Lous Tseng Tsiang murió como abad
en Bélgica.
"La fuerza de Europa no se encuentra ni en su
armamento ni en su ciencia, se halla en su religión. Observa la fe
cristiana. Cuando hayas captado su corazón y su ímpetu, tómalos y llévalos a
China".
Quien decía estas palabras a principios del siglo XX era Xu Jingcheng, embajador de China ante la corte de los zares, y quien las escuchaba era un joven diplomático, Lou Tseng Tsiang (1871-1949), quien estaba en Rusia desde 1892 en diferentes tareas al servicio de su país y pasaría allí catorce años.
Lou tenía a Xu como su mentor y convirtió esas palabras en norma de vida, y en cierto modo la sintetizan, centrada siempre en Cristo pero a caballo entre China y su destino vital, tan ligado a Europa.
EL AMOR Y EL EJEMPLO DE UNA JOVEN BELGA
Lou Tseng Tsiang había nacido en Shanghai en una acomodada familia protestante. Su padre, activista de la London Missionery Society, le educó en el amor a la Biblia y le dio una rica formación en idiomas, preparándole para su carrera posterior.
Pero justo en los inicios de su profesión, en 1899, conoció en San Petersburgo a una joven hija de una familia de militares belgas. Lou se enamoró de Berthe Bovy, y como ella era católica, se casaron una vez resuelto el impedimento de disparidad de culto. El mismo sacerdote que ofició la ceremonia, el padre Antonin Veile-Lagrange, O.P., le recibiría en la Iglesia, bautizándole sub conditione.
Pero eso no sería hasta el 25 de octubre de 1911, cuando la evolución de sus propias convicciones personales y el amor a su esposa por su continuo ejemplo le llevaron a dar ese paso. "Prometí que nuestros hijos serían católicos, pero como no tenemos hijos ¿qué te parecería si me hiciera católico?", le planteó un día a Berthe. A quien hizo feliz, a pesar de que siempre se había mostrado discreta con él: "Mi esposa nunca me había planteado la cuestión religiosa, contentándose con ser lo que era: una verdadera cristiana. Aquella discreción me animaba aún más a desear unirme a ella en la Iglesia católica, donde me habría negado a entrar si ella me hubiera incitado a ello". Así lo cuenta en los libros Recuerdos y pensamientos (1945) y El encuentro de las Humanidades y el descubrimiento del Evangelio de 1949).
"NO" CATEGÓRICO AL TRATADO DE VERSALLES
Para entonces estaba en la cima de su carrera. Entre ese año y 1926, Lou fue varias veces primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores, y encabezó la delegación de China en el Tratado de Versalles de 1919. Allí se consagró como un político correoso en defensa de su patria, pues se negó a suscribir el Tratado porque concedía a Japón la soberanía sobre un territorio que China reclamaba. Fue el único país participante que no fue signatario de los acuerdos.
Tseng Tsiang estaba dejando una huella importante en la historia política de su país, e incluso en algún momento dejó los cargos que tenía para ocuparse de las víctimas del hambre, pero había algo que le preocupaba más que todo ello: el delicado estado de salud de Berthe. En 1922 se trasladaron a Suiza para buscar su recuperación, y durante ese tiempo peregrinaron a Roma y Lou fue recibido por el Papa Pío XI.
POSTULANTE, SACERDOTE, ABAD
Algo barruntaba ya entonces sobre cuál sería su futuro en caso de fallecimiento de Mme. Bovy. Y cuando eso sucedió en 1926, Lou entró como postulante en la abadía benedictina de Saint André-les-Bruges, en Bélgica, donde adoptó el nombre de fray Pedro Celestino. Tenía 56 años. En 1935 fue ordenado sacerdote, y en 1946 el Papa Pío XII le nombró abad titular de la abadía de San Pedro en Gante. Murió el 15 de enero de 1949, tras una vida extraordinariamente rica en experiencias, pero sobre todo rectilínea en el seguimiento de la voluntad de Dios tal como se le iba revelando.
FILOSOFÍA QUE CONDUCE A DIOS
En sus escritos, Lou Tseng Tsiang explica el valor de la filosofía natural tradicional china al modo en que los Padres de la Iglesia valoraron la filosofía natural griega, como buena preparatoria para la fe: "Soy confucianista en el sentido de que esta filosofía moral, en la que fui educado, penetra profundamente en la naturaleza del hombre y traza claramente su línea de conducta ante el Creador, ante los padres y ante el prójimo, tanto las personas como la sociedad. El confucianismo, cuyas normas de vida moral son tan profundas y tan benéficas, encuentra en la revelación cristiana y en la existencia y en la vida de la Iglesia católica la justificación más impresionante de todo cuando posee de humano y de inmortal".
"El Logos de los griegos", escribe en otra ocasión abundando en esta idea, "se corresponde sin duda con el Tao de los chinos. En el principio era el Tao, y el Tao estaba con Dios, y el Tao era Dios. Jesucristo es el Taos hecho carne, que viene a revelarnos la vida de Dios y a desvelar su corazón humano y la piedad filial que muestra hacia su Padre".
EL "LATÍN" DE LOS CHINOS
Como benedictino, sentía un gran aprecio por la liturgia como expresión del misterio de la relación entre el hombre y Dios. Como medio de aumentar las conversiones mediante los sacramentos, quería que la Iglesia autorizase en China la misa en chino, pero no porque fuese partidario de la liturgia en lengua vernácula, sino por razones culturales. De hecho, no pretendía una traducción al chino corriente, sino a las antiguas formas del chino literario ("por su profunda belleza, por su vigor y elegancia"), esto es, un equivalente del latín en Occidente: "Mientras la liturgia católica no adopte la lengua literaria china (la cual, quiero subrayar, se armoniza de manera admirable con el canto gregoriano), el culto que la Iglesia rinde a Dios, el sacrificio de la misa, el oficio divino, la liturgia de los sacramentos, la admirable liturgia católica de los funerales serán, para la raza amarilla, un libro totalmente cerrado".
El deseo incumplido de Lou fue volver a su país y participar, aunque ya septuagenario, en el renacimiento de la vida monástica católica en China (que pronto frustraría, mediante la persecución, la revolución comunista). En el claustro belga, evocando las ricas experiencias de su vida y el amor de su esposa que le había llevado a la fe, Tseng Tsiang escribió sus obras recapitulatorias, una de las cuales acaba concretando el gran objetivo de su vida de experimentado diplomático: "Que Dios sea honrado y glorificado por todas las naciones de la tierra".
Quien decía estas palabras a principios del siglo XX era Xu Jingcheng, embajador de China ante la corte de los zares, y quien las escuchaba era un joven diplomático, Lou Tseng Tsiang (1871-1949), quien estaba en Rusia desde 1892 en diferentes tareas al servicio de su país y pasaría allí catorce años.
Lou tenía a Xu como su mentor y convirtió esas palabras en norma de vida, y en cierto modo la sintetizan, centrada siempre en Cristo pero a caballo entre China y su destino vital, tan ligado a Europa.
EL AMOR Y EL EJEMPLO DE UNA JOVEN BELGA
Lou Tseng Tsiang había nacido en Shanghai en una acomodada familia protestante. Su padre, activista de la London Missionery Society, le educó en el amor a la Biblia y le dio una rica formación en idiomas, preparándole para su carrera posterior.
Pero justo en los inicios de su profesión, en 1899, conoció en San Petersburgo a una joven hija de una familia de militares belgas. Lou se enamoró de Berthe Bovy, y como ella era católica, se casaron una vez resuelto el impedimento de disparidad de culto. El mismo sacerdote que ofició la ceremonia, el padre Antonin Veile-Lagrange, O.P., le recibiría en la Iglesia, bautizándole sub conditione.
Pero eso no sería hasta el 25 de octubre de 1911, cuando la evolución de sus propias convicciones personales y el amor a su esposa por su continuo ejemplo le llevaron a dar ese paso. "Prometí que nuestros hijos serían católicos, pero como no tenemos hijos ¿qué te parecería si me hiciera católico?", le planteó un día a Berthe. A quien hizo feliz, a pesar de que siempre se había mostrado discreta con él: "Mi esposa nunca me había planteado la cuestión religiosa, contentándose con ser lo que era: una verdadera cristiana. Aquella discreción me animaba aún más a desear unirme a ella en la Iglesia católica, donde me habría negado a entrar si ella me hubiera incitado a ello". Así lo cuenta en los libros Recuerdos y pensamientos (1945) y El encuentro de las Humanidades y el descubrimiento del Evangelio de 1949).
"NO" CATEGÓRICO AL TRATADO DE VERSALLES
Para entonces estaba en la cima de su carrera. Entre ese año y 1926, Lou fue varias veces primer ministro y ministro de Asuntos Exteriores, y encabezó la delegación de China en el Tratado de Versalles de 1919. Allí se consagró como un político correoso en defensa de su patria, pues se negó a suscribir el Tratado porque concedía a Japón la soberanía sobre un territorio que China reclamaba. Fue el único país participante que no fue signatario de los acuerdos.
Tseng Tsiang estaba dejando una huella importante en la historia política de su país, e incluso en algún momento dejó los cargos que tenía para ocuparse de las víctimas del hambre, pero había algo que le preocupaba más que todo ello: el delicado estado de salud de Berthe. En 1922 se trasladaron a Suiza para buscar su recuperación, y durante ese tiempo peregrinaron a Roma y Lou fue recibido por el Papa Pío XI.
POSTULANTE, SACERDOTE, ABAD
Algo barruntaba ya entonces sobre cuál sería su futuro en caso de fallecimiento de Mme. Bovy. Y cuando eso sucedió en 1926, Lou entró como postulante en la abadía benedictina de Saint André-les-Bruges, en Bélgica, donde adoptó el nombre de fray Pedro Celestino. Tenía 56 años. En 1935 fue ordenado sacerdote, y en 1946 el Papa Pío XII le nombró abad titular de la abadía de San Pedro en Gante. Murió el 15 de enero de 1949, tras una vida extraordinariamente rica en experiencias, pero sobre todo rectilínea en el seguimiento de la voluntad de Dios tal como se le iba revelando.
FILOSOFÍA QUE CONDUCE A DIOS
En sus escritos, Lou Tseng Tsiang explica el valor de la filosofía natural tradicional china al modo en que los Padres de la Iglesia valoraron la filosofía natural griega, como buena preparatoria para la fe: "Soy confucianista en el sentido de que esta filosofía moral, en la que fui educado, penetra profundamente en la naturaleza del hombre y traza claramente su línea de conducta ante el Creador, ante los padres y ante el prójimo, tanto las personas como la sociedad. El confucianismo, cuyas normas de vida moral son tan profundas y tan benéficas, encuentra en la revelación cristiana y en la existencia y en la vida de la Iglesia católica la justificación más impresionante de todo cuando posee de humano y de inmortal".
"El Logos de los griegos", escribe en otra ocasión abundando en esta idea, "se corresponde sin duda con el Tao de los chinos. En el principio era el Tao, y el Tao estaba con Dios, y el Tao era Dios. Jesucristo es el Taos hecho carne, que viene a revelarnos la vida de Dios y a desvelar su corazón humano y la piedad filial que muestra hacia su Padre".
EL "LATÍN" DE LOS CHINOS
Como benedictino, sentía un gran aprecio por la liturgia como expresión del misterio de la relación entre el hombre y Dios. Como medio de aumentar las conversiones mediante los sacramentos, quería que la Iglesia autorizase en China la misa en chino, pero no porque fuese partidario de la liturgia en lengua vernácula, sino por razones culturales. De hecho, no pretendía una traducción al chino corriente, sino a las antiguas formas del chino literario ("por su profunda belleza, por su vigor y elegancia"), esto es, un equivalente del latín en Occidente: "Mientras la liturgia católica no adopte la lengua literaria china (la cual, quiero subrayar, se armoniza de manera admirable con el canto gregoriano), el culto que la Iglesia rinde a Dios, el sacrificio de la misa, el oficio divino, la liturgia de los sacramentos, la admirable liturgia católica de los funerales serán, para la raza amarilla, un libro totalmente cerrado".
El deseo incumplido de Lou fue volver a su país y participar, aunque ya septuagenario, en el renacimiento de la vida monástica católica en China (que pronto frustraría, mediante la persecución, la revolución comunista). En el claustro belga, evocando las ricas experiencias de su vida y el amor de su esposa que le había llevado a la fe, Tseng Tsiang escribió sus obras recapitulatorias, una de las cuales acaba concretando el gran objetivo de su vida de experimentado diplomático: "Que Dios sea honrado y glorificado por todas las naciones de la tierra".
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