta que existen múltiples verdades, referidas a contextos más pequeños, dependientes de cada persona. Se ponen en juego microteorías, micropolíticas, micro-ortodoxias y micro-ortopraxis, basadas en acuerdos relativos a contextos particulares, limitados y desgraciadamente, excluyentes. Estos acuerdos son coyunturales, pasajeros y rescindibles, ya que se acepta que todo está en cambio constante. Es decir, ya no hay una verdad que debemos descubrir si pensamos correctamente. No es posible descubrirla ni transmitirla tal, como se había venido defendiendo, sino verdades locales, relativas y provisionales. La unidad en la diversidad es un reto completamente postmoderno, ya que parte de la imposibilidad de una unidad completa, que nos sirva de cimientos para trabajar y construir unidos.
La Iglesia va andando, casi sin
darse cuenta, hacia una atomización de grupos, tendencias, entendimientos y
formas de vida cristiana. Esta tendencia podemos verla en la diversidad de
Liturgias que conviven y que a veces hacen imposible cambiar de parroquia sin
sentirse fuera de lugar en misa. Ya
casi nadie se hace eco de los abusos litúrgicos que presencia, ya que sabemos
que denunciarlos es tan inútil como contraproducente. Tomen por ejemplo
la forma de distribuir la comunión que se utilizó en la multitudinaria misa del
Papa en Filipinas y el atento cuidado por lo sagrado, que se sigue dentro de
las Liturgias Tradicionales. ¿Tienen algo que ver?
Las sensibilidades se van
diferenciando y exigiendo espacios donde desarrollarse con libertad. Los carismas se guardan para el interior del
grupo en vez de compartirlos para enriquecer la comunidad. Nadie duda
que una comunidad mono-carismática mono-sensibilidad, es más sencilla de
gestionar que una comunidad que recoja decenas de ellos.
Las postmodernidad lucha contra
las tendencias modernistas previas, dando lugar a situaciones incoherentes y
sorprendentes. Pongo el ejemplo el flashmob de los obispos en la JMJ de Rio de
Janeiro o los videos de religiosas bailando y cantando sin ninguna referencia
evangelizadora. Nos parecen curiosos y el discernimiento no llega más allá de
preguntarnos ¿Y por qué no? Todo vale mientras las apariencias sean aceptables.
Ahora estamos pensando en todas
las posibilidades que nos da adaptar la praxis a las circunstancias, sin
cambiar la doctrina para que los más ortodoxos no se sientan atacados en su
sensibilidad eclesial. Para que tanta
diversidad, falta de entendimiento no den lugar a una conciencia de separación,
nos hemos inventado el ecumenismo de fotografía. Estamos juntos para la
foto, pero después cada cual vuelve a su “realidad” eclesial, a vivir dentro su
espacio, formas y sentido particular.
En esta situación claramente
postmoderna, el siguiente pensamiento agustiniano deja de tener sentido:
Bien, tú puedes, yo
no. Guardemos lo que uno y otro hemos recibido; inflamémonos en la caridad,
amémonos unos a otros, y de esta forma yo amo tu fortaleza y tú soportas mi
debilidad (SanAgustin, Sermón 101,7).
La
postmodernidad nos ofrece la posibilidad de hacer monocultivo de las fortalezas
y olvidarnos las debilidades que todos llevamos encima. Cada grupo deja de lado
las debilidades como algo secundario y así no tener que buscar ayuda en otros
carismas y sensibilidades. En el mejor caso y si nos obligan a dar cuenta de
las debilidades, tentamos a Dios indicando que “aquello
que no podemos” ya lo dará Dios cuando lo desee. Si no lo da, es que no
es fundamental. Como buenos
postmodernos, apostamos por el pelagianismo para lo que nos conviene y por el
quietismo, para lo que no nos interesa aceptar.
Les pongo otro ejemplo. Es muy fácil omitir un discernimiento incómodo diciendo que “no juzgamos”, dejando el discernimiento a Dios mientras que nosotros nos apartamos del tema. Pero si el tema nos molesta en nuestra sensibilidad eclesial, no dudamos en calificar a las otras personas, enumerando un listado de errores o comparando despectivamente esa sensibilidad que no se ajusta a la nuestra.
Esta es la postmodernidad que nos toca vivir. Una postmodernidad que nos descentra, nos hace alejarnos unos de otros en lo sustancial, aunque en las fotos todos sonriamos juntitos. Ecumenismo de foto, que vende mucho en los medios y sale en las portadas de las revistas. Para respaldar la postmodernidad, nada mejor que una frase apócrifa atribuida a San Agustín: "En lo esencial, unidad; en lo no esencial, libertad; en todas las cosas, caridad".
Les pongo otro ejemplo. Es muy fácil omitir un discernimiento incómodo diciendo que “no juzgamos”, dejando el discernimiento a Dios mientras que nosotros nos apartamos del tema. Pero si el tema nos molesta en nuestra sensibilidad eclesial, no dudamos en calificar a las otras personas, enumerando un listado de errores o comparando despectivamente esa sensibilidad que no se ajusta a la nuestra.
Esta es la postmodernidad que nos toca vivir. Una postmodernidad que nos descentra, nos hace alejarnos unos de otros en lo sustancial, aunque en las fotos todos sonriamos juntitos. Ecumenismo de foto, que vende mucho en los medios y sale en las portadas de las revistas. Para respaldar la postmodernidad, nada mejor que una frase apócrifa atribuida a San Agustín: "En lo esencial, unidad; en lo no esencial, libertad; en todas las cosas, caridad".
Néstor Mora Núñez
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