Es curioso, que cuando un alma coge en firme…, el camino del amor al
Señor se impacienta, se, vuelve impaciente como, lo es toda la juventud que
cree que se le pasa el tiempo y desea con vehemencia adelantarlo todo. Pero hay
una impaciencia espiritual y otra material. El niño tienen siempre ganas de
llegar a ser mayor, como el adolescente de su hermano mayor, y este a su vez ya
quiere tener terminada su carrera, para empezar a comerse el mundo, no sea que
cuando él llegue ya no le quede nada, si no es que se trate de un indolente,
que para desgracias de sus padres los hay. Y en la vida espiritual de un alma,
también sucede lo mismo. Cuando comienza el alma joven en su desarrollo es
impaciente y desear avanzar como sea y consecuentemente le entra un constante
deseo, de saber si está avanzando y sobre todo, saber dónde se encuentra,
espiritualmente hablando.
Esto me recuerda la maravillosa obra que escribió José Maria Pemán,
titulada “El divino impaciente”. Se
trata de San Francisco Javier, que va a embarcarse en Lisboa con destino a la
India portuguesa. Su superior, que es su compañero de universidad en París. San
Ignacio de Loyola, le da los últimos consejos y le dice:
A grandes hazañas vas Javier
Y no hay peligro más cierto, de que ese, de que arrebatado por el afán del suceso, se te derrame por fuera. lo que debes de llevar dentro
A grandes hazañas vas Javier
Y no hay peligro más cierto, de que ese, de que arrebatado por el afán del suceso, se te derrame por fuera. lo que debes de llevar dentro
Y en ese afán de impaciencia, se busca en libros espirituales, algo que
le oriente a uno, para saber dónde espiritualmente se encuentra, pero es muy
poco lo que encuentra. Uno sabe, que habitualmente, está, en gracia de Dios y
sabe también que ciertamente si persevera, se salvará. Pero exactamente le
gustaría a uno, saber dónde se encuentra. Qué tamaño tendrá nuestra gloria. Es
entonces, cuando nace el deseo de saber dónde nos encontramos, deseo este que
siempre se le crea, al que se esfuerza en amar al Señor. Pero más tarde, bastantes
años más tarde, porque en la vida espiritual todo es muy lento, pero en la
medida en que un alma…, cuando se va profundizando en su relación con el Señor,
va transformándose esta en una forma tal, que cuando mira, hacia atrás queda
sorprendido de su cambio. Puede ser que este se note al exterior, en las
personas con las que tienen relación, pero lo que estas personas perciben, no
es ni siquiera un 5% de lo que uno mismo siente.
Pero hasta llegar a ese momento, la persona siente esa necesidad, que realmente
no es una necesidad de nuestra alma, en sentido espiritual, sino que es más
propia de la curiosidad que tanto los animales como nosotros siempre tenemos,
porque el conocimiento de donde nos encontramos nos da seguridad, una seguridad
que desde luego es de carácter material. Ello es también, el fruto del ansia de
seguridad material que todos tenemos dentro de sí. Somos desconfiados por
naturaleza, y lo que es peor, lo somos hasta con el Señor; queremos saber dónde
nos encontramos, porque en cierto modo, se nos ve el plumero de nuestra falta
de fe, y sobre todo, de una acusada falta de confianza en el Señor.
Nuestra vida espiritual en estado puro, no nos demanda esta cuestión,
entre otras razones porque la especulación sobre este tema, implica en sí, una
falta de confianza en el Señor.
Pero en esta materia de la vida espiritual, el Señor no está por la
labor, y no nos da señales, ni nos dice nada. Uno lee y busca opiniones de
maestros espirituales y santos, para averiguar donde se encuentra uno, espiritualmente
hablando, y nadie le concreta nada.
Así por ejemplo te dicen: “La vida sobrenatural crece en nosotros
misteriosamente y en silencio, pero imprime a la existencia de la persona en su
conjunto, una dinámica de progresiva madurez humana y cristiana. Hay una
correlación directa entre la expansión interior de esa vida y el desarrollo
espiritual del creyente en su condición temporal. Es una semilla que toma
cuerpo mediante el impulso de la gracia divina y con la acción virtuosa y
constante de la persona.” Dice el Evangelios: “La tierra da el
fruto por si misma: primero hierba, luego espiga, y después trigo abundante” (Mc 4,28).
Pero, si no apreciamos un progreso espiritual en la vida devota, tal
como quisiéramos, no nos turbemos, pues como nos dice San Francisco de Sales: “El labrador no será nunca reconvenido por no lograr pingüe cosecha, pero
sí de no haber labrado y sembrado bien sus tierras”. Sí…, todo esto está muy bien y es muy edificante, pero yo me sigo
preguntando: ¿Dónde estoy yo? ¿Me falta mucho para llegar? El maestro Lafrance,
escribe a este respecto: “Cuanto más se avanza en la
vida espiritual más se da uno cuenta de que se tienen muy pocos puntos de
referencia. Ciertamente están los mandamientos de Dios y de la Iglesia; sabemos
bien lo que hay que hacer y evitar. Pero sobre el detalle de nuestra vida,
cotidianamente, minuto a minuto, en el fondo sabemos muy poco. Ahí es donde
debemos dejarnos guiar, fieles a las mociones del Espíritu Santo”.
Hay señales evidentes que podemos considerar, como es el hecho de haber
prosperado en la oración e indudablemente; progresar en la oración es progresar
en la vida espiritual, y progresar en nivel espiritual, es caminar más cerca
del Señor. Pero esta es una señal muy vaga, porque cuanto más avanzas en la
oración, menor es tu sentimiento de que progresas, más aún, algunos días te
perece que retrocedes…. No hay vida de oración, que no sufra la experiencia
dolorosa del largo túnel y de la interminable noche oscura de la que nos habla
San Juan de la Cruz y que con más o menos intensidad, el alma que busca el amor
del Señor, para entregarse a Él, ha de pasarla inexorablemente. Se puede
considerar otra señal, cual es la de pensar que hemos comenzado a conocer a
Dios, pero ella como algunas otras es imprecisa.
La señal de que has empezado a conocer a Dios, no se encuentra en las
hermosas ideas que tienes sobre Él y mucho menos en el gozo que te procura la
oración, sino en el ardiente deseo de conocerle más, tal como nos dice el
maestro. Entre otras muchas señales todas ella imprecisas, se puede señalar el
hecho de que cuando un alma avanza en el desarrollo de su vida espiritual,
mentalmente, las piezas de ese rompecabezas, que todo ser humano tiene en su
cabeza, acerca de Dios y de su conocimiento, se le empiezan a encajar de una
forma sorprendente. Uno encuentra explicación lógica a muchas cuestiones que
durante años se ha estado preguntando y nadie le ha sabido responder. Al menos
esto es una experiencia propia, que personalmente me ha hecho meditar, pero
tampoco esto, quiere decir nada concreto.
Quizás sea y esto no podemos olvidarlo, de que, no estamos trabajando en
una ciencia exacta en la que dos y dos son siempre cuatro. Nuestro trabajo
consiste en amar, amar y sobre todo amar y que yo sepa no existe ningún
instrumento que se capaz de mediar la intensidad y la cuantía del amor que
somos capaces de entregarle al Señor. Solo hay una cosa cierta y es que Dios no
quiere que nadie sepa donde uno se encuentra, y no quiere por nuestro propio
bien, ya que el conocimiento de esta circunstancia es indudable que merma
nuestra humildad y aumenta nuestra soberbia. Por ello, ante todo fomentemos
nuestra humildad que bien falta que nos hace, al menos desde luego, al que está
escribiendo esto. San Pedro de Alcántara, en relación a este tema escribía
diciendo: “Para la presunción, de que uno está cerca del
Señor, el remedio es considerar que no hay más claro indicio de estar el hombre
muy lejos, que creer que está muy cerca, porque en este camino los que van
descubriendo más tierra, ésos se dan mayor prisa por ver lo mucho que les
falta; y por eso nunca hacen caso de lo que tienen en comparación de lo que
desean”.
Hay algo también muy cierto, que siempre debemos de considerar. Quienes
piensan que han llegado, han errado el camino. Quienes creen haber alcanzado su
meta la han extraviado. Quienes piensan que son santos son demonios. Y tengamos
siempre presente que una parte importante de la vida espiritual está hecha, de
ansia, espera, esperanza y expectación. El amor a la voluntad de Dios, es una
señal evidente de progreso espiritual, y ella nos lleva a considerar que si la
voluntad de Dios es que prosperemos en la oscuridad, hemos de aceparla y
amarla.
Hemos de caminar a oscuras, de la misma forma que la fe es también
oscuridad para los ojos de nuestra cara, pero no para los de nuestra alma,
caminemos en oscuridad que el Señor sus razones tendrá y sabe mejor que
nosotros lo que más nos conviene. Y si nos nace alguna duda, no olvidemos que
si amamos al Señor, nuestra confianza en Él ha de ser ciega. Porque si la
confianza en Él nos falla, evidentemente no nos hemos entregado a Él en
plenitud y si esto es así, es porque no le amamos lo suficiente. No hay que
correr a la santidad más rápido de lo que Dios quiere que corramos. Él conoce
nuestra flaqueza y fragilidad, nunca nos colocará en una prueba de fe demasiada
difícil.
No nos impacientemos por creer que vamos despacio, Él sabe muy bien cuál ha de ser nuestro ritmo de crecimiento, y también los hay que en el ardor de su amor, desean cuanto ante morir para llegar a estar con su amado. En todo caso hay que estar seguros, de que nunca nos sacará de este mundo, antes de haber dado de sí, espiritualmente hablando, todo lo que podamos llegar a dar. El desea más que nosotros la mayor gloria posible para cada una de sus almas.
No nos impacientemos por creer que vamos despacio, Él sabe muy bien cuál ha de ser nuestro ritmo de crecimiento, y también los hay que en el ardor de su amor, desean cuanto ante morir para llegar a estar con su amado. En todo caso hay que estar seguros, de que nunca nos sacará de este mundo, antes de haber dado de sí, espiritualmente hablando, todo lo que podamos llegar a dar. El desea más que nosotros la mayor gloria posible para cada una de sus almas.
En orden a las razones que el Señor pueda tener, para que caminemos en
esa oscuridad que antes hemos enunciado. Antes hemos aludido, algunas de estas
razones que Él pueda tener, para mantenernos en esa ignorancia, de hasta donde
hemos llegado en nuestro amor hacia Él. A tal efecto, conviene que nos fijemos
en las consecuencias negativas que este conocimiento de nuestra situación
espiritual, podría tener en nuestra alma. Primeramente como no existe ninguna
escala, que nos permitiese determinar dónde nos encontramos, tendríamos que
acudir a un elemento comparativo con los demás. Lo cual sería totalmente
negativo para nosotros, pues nos fomentaría un determinado orgullo espiritual,
al vernos superiores espiritualmente a otros y por otro lado si no somos
capaces de calibrar nos a nosotros mismos, menos capacitados estamos aún para
calibrar a los demás.
Santo Tomás de Aquino, define a la soberbia, como: “El apetito
desordenado de nuestra propia excelencia”. También
escribía sobre la soberbia diciéndonos que: Si bien todos los vicos nos alejan
de Dios, solo la soberbia es la que se opone a Él; Y a ello se debe la
resistencia que Dios ofrece a los soberbios. Y sin embargo, hay quienes estiman
que la soberbia es grandeza del hombre a los cual San Agustín manifestaba: “No es grandeza la soberbia, sino hinchazón”
Soberbia es creerse uno que es alguien y que representa algo. Soberbia
en el hombre es, lo que en el lenguaje vulgar se expresa y se dice de aquel que
se viste con plumas ajenas. En el caso de la soberbia espiritual, el soberbio
se viste con plumas que le corresponden a Dios. Es un menosprecio a Dios
apropiándose uno, de lo que es, solo de Dios y a Dios le pertenece.
En definitiva, el soberbio espiritual lo que hace es negar a Dios. San
Alfonso María Ligorio decía: “El hombre espiritual dominado
por la soberbia es un ladrón, porque roba, no bienes terrenos, sino la gloria
de Dios. Por esto, San Francisco de Asís solía pedir: Señor, si me concedéis
cualquier bien, guardádmelo vos, no sea que yo os lo robe”.
Y si existe algo que el Señor absolutamente deteste es el orgullo
espiritual, pues ese vicio nacido como todo vicio de la soberbia, tiene además
añadido el delito de robarle a Dios lo que es suyo.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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