Una vez escuché la historia de un ministro que salió un día a caminar por
una hilera de casas muy suntuosas de estilo victoriano.
Mientras paseaba por allí divisó un muchachito saltando en el portal de una
de ellas, bella y antigua.
Estaba tratando de alcanzar el timbre que se hallaba en un lugar alto al
lado de la puerta, pero era muy pequeño para llegar.
Sintiendo pena por el muchacho, el ministro se llegó hasta allí, entró en
el portal y tocó el timbre con fuerza por él.
Entonces sonrió y le dijo: «¿Y ahora qué, jovencito?»
«Ahora», exclamó el muchacho, «¡a correr como locos!»
El hombre juzgó mal los motivos del muchacho en la historia, pero Dios no
comete errores en cuanto a nuestros motivos. Cuando estos no son buenos,
nuestras oraciones carecen de poder.
Santiago 4.3 dice: «Pedís y no recibís, porque pedís mal, para gastar en
vuestros deleites».
A veces incluso puede ser difícil conocer nuestros motivos.
Maxwell, J. C. - Thomas Nelson, Inc.
No podemos leer las motivaciones de los demás, pero Dios si ve nuestras
motivaciones. Necesitamos continuamente preguntarnos cuales son nuestras
motivaciones en todo lo que hacemos.
Salmo 78:37.
Pues sus corazones no eran rectos con él, Ni estuvieron firmes en su pacto.
Pues sus corazones no eran rectos con él, Ni estuvieron firmes en su pacto.
Proverbios 17:3.
El crisol para la plata, y la hornaza para el oro; Pero el Señor prueba los corazones.
El crisol para la plata, y la hornaza para el oro; Pero el Señor prueba los corazones.
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