No suelo ser muy aficionado a las
ucronías (ya saben, eso de imaginar cómo habrían ido las cosas si algún
acontecimiento histórico hubiera sido diferente). Pero puestos a ello, vamos a
jugar un poco. Imagínense, por ejemplo, que Mozart hubiera sido maorí. Es obvio
que el talento musical que poseyó tenía un componente genético importante. Sin
embargo, no es menos cierto que de haber nacido en la nueva Zelanda del siglo
XVIII, el arte universal habría perdido a uno de sus más grandes genios. Y sí,
es posible que hubiera sido un magnífico danzarín, o que hubiera añadido nuevos
ritmos al haka; pero parece bastante claro que nos habríamos perdido
maravillas tan grandes como el Requiem o Eine kleine nachtmusik .
Obviamente, esto que comentamos,
no deja de ser una perogrullada. Todo mundo sabe de sobra que el talento
natural, ya sea para escribir novelas, realizar ecuaciones matemáticas o
componer sinfonías, requiere, además, un enorme esfuerzo, y, lo que es más
importante, un entorno ambiental determinado.
Sin embargo, me llama la atención
cómo algo que resulta tan evidente en el ámbito que podríamos llamar
"secular", a veces no lo es tanto en la vida normal de los
cristianos. Me explico: en los últimos meses el Señor me ha dado la oportunidad
de tomar contacto con numerosos hermanos y de diferentes puntos de la geografía
española. No voy a decir que constituya una sorpresa para mí, porque me ha
pasado muchas otras veces ya, pero la verdad es que siempre me maravilla
encontrar tanta gente hambrienta de Dios y, sobre todo… con tanto talento. Lo
mejor del caso es que, además, suele tratarse de personas jóvenes que buscan un
lugar, una identidad y una misión.
Esta es, digámoslo así, la parte
buena de la realidad; la negativa, consiste en que muchas veces parecen no
acabar encontrando "su sitio". Con frecuencia pienso que en España
sucede a nivel espiritual, lo que también ocurre en el ámbito de la ciencia o
la tecnología: es decir que investigadores muy dotados y con un futuro
prometedor tienen que emigrar a otros países, porque el nuestro es incapaz de
proporcionárselo. Corremos el riesgo de que la Iglesia acabe sucediendo lo
mismo. Si un chico, o una chica buscan la manera práctica de vivir, y sobre
todo crecer en su fe cristiana, es más que probable que, teniendo en cuenta la
realidad global de nuestro país, no encuentren un lugar que les ofrezca la
visión, la formación y el acompañamiento que les posibilitará alcanzar su
plenitud en Cristo (Col 2, 9-10).
Con frecuencia observo entre los
católicos españoles un interés desmesurado por hacer ver que, precisamente,
"se está haciendo algo". En los últimos cinco años es impresionante
la cantidad de iniciativas y actividades variadas emprendidas, casi todas ellas
girando en torno a ese difuso concepto de la "Nueva Evangelización".
Por lo general se trata de acciones puntuales que dan la impresión de no tener
una seria reflexión pastoral y teológica detrás. Se sigue cayendo en la vieja
tentación de valorar más los números que la calidad, y la repercusión
mediática, más o menos puntual, que el verdadero fruto cristiano a largo plazo.
Ya sé que algunos pensarán que
soy como el viejo maestro, con su cantinela de siempre, pero, a la vista de los
acontecimientos, no puedo dejar de observar lo que tantas veces he repetido. Y
ello es que resulta imprescindible una visión a largo plazo. Entiendo que un
responsable eclesiástico, en el nivel que desarrolle su trabajo, desea ver
frutos rápidamente (y también que los demás vean dichos frutos, como les sucede
con frecuencia a nuestros políticos), pero tengo que insistir en que, en mi
humilde opinión, no es así como se hacen las cosas.
Ayudar al crecimiento espiritual
y la formación de un cristiano adulto y comprometido es una obra que requiere
visión y tiempo. No se puede hacer crecer un nogal en cinco años; es
precisamente lo lento de su desarrollo lo que hace tan valiosa su madera; con
un creyente sucede exactamente igual. Muchas veces escuchó hablar de planes
pastorales, convivencias, retiros e iniciativas de todo tipo; cosas que en sí
están bien, pero que, solas, no pueden producir ningún fruto a largo plazo.
Tengo que insistir que la
comunidad cristiana es el lugar en el que se purifica, se orienta y se corrige
el talento. El don inmenso de Mozart, no habría sido eficaz sin una educación
metódica y estricta, que convirtió a un estudiante dotado en un genio universal
de la música. Lo mismo sucede en materia de fe. Un joven, o una joven, con
talento solamente alcanzarán su plenitud cuando puedan ser alimentados,
corregidos, motivados en un ambiente cristiano maduro y adulto, por gente que
haya pasado ya por donde ellos van transitando y que pueda apoyarlos y amarlos.
Es, de hecho, frecuente que dicho talento sólo pueda ser reconocido en un marco
comunitario. Mucha gente vive con dones espirituales extraordinarios sin
siquiera ser consciente de tenerlos. ¿El resultado?: un enorme desperdicio que
en modo alguno nos podemos permitir.
Por eso, siempre que se presenta
la ocasión, insisto lo mismo: crear la comunidad antes, y lanzarse después a
evangelizar. Utilizando un símil muy cotidiano diría: "cásate primero y
forma un hogar: cuando lo tengas listo, pídele los hijos al Señor". No
hacerlo constituiría un desorden moral evidente ¿no es cierto? Bien, pues lo
mismo sucede a nivel pastoral.
Cuando veces pienso en la
cantidad de bien que puede hacer un cristiano adulto y maduro a lo largo de su
vida, me estremezco: el consuelo, el testimonio, la ternura, la esperanza que
puede ser irradiado a lo largo de los años por quien ha aceptado servir a
Cristo seriamente, y ha encontrado su don específico, son inconmensurables.
En una ocasión escuché decir a
Olegario González de Cardedal, que, cuando se hallaba ante sus alumnos,
impartía la clase con sumo respeto, pensando: "tal vez entre estos chicos
y chicas que me escuchan esté un nuevo San Juan de la Cruz, o una nueva Santa
Teresa". Es una interesante apreciación. Lo más triste, pues, que puede
suceder, es la realidad de ser un elegido de Dios (¡alguien tal vez llamado a
una obra única!), y morir sin saberlo, por no haber caído en el suelo propicio
y no haber recibido la ayuda adecuada.
Por favor, oremos todos juntos
para que a lo largo y ancho de nuestro país puedan crecer pequeños o grandes
"hogares" comunitarios, donde las personas puedan ser no sólo
engendradas en la fe sino alimentadas, de forma que den fruto y puedan ser
introducidas (tras haber introducido a otros) en la Gloria del Padre.
Y que así sea.
Un abrazo
a todos
Josue Fonseca
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