lunes, 6 de octubre de 2014

SÍNODO DE LA FAMILIA ¿QUÉ FAMILIA? REFLEXIONEMOS


Entre la infinidad de artículos y reflexiones que se van publicando en estos días he encontrado una especialmente interesante. El autor, Andrea Tornielli (El Sínodo y los problemas reales de las familias), nos señala que no en todo el mundo se comprende la familia de la misma forma. Transcribo parte de los datos que Andrea Tornielli nos indica en su artículo:

Más que con “la familia”, el Sínodo tendrá que vérselas con las familias. Hay regiones africanas en las que existen matrimonios arreglados entre niñas de 10 años y hombres de 60. Hay países, como Níger o Chad, en donde el 70% de las mujeres que tienen en la actualidad entre 20 y 24 años, se casó antes de cumplir los 15.

Y no es fácil para la Iglesia hablar de «ley natural» (como han indicado los obispos africanos, asiáticos y de Oceanía) en regiones en las que la poligamia es considerada “natural”, de la misma manera en la que es considerado “natural” el rechazo de las mujeres que no sean “capaces” de dar hijos o hijos varones. En Melanesia, por ejemplo, la familia que para nosotros es “tradicional” es considerada un modelo occidental poco comprensible, pues en esas sociedades matriarcales la responsabilidad de la educación de los hijos se encomienda a los tíos maternos y no al padre biológico.

Volviendo al Occidente, no solo existe un panorama que ha cambiado en los últimos treinta años, con la disminución de los matrimonios, la difusión de las parejas de hecho, las leyes que reconocen las uniones entre personas del mismo sexo, también existe la incidencia de los ritmos de trabajo tan intensos que incluyen los domingos y que hacen cada vez más complicadas las relaciones familiares, por no mencionar los problemas económicos y la falta de políticas que apoyen a las familias. Andrea Tornielli (El Sínodo y los problemas reales de las familias)

El problema indicado por Andrea Tornielli debería ser el centro de los trabajos del Sínodo, ya que nos encontramos en un momento delicado para la Iglesia: ¿Seguimos defendiendo el modelo de familia tradicional o nos plegamos a que existen muchos tipos de familia?

Este problema no es nada nuevo. Es una constante en la Iglesia desde que Cristo se encarnó. ¿Cristo nos lleva más allá de los límites e imperfecciones de nuestra humanidad o se pliega a la realidad de cada persona, grupo o cultura? ¿El mensaje de Cristo se limita a que seamos buenos ciudadanos o nos pide que nos dejemos transformar?

Hoy en día estamos fuertemente impregnados de la doctrina del buen salvaje de Rousseau. Seguimos creyendo que el ser humano occidental es un depravado que obliga a otras culturas a ajustarse a su modelo. ¿Por qué? Porque el relativismo nos ha comido hasta el cerebro. Creemos que todo es igual de válido, menos lo que la Iglesia propone, que se prejuzga siempre como dañino y malintencionado.

En esta caldo de cultivo, veremos normal que lo hermanos de las madres eduquen a sus hijos o que la poligamia sea la situación ideal para la convivencia familiar. La ley natural deja de tener valor, porque confundimos la naturaleza humana original con las costumbres sociales que se desarrollan a partir de nuestra naturaleza caída.

Hablar del pecado original se entiende hoy en día como una ideología. Es decir, como algo que nos inventamos para obligar y someter a las personas a nuestro “poder” social. Hablar de sociedades que necesitan ser sanadas por la Gracia de Dios es casi un anatema de lo socialmente aceptado.

Esto lo podemos traer a nuestra sociedad occidental. Si nuestra sociedad está enferma socialmente hablando, genera personas enfermas. Si consideramos que estar estudiando hasta los treinta y tanto años es normal, es que no nos damos cuenta que a esa edad ya deberíamos tener una familia creada y estable. Pensar que es normal que nunca tendremos una estabilidad económica suficiente para formar un hogar, es vivir en los mundos de Matrix sin darnos cuenta de nada.

El Sínodo debería no debería de tardar mucho en señalar que la evangelización se inicia con nosotros mismos y la vida que vivimos en nuestras familias. Si nos encogemos de hombros ante la realidad social, estamos olvidando que la Verdad está más allá de nuestras resignaciones y comodidades sociales. Queremos evangelizar de verdad, nos hace falta sustentar la familia tradicional y contagiar a la sociedad de sus valores. ¿Cómo hacerlo?

Habría muchas propuestas, pero quizás las más innovadoras deberían partir de la potenciación de una educación católica integral que permita a los jóvenes casarse, trabajar y formarse de forma alternativa a los destructivos planes de estudio actuales. ¿No somos capaces de ello? Pues cerremos nuestras universidades, ya que sólo son herramientas de transformación social.

¿No fuimos los creadores de la Universidad y de las escuelas profesionales? Pues creemos una nueva forma de capacitar a nuestros jóvenes, que no les imponga casarse a los 40 años. Quizás lo que pida sea un poco revolucionario, pero por pedir que no quede.

¿Qué podríamos decir a los modelos familiares alternativos? Sin despreciarlos, deberíamos señalar las razones que hacen de la familia tradicional la forma más coherente de vivir. Dar testimonio de esta realidad a través de las familias actuales. Familias que están casi olvidadas en las pastorales de muchas parroquias y diócesis. Las catequesis pre-sacramentales y la pastoral de juventud centran el 90% de todos los esfuerzos. Habría que propiciar una pastoral más inclusiva que no segmentara la familia en trocitos. Una pastoral que diera un papel importante a los abuelos como apoyo de los padres. Una pastoral que de valor a la persona aunque no sea joven. ¿Es esto fácil?

Las inercias son tremendas. Hay pocas manos y sobre todo, pocas ideas innovadoras para hacer posible que la ley natural vuelva a ser la línea de vida de todos nosotros.

En fin. No se trata de acomodar la Iglesia a las sociedades donde se asienta, sino de hacer posible que la Iglesia las transforme a través de la Gracia de Dios. Sin duda tenemos que acoger a muchísimas personas heridas y enfermas, social y espiritualmente hablando. Personas a las que tenemos el deber de ayudar, cuidar y hacer posible que curen sus heridas, para integrarse plenamente en la Iglesia.

Néstor Mora Núñez

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