Entre la infinidad de artículos y reflexiones que se van publicando en
estos días he encontrado una especialmente interesante. El autor, Andrea
Tornielli (El Sínodo y los problemas reales de las familias),
nos señala que no en todo el mundo se comprende la familia de la misma forma.
Transcribo parte de los datos que Andrea Tornielli nos indica en su artículo:
Más que con “la familia”, el Sínodo tendrá que vérselas con las
familias. Hay regiones africanas en las que existen matrimonios arreglados
entre niñas de 10 años y hombres de 60. Hay países, como Níger o Chad, en donde
el 70% de las mujeres que tienen en la actualidad entre 20 y 24 años, se casó
antes de cumplir los 15.
Y no es fácil para la Iglesia hablar de «ley natural» (como han indicado
los obispos africanos, asiáticos y de Oceanía) en regiones en las que la poligamia es considerada “natural”, de la
misma manera en la que es considerado “natural” el rechazo de las mujeres que
no sean “capaces” de dar hijos o hijos varones. En Melanesia, por ejemplo, la familia que para nosotros es “tradicional”
es considerada un modelo occidental poco comprensible, pues en esas
sociedades matriarcales la responsabilidad de la educación de los hijos se
encomienda a los tíos maternos y no al padre biológico.
Volviendo al Occidente, no solo
existe un panorama que ha cambiado en los últimos treinta años, con la
disminución de los matrimonios, la difusión de las parejas de hecho, las leyes
que reconocen las uniones entre personas del mismo sexo, también existe la
incidencia de los ritmos de trabajo tan intensos que incluyen los domingos y
que hacen cada vez más complicadas las relaciones familiares, por no mencionar
los problemas económicos y la falta de políticas que apoyen a las familias. Andrea Tornielli (El Sínodo y los problemas reales de las familias)
El problema indicado por Andrea Tornielli debería ser el centro de los
trabajos del Sínodo, ya que nos
encontramos en un momento delicado para la Iglesia: ¿Seguimos
defendiendo el modelo de familia tradicional o nos plegamos a que existen
muchos tipos de familia?
Este problema no es nada nuevo. Es una constante en la Iglesia desde que
Cristo se encarnó. ¿Cristo nos lleva
más allá de los límites e imperfecciones de nuestra humanidad o se pliega a la
realidad de cada persona, grupo o cultura? ¿El mensaje de Cristo se
limita a que seamos buenos ciudadanos o nos pide que nos dejemos transformar?
Hoy en día estamos fuertemente
impregnados de la doctrina del buen salvaje de Rousseau. Seguimos
creyendo que el ser humano occidental es un depravado que obliga a otras
culturas a ajustarse a su modelo. ¿Por qué? Porque el relativismo nos ha comido
hasta el cerebro. Creemos que todo es igual de válido, menos lo que la Iglesia
propone, que se prejuzga siempre como dañino y malintencionado.
En esta caldo de cultivo, veremos normal que lo hermanos de las madres
eduquen a sus hijos o que la poligamia sea la situación ideal para la
convivencia familiar. La ley natural
deja de tener valor, porque confundimos la naturaleza humana original con las
costumbres sociales que se desarrollan a partir de nuestra naturaleza caída.
Hablar del pecado
original se entiende hoy en día como una ideología. Es decir, como algo que
nos inventamos para obligar y someter a las personas a nuestro “poder” social.
Hablar de sociedades que necesitan ser sanadas por la Gracia de Dios es casi un
anatema de lo socialmente aceptado.
Esto lo podemos traer a nuestra sociedad occidental. Si nuestra sociedad está enferma socialmente
hablando, genera personas enfermas. Si consideramos que estar estudiando
hasta los treinta y tanto años es normal, es que no nos damos cuenta que a esa
edad ya deberíamos tener una familia creada y estable. Pensar que es normal que
nunca tendremos una estabilidad económica suficiente para formar un hogar, es
vivir en los mundos de Matrix sin darnos cuenta de nada.
El Sínodo debería no debería de tardar mucho en señalar que la evangelización se inicia con nosotros
mismos y la vida que vivimos en nuestras familias. Si nos encogemos de
hombros ante la realidad social, estamos olvidando que la Verdad está más allá
de nuestras resignaciones y comodidades sociales. Queremos evangelizar de
verdad, nos hace falta sustentar la familia tradicional y contagiar a la
sociedad de sus valores. ¿Cómo hacerlo?
Habría muchas propuestas, pero quizás las más innovadoras deberían
partir de la potenciación de una
educación católica integral que permita a los jóvenes casarse, trabajar y
formarse de forma alternativa a los destructivos planes de estudio actuales.
¿No somos capaces de ello? Pues cerremos nuestras universidades, ya que sólo
son herramientas de transformación social.
¿No fuimos los creadores de la Universidad y de las escuelas
profesionales? Pues creemos una nueva
forma de capacitar a nuestros jóvenes, que no les imponga casarse a los 40 años.
Quizás lo que pida sea un poco revolucionario, pero por pedir que no quede.
¿Qué podríamos decir a los modelos familiares alternativos? Sin
despreciarlos, deberíamos señalar las razones que hacen de la familia
tradicional la forma más coherente de vivir. Dar testimonio de esta realidad a través de las familias actuales.
Familias que están casi olvidadas en
las pastorales de muchas parroquias y diócesis. Las catequesis
pre-sacramentales y la pastoral de juventud centran el 90% de todos los
esfuerzos. Habría que propiciar una pastoral más inclusiva que no segmentara la
familia en trocitos. Una pastoral que diera un papel importante a los abuelos
como apoyo de los padres. Una pastoral que de valor a la persona aunque no sea
joven. ¿Es esto fácil?
Las inercias son
tremendas. Hay pocas manos y sobre todo, pocas ideas innovadoras para hacer
posible que la ley natural vuelva a ser la línea de vida de todos nosotros.
En fin. No se trata de acomodar la Iglesia
a las sociedades donde se asienta, sino de hacer posible que la Iglesia las
transforme a través de la Gracia de Dios. Sin duda tenemos que acoger a muchísimas personas heridas y enfermas, social y
espiritualmente hablando. Personas a las que tenemos el deber de ayudar,
cuidar y hacer posible que curen sus heridas, para integrarse plenamente en la
Iglesia.
Néstor
Mora Núñez
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