Si lucho y venzo, viene la paz; esa paz que es fruto de haber vencido la
guerra.
Y con la paz, viene la alegría; una alegría que poseemos mientras
luchamos, y que nada ni nadie me puede quitar.
El mundo está deseoso de conocer cuál es, el camino que lleva a la
felicidad.
«Y Juan llamó a dos de sus
discípulos, y los envió al Señor a preguntarle: ¿Eres tú el que ha de venir o
esperamos a otro? Presentándose aquellos hombres le dijeron: Juan el Bautista
nos ha enviado a ti a preguntarte: ¿eres tú el que ha de venir o esperamos a
otro? En aquella misma hora curó a muchos de sus enfermedades de dolencias y de
malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos.
Y les respondió diciendo: Id y
contad a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los
leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y los pobres
son evangelizados; y bienaventurado quien no se escandalice de mí». (Lucas 7,
19-23)
Jesús, me das una buena lección «comercial»: una imagen vale más que mil
palabras.
« ¿Eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?» Podías haber intentado demostrar que eras el Mesías esperado a base de argumentos teóricos, de frases más o menos certeras, o de profecías difíciles de interpretar. Pero no. «En aquella misma hora curó a muchos de sus enfermedades, de dolencias y de malos espíritus, y dio vista a muchos ciegos.» No les das argumentos teóricos sino realidades palpables. No dices; haces.
Y sólo entonces respondes a lo
que te pedían: «id y contad a Juan lo que habéis visto y oído.» Con este
ejemplo, me enseñas que «en vano se esfuerza en propagar la doctrina cristiana
quien la contradice con sus obras» (San Antonio de Padua).
Jesús, yo quiero ser tu
discípulo. A veces, algunos no me entienden; no acaban de creerse que se puede
ser cristiano y a la vez ser una persona normal.
No les voy a convencer con discusiones acaloradas. Siguiendo tu ejemplo, prefiero que se convenzan viendo lo que hago:
trabajando lo mejor que puedo; teniendo muchos amigos; rezando cada día y
frecuentando los sacramentos; sirviendo a los demás en pequeños detalles. ¡Que
vean mi alegría y mi paz! Ese será mi mejor apostolado.
«La alegría es un bien cristiano, que poseemos mientras luchamos, porque
es consecuencia de la paz. La paz es fruto de haber vencido la guerra, y la
vida del hombre sobre la tierra -leemos en la Escritura Santa- es lucha».
Jesús, esa alegría interior que me das es muy superior a la típica satisfacción que me produce un resultado profesional positivo; o el habérmelo pasado muy bien en una fiesta, haciendo deporte, en un concierto, etc...
Es la alegría propia del enamorado: del que ama y se siente querido. Es la satisfacción que produce buscar la alegría del que amamos; de buscar darte una alegría, Jesús, con mi comportamiento.
La alegría del cristiano es muy
superior a la del «animal sano» o a la del «pasárselo bien», que -en el fondo- son alegrías egoístas, aunque
no necesariamente malas: sólo son dañinas cuando las busco como el máximo
objetivo, por delante incluso de lo que sé que te agrada, Jesús, y en
ocasiones, a pesar de saber que mi conducta te entristece.
Por eso, en alguna ocasión habré
de luchar para no dejar que mis planes, mis gustos, mi comodidad y mi egoísmo
me lleven a buscarme a mí mismo en vez de intentar hacer tu voluntad.
Si lucho y venzo, viene la paz;
esa paz que es fruto de haber vencido la guerra. Y con la paz, viene la
alegría; una alegría que poseemos mientras luchamos, y que nada ni nadie me
puede quitar.
El mundo está deseoso de conocer
cuál es el camino que lleva a la felicidad.
La gente busca a tientas dónde
está la verdad. Cuando una persona de buena voluntad me conozca, sin necesidad
de palabras, me estará preguntando: «
¿eres tú el que ha de venir o esperamos a otro?»
¿Qué he
de hacer para ser feliz?, me preguntarán?
La respuesta es sencilla: ¡Mira
mi alegría!
La alegría es un bien cristiano.
Por eso
es lo que más convence: no hace falta preparar discursos
ni argumentar mucho; basta que me vean verdaderamente alegre. Alegre a pesar de
las habituales dificultades y reveses de la vida; porque mi alegría es esa
alegría cristiana, de hijo de Dios que lucha por vivir pendiente de los deseos
de su Padre.
Jesús
nace en una cueva, oculto a los ojos de los hombres
que lo esperan, y unos pastores de alma sencilla serán sus primeros adoradores.
La sencillez de aquellos hombres les permitirá ver al Niño que les han
anunciado.
También
nosotros lo hemos encontrado y es lo más extraordinario de
nuestra pobre existencia. Sin el Señor nada valdría nuestra vida. Se nos da a
conocer con señales claras. No necesitamos más pruebas para verle. Dios da
siempre señales para descubrirle. Pero hacen falta buenas disposiciones
interiores para ver al Señor que pasa a nuestro lado.
Sin
humildad y pureza de corazón es imposible reconocerle, aunque esté muy cerca. Nuestra propia historia personal está llena de
señales para que no equivoquemos el camino. Nosotros podemos decir, como se le
dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías!
Tener visión sobrenatural es ver
las cosas como Dios las ve, aprender a interpretar y juzgar los acontecimientos
desde el ángulo de la fe. Sólo así entenderemos nuestra vida y el mundo en el
que estamos.
El Señor
nos da suficiente luz para seguir el camino: si somos
humildes no tendremos que pedir nuevas señales. Lo que pasa es que a veces nos
sobra pereza o nos falta correspondencia a la gracia.
El Señor
ha de encontrarnos con esa disposición humilde y llena
de autenticidad, que excluye los prejuicios y permite escuchar al Señor, porque
a veces Su voluntad contraría nuestros proyectos o nuestros caprichos.
No hay otro a quien esperar.
Jesucristo está en nosotros y nos llama. Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in saecula (Hebreos 13, 8).
"¡Cuánto me gusta
recordarlo! : Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes
que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos.
Somos los hombres los que a veces
no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con
ojos cansados o turbios"
Nosotros queremos ver al Señor,
tratarle, amarle y servirle. ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!
La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible.
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