A los pocos días ocurrió la Transfiguración. Desde que Jesús comenzó su vida pública sus triunfos y gloria han ido en aumento.
Tras el
discurso del Pan de vida se ha producido un giro notable; los milagros serán
menos frecuentes, su predicación menos popular, y las cosas que se dicen
tendrán un mayor contenido. Jesús hablará varias veces de su muerte y vivirá,
de ordinario, retirado con los suyos. La transfiguración se realiza sólo ante
los más íntimos: Juan, Pedro y Santiago, pero tiene un gran valor de revelación
en muchos aspectos.
"Sucedió
unos ocho días después de estas palabras, que tomó consigo a Pedro, a Juan y a
Santiago, y subió a un monte para orar. Mientras él oraba, cambió el aspecto de
sus rostro y su vestido se volvió blanco, resplandeciente. Y he aquí que dos
hombres estaban conversando con él: eran Moisés y Elías que, aparecidos en
forma gloriosa, hablaban de la salida de Jesús que había de cumplirse en
Jerusalén. Pedro y los que estaban con él se encontraban rendidos por el sueño.
Y al despertar, vieron su gloria y a los dos hombres que con él estaban. Cuando
éstos se apartaron de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, qué bien estamos aquí,
hagamos tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías; no
sabiendo lo que decía. Mientras decía esto, se formó una nube y los cubrió con
su sombra. Al entrar ellos en la nube, se atemorizaron. Y salió una voz desde
la nube, que decía: este es mi Hijo, el elegido, escuchadle. Cuando sonó la
voz, se quedó Jesús solo. Ellos guardaron silencio, y a nadie dijeron por
entonces nada de lo que habían visto"(Lc). El monte estaba lejos de
Cesarea de Filipo, van caminando al lugar de gran belleza con las vistas a la
llanura de Esdrelón.
La
oración de Jesús era siempre intensa y, muchas veces, en silencio. Esta oración
llevaba a Jesús a una unión con el Padre especial. Era hablar y escuchar. Darse
y recibir. Amar y ser amado, unión total en todos los niveles del ser de
Cristo. Jesús adora con toda su humanidad. Pero pocas veces se manifiesta esa
unión al exterior. Ahora, cuando las batallas más duras están a punto de
empezar, conviene que lo interno se manifieste exteriormente. Y la gloria de la
divinidad se manifiesta en su rostro: "brillante como el sol", y en
los mismos vestidos, "resplandecientes de luz". No parece que se
trate de una visión espiritual, sino una realidad palpable en el cuerpo de
Jesús. Los apóstoles ven a Cristo glorioso como nunca le habían visto. Es un
preludio del reino que ha venido a traer, de la resurrección que ya ha
anunciado, de la gloria del cielo para los que crean en Él y sean fieles. La
reacción es de estupor: se despiertan sorprendidos de lo que están viendo. Un
gozo inexplicable, como un reflejo del de Jesús, les invade. "Qué bien se
está aquí" es el comentario, como intentando detener el tiempo en
situación tan feliz.
Pero hay
más; junto a Jesús aparecen Moisés y Elías. Ambos habían tenido una especial
revelación de Dios en el monte Sinaí. Moisés recibe la revelación de Dios, de
su nombre y de su Ley y con ella el mandato de liberar y formar un pueblo según
la alianza de los padres; y lo hizo. Elías, mucho más tarde, recibe la misión
de recuperar la fidelidad del pueblo a esa Alianza. Moisés, al final de su
vida, pide a Dios ver su rostro, y ahora le es manifiesto su rostro humano, en
Jesucristo. Elías busca a Dios, y le encuentra en una suave brisa; ahora está
ante Él de un modo humano, humilde y real. Sorprende el tema de su
conversación: la muerte de Jesús en Jerusalén. La antigua Alianza alcanzará su
plenitud en la Pasión de Jesús. Las profecías del Mesías como Siervo doliente
son certeras. El amor llegará al límite de no detenerse ante nada. Todo lo
anterior era figura de lo que había de suceder. Sin embargo, no deja de ser
sorprendente la mezcla de cruz y muerte con la gloria de Jesús en esta
Transfiguración. Una lógica nueva se está desarrollando. Entenderla requerirá
una fe espiritual, una fe que permita conocer al mismo Dios que manifiesta su
gloria en la humildad. Y la máxima humildad es ser humillado, poder defenderse
y, aún más, vencer, pero aceptar la derrota para triunfar de un modo superior a
un enemigo como el pecado que tiene su raíz en el orgullo y la rebeldía.
La voz
del Padre resuena en la transfiguración, como se oyó en el Jordán: "Este
es mi Hijo el predilecto, escuchadle". El Amado que va a demostrar que el
hombre puede también amar al máximo, y les pide fe. Una fe que deberá
actualizarse también cuando no entiendan su conducta y que deberá agudizarse
cuando le vean derrotado.
Y pasó la
transfiguración. Breve, como todo lo dichoso, menos en el cielo que será para
siempre. La referencia de Pedro a las tres tiendas quizá tiene que ver con la
próxima fiesta de los tabernáculos, o, sencillamente, a querer prolongar la
dicha que experimenta. Pero deben atender a lo que se les revela pues Cristo es
el nuevo legislador. Al oír la voz "los discípulos cayeron sobre su rostro
presos de un gran temor. Se acercó Jesús a ellos y tocándoles, dijo:
"Levantaos, no tengáis miedo" y cuando se levantaron no vieron a
nadie, sino a Jesús solo"(Mt).
"Mientras
bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto, hasta
que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos retuvieron estas
palabras, discutiendo entre sí qué era lo de resucitar de entre los muertos. Y
le hacían esta pregunta: ¿Por qué dicen los fariseos y los escribas que Elías
ha de venir primero? Él les respondió: Elías vendrá antes y restablecerá todas
las cosas; pero, ¿cómo está escrito del Hijo del Hombre que padecerá mucho y
será despreciado? Sin embargo, yo os digo que Elías ya ha venido e hicieron con
él lo que quisieron, según está escrito de él"(Mc).
Explica
el Señor más a fondo su muerte y su resurrección. El Mesías ha de padecer mucho
y ser despreciado; pero vencerá incluso a la muerte, cosa que ningún hombre
puede hacer. Esta es la lucha. Es como una decisión irrevocable del Padre y del
Hijo. Ya se ha cumplido el tiempo de la misericordia, ahora será el tiempo de
la justicia, pero de un modo sorprendente: el Justo llevará sobre sí los
pecados de todos, pagando por ellos. Y ante la pregunta sobre Elías les dice
que el Bautista era el Elías que había de venir, el profeta de fuego que
anuncia la nueva Alianza.
El Reino
de Dios se ha hecho transparente por unos momentos, el monte Tabor es como un
nuevo Sinaí; pero conviene bajar al valle donde están todos ajenos a lo
sucedido en las alturas. Pedro, Juan y Santiago callan y reflexionan por el
nuevo curso de los acontecimientos.
Reproducido
con permiso del Autor,
Enrique
Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
pedidos a
eunsa@cin.es
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