Entre la
materia y el tiempo…, media una clara dependencia. El tiempo descompone la
materia, pero no puede actuar sobre lo espiritual que siempre es eterno La
materia fenece el espíritu es inmortal. Nuestro cuerpo fenecerá, nuestra alma
nunca fenecerá ella es espíritu y es inmortal. Todo lo material pasa, como pasa
también nuestra vida terrena. No se puede detener el tiempo. Aquí en la tierra
somos peregrinos que no dirigimos incesantemente hacia nuestra patria del cielo.
El mundo en que vivimos y todo lo que el hombre por gracia de Dios, construye
en él, está sujeto a la ley de la transitoriedad. El tiempo lo destruirá. Toda
materia que se crea, desde el momento de su nacimiento ya está avanzando a su
desaparición.
Nuestras
almas, han sido redimidas por el precio de la sangre de Dios vivo crucificado
en una cruz de madera y muerto por amor a nosotros. Escribía San Pedro y nos
decía:"18 considerando que habéis sido rescatados de vuestro vano vivir
según la tradición de vuestros padres, no con plata y oro, corruptibles 19 sino
con la sangre preciosa de Cristo, como Cordero sin defecto ni mancha, 20 ya
conocido antes de la creación del mundo y manifestado al fin de los tiempos por
amor vuestro”. (1Pd 1,18-20). Y el profeta Isaías, bastante antes
del Nacimiento, Vida, Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, escribía
así: “1 Ahora, así dice Yahveh tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. No
Temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. 2 Si
pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si
andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. 3 Porque yo soy
Yahvé tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a
Egipto, a Kus y Seba en tu lugar 4 dado que eres precioso a mis ojos, eres
estimado, y yo te amo. Pondré la humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago
de tu vida. 5 No Temas, que yo estoy contigo; desde Oriente haré volver tu
raza, y desde Poniente te reuniré”. (Is 43,1-5).
Y estas
proféticas palabras de Isaías, siguen siendo una realidad actual. Para Henry
Nouwen, es tal el valor del alma humana de cada uno de nosotros, que este
pensamiento le motivó a él escribir, haciéndonos ver, que: “….., lo primero, es darse cuenta de que tú eres la gloria de Dios.”
En el Génesis se puede leer:
“Dios formó al hombre con polvo
del suelo e insufló en sus narices el aliento de la vida y resultó el hombre un
ser viviente”. (Gn. 2, 7).
Vivimos
porque compartimos el aliento de Dios, la vida de Dios, y la gloria de Dios. La
pregunta no es tanto ¿cómo vivir para la gloria de Dios? sino ¿cómo vivir lo
que somos? ¿Cómo hacer verdadero nuestro ser más profundo? “Yo soy la gloria de Dios”. Haz de este pensamiento nos dice
Henry Nouwen, el centro de tu meditación, para que lentamente se convierta no
solo en idea sino. en la realidad viva que es, porque ella lo es. Tú eres el
lugar en que Dios eligió habitar... y la vida espiritual no es otra cosa que
permitir que exista el espacio en que Dios pueda morar en mí, crear el espacio
en que su gloria pueda manifestarse”.
En el
calor de su fuego de amor al Señor, Henry Nouwen, escribe también estas bellas
palabras poniéndolas en la boca del Señor: “Desde
el principio te he llamado por tu nombre. Eres mío y yo soy tuyo. Eres mi amado
y en Ti me complazco. Te he formado en las entrañas de la tierra y entretejido
en el vientre de tu madre.…. Me conoces como propiedad tuya, y te conozco
como propiedad mía. Me perteneces. Yo soy tu padre, tu hermano, tu hermana, tu
amante y tu esposo. Hasta tu hijo. Seré todo lo que seas tú. Nada nos separará,
somos uno.”
El Señor
nos ama de una forma inimaginable, para nuestras pobres, ignorantes y soberbias
mentes. En Él, todo es ilimitado y desde luego que lo es el amor a nosotros,
que le llevó voluntariamente a revestirse de carne mortal, rebajándose a
nuestra humana condición para elevarnos a su gloriosa divinidad. No se trata de
suposiciones, sino de realidades que se testimonian por las innumerables frases
del Señor recogidas en los Evangelios, que nos dan fe de este incomprensible
amor que Dios nos tiene: “16 Porque tanto amó Dios al mundo, que le
dio su unigénito Hijo, para todo el que crea en El no perezca, sino que tenga
la vida eterna; 17 pues Dios no ha enviado a Hijo al mundo para que juzgue al
mundo, sino para que el mundo sea salvo por El”. (Jn 3,16-17).
También San Juan, recogió en su evangelio estas otras palabras del Señor: “9
Como el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor. 10 Si
guardareis mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guardé los
preceptos de mi Padre y permanezco en su amor”. (Jn 15,9-10).
Esto
son unas breves pinceladas, para que tomemos conciencia del valor de nuestras
almas. Nuestra alma es nuestra eternidad, seremos lo que sea nuestra alma,
amaremos como ame nuestra alma, porque en ella está la esencia de nuestro ser,
y no está nuestro cuerpo, que tarde o temprano perecerá la esencia de nuestro
ser como personas, es nuestra alma. Nosotros, nuestras almas, al ser la gloria
de Dios, tal como ya hemos escrito, adquieren, tienen y son de un valor
infinito, porque nada hay en el universo creado por Dios que su propia gloria
que se nos manifiesta en la magnitud de su obra creadora. La gloria de la
inmortalidad le pertenece a nuestra alma no a nuestro cuerpo. San Mateo en su
evangelio recogía estas palabras: “28 No tengáis miedo a los que matan el
cuerpo, que al alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que pueda perder
el alma y el cuerpo en la Gehenna”. (Mt 10,28).
Lo
importante es nuestra alma, no lo son las riquezas que pueda llegar a atesorar
valiéndose de nuestro cuerpo, que es el que nos incita a prestar pleitesía al
Dios dinero, porque él tiene ansia de felicidad humana, no de felicidad
celestial eterna, que nunca conocerá. Nuestro cuerpo busca el placer pero tal
como escribe el obispo Sheen: “La enfermedad rompe ese hechizo de la creencia
de que el placer lo es todo, o que debemos seguir construyendo, como fin
exclusivo, unos cobertizos de grano cada vez mayores, o de que la vida no vale
nada, a no ser que haya algo especial que la electrice. La enfermedad nos
capacita para ajustar nuestro sentido de valores, como una gracia actual,
ilumina la futilidad y vacío de muchas ambiciones. ¿De que aprovecha a un hombre
ganar todo el mundo, si pierde el alma?”.
El pagano
teme la pérdida del cuerpo, y el cristiano teme la pérdida del alma. Para un
pagano, que cree conocer que el destino del cuerpo ha de ser el mismo que el
del alma; este mundo lo es todo para él y la muerte le priva de ese todo que el
ama y de todo lo que hay aquí. En cambio para un cristiano, este mundo es solo
una prueba que hemos de pasar para demostrarle a Dios que le amamos y subir al
Reino de Dios.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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