El encuentro entre Francisco y
Bartolomé en la Basílica del Santo Sepulcro. Pero hay ruptura entre los
patriarcados greco-ortodoxos de Jerusalén y Antioquía. Y hay un enfrentamiento
abierto entre Constantinopla y Moscú, sobre la cuestión del primado. El
sentimiento antipapal de los cristianos de Oriente.
Las
imágenes del papa Francisco frente al muro occidental del templo de Jerusalén,
así como las del día anterior en una parada silenciosa frente al muro divisorio
de Belén, han polarizado la atención de los medios de comunicación de todo el
mundo.
Pero es otro el muro que ha originado el viaje del papa Jorge Mario Bergoglio a Tierra Santa.
Es el muro que divide a los cristianos entre sí.
Exactamente hace cincuenta años, el 5 de enero de 1964, el abrazo en Jerusalén entre Pablo VI y Atenágoras, el patriarca de Constantinopla, signó el inicio de un camino de reconciliación entre la Iglesia de Roma y las Iglesias ortodoxas de Oriente.
Así como la propuesta fue hecha por Atenágoras al Papa, también esta vez ha sido su sucesor, Bartolomé, quien propuso a Francisco la renovación de ese encuentro en Jerusalén.
El Papa acogió de inmediato la propuesta. Y por primera vez en la historia un viaje papal ha sido programado de común acuerdo con el patriarcado de Constantinopla, por la parte que se refería a las dos Iglesias.
Con dos importantes novedades respecto al encuentro de cincuenta años atrás entre Pablo VI y Atenágoras:
- la participación en el evento de representantes de otras Iglesias y denominaciones cristianas, no sólo orientales sino también otras pertenecientes a la cepa de la reforma protestante,
- y el lugar del encuentro, la Basílica jerosolimitana del Santo Sepulcro, con la roca de la cruz y la piedra removida en el momento de la resurrección, fundamento de la fe de todos los cristianos.
Ambas novedades signan el progreso que se ha efectivizado en medio siglo en el camino ecuménico entre las Iglesias cristianas.
Pero tanto una como otra testimonian también cuán arduo y signado de obstáculos es todavía ese camino.
La Basílica del Santo Sepulcro es el símbolo viviente de la medida en que las divisiones históricas entre las Iglesias tornan complicada y con rasgos conflictivos su cohabitación. Sobre la base de un "statu quo" que se remonta a 1753 y al dominio otomano, la titularidad de la Basílica está asignada al Patriarcado greco-ortodoxo de Jerusalén, a los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa y al Patriarcado armenio apostólico. Pero el uso de la Basílica está permitido también a los cristianos coptos, siríacos y etíopes. Para todos con una meticulosa repartición de los tiempos y de los lugares, cuya falta de respeto no raras veces desencadena enfrentamientos también físicos entre unos y otros, en el interior mismo del espacio sagrado, con la policía israelí que acude a reprimir los tumultos.
El hecho mismo que el papa de Roma y el patriarca de Constantinopla han sido recibidos pacíficamente en la Basílica y han celebrado una liturgia, derogando las leyes del "statu quo", es seguramente un signo importante.
Pero al mismo tiempo, quien en la tarde del domingo 25 de mayo recibió en la Basílica del Santo Sepulcro a los dos ilustres huéspedes venidos de Roma y de Constantinopla, el patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén, Teófilo III, es testigo viviente de las divisiones que separan no sólo a la Iglesia latina de la ortodoxia, sino también a las Iglesias de Oriente entre sí.
El patriarcado greco-ortodoxo de Jerusalén, de rito bizantino, cuyos orígenes se remiten a los tiempos apostólicos, es la comunidad cristiana más presente en Tierra Santa.
Pero el pasado 29 de abril el patriarca de esta Iglesia, Teófilo III, ha sido exiliado litúrgicamente por otro histórico patriarca de la Iglesia greco-ortodoxa, el de Antioquía y de todo Oriente, Juan X.
Desde entonces, al celebrar la divina liturgia, Juan no pronuncia más el nombre de Teófilo entre los de las Iglesias ortodoxas en comunión entre ellas.
Lo que motivó esta ruptura, declarada unilateralmente por el sínodo de la Iglesia greco-ortodoxa de Antioquía, ha sido la creación, hace un año, por parte de Teófilo, de una nueva diócesis en Qatar, en un territorio que el patriarcado de Antioquía considera propio.
Pero las consecuencias han ido rápidamente más allá de este enfrentamiento entre los dos patriarcados. Han embestido todo el campo de la ortodoxia.
El 19 de marzo el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomeo, convocó en Estambul a los jefes de todas las Iglesias ortodoxas, para anunciarles con el consenso de todos la convocatoria para el 2016 a ese concilio pan-ortodoxo que era esperado desde hace décadas, pero que jamás se había alcanzado a concordar.
En el calendario litúrgico bizantino el 9 de marzo era también el domingo llamado “de la ortodoxia”. Tanto Juan X como Teófilo III estuvieron presentes en Estambul, pero el primero no suscribió la declaración que fijó en el 2016 la convocatoria del Concilio pan-ortodoxo, ni tampoco participó en la divina liturgia.
Otra señal de división ha sido la ausencia, en el encuentro de Jerusalén entre Francisco y Bartolomé, de representantes de primer nivel de la Iglesia ortodoxa rusa, de lejos la más grande en el campo de la ortodoxia.
En su discurso en la Basílica del Santo Sepulcro, el papa Bergoglio ha renovado "la voluntad de mantener un diálogo con todos los hermanos en Cristo para encontrar una forma de ejercicio del ministerio propio del Obispo de Roma que, en conformidad con su misión, se abra a una situación nueva y pueda ser, en el contexto actual, un servicio de amor y de comunión reconocido por todos".
El próximo setiembre, en Novi Sad (Serbia), ya está programado un nuevo encuentro del equipo conjunto de obispos y teólogos denominado "Comisión Mixta Internacional para el Diálogo teológico entre la Iglesia Católica romana y la Iglesia ortodoxa", que debería proseguir el estudio de la cuestión del primado papal siguiendo las huellas del documento aprobado en Rávena en el 2007 por todos los componentes de la Comisión.
Pero en Rávena la Iglesia rusa estuvo ausente y en los años posteriores ha marcado siempre su desacuerdo respecto a ese documento.
No sólo eso. En el invierno pasado, el patriarcado de Moscú rechazó ásperamente en un documento aprobado por su sínodo cualquier tipo de "primado" – tanto del jefe de la Iglesia de Roma como el del patriarca ecuménico de Constantinopla entre las Iglesias ortodoxas – que no sea puramente honorífico y entre pares.
El Patriarcado de Constantinopla ha replicado este documento en forma no menos decidida.
Pero hay más. Existe el temor que los progresos alcanzados hasta aquí en el diálogo ecuménico entre Roma y las Iglesias de Oriente pertenecen a estrechas vanguardias iluminadas y están lejos de ser aceptados por el conjunto de la jerarquía y de los fieles ortodoxos.
Indicio de ello es una kilométrica carta abierta, en italiano y en inglés, enviada el pasado 10 de abril al Papa – o más exactamente "Al Ilustrísimo Sr. Francisco, Jefe del Estado del Vaticano" – por dos obispos metropolitanos de la Iglesia ortodoxa de Grecia: Serafín, del Pireo, y Andrés, de Konitsa.
La carta es una interminable y descarada secuela de acusaciones, culminando en las de herejía e idolatría, en apoyo de la tesis que “entre ortodoxia y papado no puede haber ningún compromiso”.
Los dos autores son los exponentes más a la vista del ala tradicionalista de la Iglesia ortodoxa griega. Pero según el profesor Enrico Morini, "reflejan las posturas de buena parte de la jerarquía ortodoxa en Grecia, pero también en Rusia y en Rumania, y en una medida todavía mayor, de los fieles ortodoxos más conscientes y fervientes".
Morini es docente de Historia e Instituciones de la Iglesia ortodoxa, en la universidad estatal de Boloña y en la Facultad Teológica de Emilia Romaña, y presidente de la Comisión para el ecumenismo, de la arquidiócesis boloñesa.
Pero es otro el muro que ha originado el viaje del papa Jorge Mario Bergoglio a Tierra Santa.
Es el muro que divide a los cristianos entre sí.
Exactamente hace cincuenta años, el 5 de enero de 1964, el abrazo en Jerusalén entre Pablo VI y Atenágoras, el patriarca de Constantinopla, signó el inicio de un camino de reconciliación entre la Iglesia de Roma y las Iglesias ortodoxas de Oriente.
Así como la propuesta fue hecha por Atenágoras al Papa, también esta vez ha sido su sucesor, Bartolomé, quien propuso a Francisco la renovación de ese encuentro en Jerusalén.
El Papa acogió de inmediato la propuesta. Y por primera vez en la historia un viaje papal ha sido programado de común acuerdo con el patriarcado de Constantinopla, por la parte que se refería a las dos Iglesias.
Con dos importantes novedades respecto al encuentro de cincuenta años atrás entre Pablo VI y Atenágoras:
- la participación en el evento de representantes de otras Iglesias y denominaciones cristianas, no sólo orientales sino también otras pertenecientes a la cepa de la reforma protestante,
- y el lugar del encuentro, la Basílica jerosolimitana del Santo Sepulcro, con la roca de la cruz y la piedra removida en el momento de la resurrección, fundamento de la fe de todos los cristianos.
Ambas novedades signan el progreso que se ha efectivizado en medio siglo en el camino ecuménico entre las Iglesias cristianas.
Pero tanto una como otra testimonian también cuán arduo y signado de obstáculos es todavía ese camino.
La Basílica del Santo Sepulcro es el símbolo viviente de la medida en que las divisiones históricas entre las Iglesias tornan complicada y con rasgos conflictivos su cohabitación. Sobre la base de un "statu quo" que se remonta a 1753 y al dominio otomano, la titularidad de la Basílica está asignada al Patriarcado greco-ortodoxo de Jerusalén, a los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa y al Patriarcado armenio apostólico. Pero el uso de la Basílica está permitido también a los cristianos coptos, siríacos y etíopes. Para todos con una meticulosa repartición de los tiempos y de los lugares, cuya falta de respeto no raras veces desencadena enfrentamientos también físicos entre unos y otros, en el interior mismo del espacio sagrado, con la policía israelí que acude a reprimir los tumultos.
El hecho mismo que el papa de Roma y el patriarca de Constantinopla han sido recibidos pacíficamente en la Basílica y han celebrado una liturgia, derogando las leyes del "statu quo", es seguramente un signo importante.
Pero al mismo tiempo, quien en la tarde del domingo 25 de mayo recibió en la Basílica del Santo Sepulcro a los dos ilustres huéspedes venidos de Roma y de Constantinopla, el patriarca greco-ortodoxo de Jerusalén, Teófilo III, es testigo viviente de las divisiones que separan no sólo a la Iglesia latina de la ortodoxia, sino también a las Iglesias de Oriente entre sí.
El patriarcado greco-ortodoxo de Jerusalén, de rito bizantino, cuyos orígenes se remiten a los tiempos apostólicos, es la comunidad cristiana más presente en Tierra Santa.
Pero el pasado 29 de abril el patriarca de esta Iglesia, Teófilo III, ha sido exiliado litúrgicamente por otro histórico patriarca de la Iglesia greco-ortodoxa, el de Antioquía y de todo Oriente, Juan X.
Desde entonces, al celebrar la divina liturgia, Juan no pronuncia más el nombre de Teófilo entre los de las Iglesias ortodoxas en comunión entre ellas.
Lo que motivó esta ruptura, declarada unilateralmente por el sínodo de la Iglesia greco-ortodoxa de Antioquía, ha sido la creación, hace un año, por parte de Teófilo, de una nueva diócesis en Qatar, en un territorio que el patriarcado de Antioquía considera propio.
Pero las consecuencias han ido rápidamente más allá de este enfrentamiento entre los dos patriarcados. Han embestido todo el campo de la ortodoxia.
El 19 de marzo el patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomeo, convocó en Estambul a los jefes de todas las Iglesias ortodoxas, para anunciarles con el consenso de todos la convocatoria para el 2016 a ese concilio pan-ortodoxo que era esperado desde hace décadas, pero que jamás se había alcanzado a concordar.
En el calendario litúrgico bizantino el 9 de marzo era también el domingo llamado “de la ortodoxia”. Tanto Juan X como Teófilo III estuvieron presentes en Estambul, pero el primero no suscribió la declaración que fijó en el 2016 la convocatoria del Concilio pan-ortodoxo, ni tampoco participó en la divina liturgia.
Otra señal de división ha sido la ausencia, en el encuentro de Jerusalén entre Francisco y Bartolomé, de representantes de primer nivel de la Iglesia ortodoxa rusa, de lejos la más grande en el campo de la ortodoxia.
En su discurso en la Basílica del Santo Sepulcro, el papa Bergoglio ha renovado "la voluntad de mantener un diálogo con todos los hermanos en Cristo para encontrar una forma de ejercicio del ministerio propio del Obispo de Roma que, en conformidad con su misión, se abra a una situación nueva y pueda ser, en el contexto actual, un servicio de amor y de comunión reconocido por todos".
El próximo setiembre, en Novi Sad (Serbia), ya está programado un nuevo encuentro del equipo conjunto de obispos y teólogos denominado "Comisión Mixta Internacional para el Diálogo teológico entre la Iglesia Católica romana y la Iglesia ortodoxa", que debería proseguir el estudio de la cuestión del primado papal siguiendo las huellas del documento aprobado en Rávena en el 2007 por todos los componentes de la Comisión.
Pero en Rávena la Iglesia rusa estuvo ausente y en los años posteriores ha marcado siempre su desacuerdo respecto a ese documento.
No sólo eso. En el invierno pasado, el patriarcado de Moscú rechazó ásperamente en un documento aprobado por su sínodo cualquier tipo de "primado" – tanto del jefe de la Iglesia de Roma como el del patriarca ecuménico de Constantinopla entre las Iglesias ortodoxas – que no sea puramente honorífico y entre pares.
El Patriarcado de Constantinopla ha replicado este documento en forma no menos decidida.
Pero hay más. Existe el temor que los progresos alcanzados hasta aquí en el diálogo ecuménico entre Roma y las Iglesias de Oriente pertenecen a estrechas vanguardias iluminadas y están lejos de ser aceptados por el conjunto de la jerarquía y de los fieles ortodoxos.
Indicio de ello es una kilométrica carta abierta, en italiano y en inglés, enviada el pasado 10 de abril al Papa – o más exactamente "Al Ilustrísimo Sr. Francisco, Jefe del Estado del Vaticano" – por dos obispos metropolitanos de la Iglesia ortodoxa de Grecia: Serafín, del Pireo, y Andrés, de Konitsa.
La carta es una interminable y descarada secuela de acusaciones, culminando en las de herejía e idolatría, en apoyo de la tesis que “entre ortodoxia y papado no puede haber ningún compromiso”.
Los dos autores son los exponentes más a la vista del ala tradicionalista de la Iglesia ortodoxa griega. Pero según el profesor Enrico Morini, "reflejan las posturas de buena parte de la jerarquía ortodoxa en Grecia, pero también en Rusia y en Rumania, y en una medida todavía mayor, de los fieles ortodoxos más conscientes y fervientes".
Morini es docente de Historia e Instituciones de la Iglesia ortodoxa, en la universidad estatal de Boloña y en la Facultad Teológica de Emilia Romaña, y presidente de la Comisión para el ecumenismo, de la arquidiócesis boloñesa.
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