miércoles, 28 de mayo de 2014

CELIBATO SACERDOTAL: RAZONES DE PESO


Ha reaparecido el tema del celibato sacerdotal. Aunque hay asuntos mucho más importantes, conviene aprovechar la cobertura mediática para explicar cuáles son las razones de peso que justifican dicha medida disciplinaria en la Iglesia Católica de rito latino. De entrada, tenemos que se trata de reproducir el mismo estilo de vida de Jesús, quien fue célibe; sin embargo, para los que no se conforman con una lectura teológica o espiritual, están las implicaciones prácticas. Todo el que conozca a un buen sacerdote se habrá podido dar cuenta de la increíble carga de trabajo -sin duda, causa de muchas satisfacciones- que lleva sobre sus hombros. ¿No sería inhumano sumarle la responsabilidad de tener esposa e hijos? A la hora de la muerte, ¿quiénes y qué bienes heredarían?, ¿acaso podría con la parroquia y el hogar? ¿los niños no terminarían siendo inestables ante tantos cambios de domicilio y/o comunidad? Seamos sensatos. Dos vocaciones en una rebasan a cualquiera.

El que haya excepciones a la regla -como, por ejemplo, en el caso de los sacerdotes de rito oriental- no es un argumento suficiente para desecharla, pues se conocen muchos conflictos que los casados-ordenados, están teniendo a la hora de administrar su tiempo para poder repartirlo entre las actividades del ministerio y los compromisos familiares. En otras palabras, hay muchas quejas -justiciadas- de parte de los fieles, quienes se sienten mal atendidos. El que esto escribe, escuchó de un sacerdote maronita que, aunque tenía la posibilidad de casarse y, posteriormente, ser ordenado, optó por el celibato. ¿La causa? no se puede estar en dos cosas al mismo tiempo sin que una se quede desatendida. Es cuestión de lógica y no de rechazo a la sexualidad humana. Ordenar a varones casados en contextos marcados por la guerra o el paso de otra confesión cristiana a la Iglesia Católica es aceptable, razonable; sin embargo, fuera de eso es sobrecargar demasiado a una persona que se verá muy limitada al momento de sacar adelante la tarea que le corresponde como ministro ordenado.

Supongamos que un párroco casado tiene tres hijas y que una de ellas regresa de un viaje el día y la hora de la apertura del sínodo diocesano. ¿Cuál será su prioridad? Obviamente recoger a la niña en el aeropuerto. Si el sacerdocio fuera un trabajo; es decir, dentro de un horario establecido, no habría problema, pero cuando se trata de un estilo de vida concreto resulta incompatible con la formación y el sostenimiento de un hogar. Los fieles terminarían pagando todo y eso tampoco sería justo. Si se aplicó dicha medida disciplinaria fue para evitar sobrecargar a los involucrados. Ahora bien, aceptar la carta de una mujer que pide al Papa el fin del celibato para poder relacionarse libremente con el sacerdote que se ha convertido en su novio, es tan ilógico y rebuscado como el que un hombre o una mujer le solicite un permiso para vivir en adulterio.

Ahora bien, quien decide entrar al seminario ya sabe a lo que va. Si su idea es casarse, ¡que no entre y punto! El celibato sacerdotal es sinónimo de entrega a tiempo completo en favor de la evangelización y la administración de los sacramentos. Así de claro.

Carlos J. Díaz Rodríguez

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