Ha reaparecido el tema del
celibato sacerdotal. Aunque hay asuntos mucho más importantes, conviene
aprovechar la cobertura mediática para explicar cuáles son las razones de peso
que justifican dicha medida disciplinaria en la Iglesia Católica de rito
latino. De entrada, tenemos que se trata de reproducir el mismo estilo de vida
de Jesús, quien fue célibe; sin embargo, para los que no se conforman con una
lectura teológica o espiritual, están las implicaciones prácticas. Todo el que
conozca a un buen sacerdote se habrá podido dar cuenta de la increíble carga de
trabajo -sin duda, causa de muchas satisfacciones- que lleva sobre sus hombros.
¿No sería inhumano sumarle la responsabilidad de tener esposa e hijos? A la
hora de la muerte, ¿quiénes y qué bienes heredarían?, ¿acaso podría con la
parroquia y el hogar? ¿los niños no terminarían siendo inestables ante tantos
cambios de domicilio y/o comunidad? Seamos sensatos. Dos vocaciones en una
rebasan a cualquiera.
El que
haya excepciones a la regla -como, por ejemplo, en el caso de los sacerdotes de
rito oriental- no es un argumento suficiente para desecharla, pues se conocen
muchos conflictos que los casados-ordenados, están teniendo a la hora de
administrar su tiempo para poder repartirlo entre las actividades del
ministerio y los compromisos familiares. En otras palabras, hay muchas quejas
-justiciadas- de parte de los fieles, quienes se sienten mal atendidos. El que
esto escribe, escuchó de un sacerdote maronita que, aunque tenía la posibilidad
de casarse y, posteriormente, ser ordenado, optó por el celibato. ¿La causa? no
se puede estar en dos cosas al mismo tiempo sin que una se quede desatendida.
Es cuestión de lógica y no de rechazo a la sexualidad humana. Ordenar a varones
casados en contextos marcados por la guerra o el paso de otra confesión
cristiana a la Iglesia Católica es aceptable, razonable; sin embargo, fuera de
eso es sobrecargar demasiado a una persona que se verá muy limitada al momento
de sacar adelante la tarea que le corresponde como ministro ordenado.
Supongamos
que un párroco casado tiene tres hijas y que una de ellas regresa de un viaje
el día y la hora de la apertura del sínodo diocesano. ¿Cuál será su prioridad?
Obviamente recoger a la niña en el aeropuerto. Si el sacerdocio fuera un
trabajo; es decir, dentro de un horario establecido, no habría problema, pero
cuando se trata de un estilo de vida concreto resulta incompatible con la
formación y el sostenimiento de un hogar. Los fieles terminarían pagando todo y
eso tampoco sería justo. Si se aplicó dicha medida disciplinaria fue para
evitar sobrecargar a los involucrados. Ahora bien, aceptar la carta de una
mujer que pide al Papa el fin del celibato para poder relacionarse libremente
con el sacerdote que se ha convertido en su novio, es tan ilógico y rebuscado
como el que un hombre o una mujer le solicite un permiso para vivir en
adulterio.
Ahora
bien, quien decide entrar al seminario ya sabe a lo que va. Si su idea es
casarse, ¡que no entre y punto! El celibato sacerdotal es sinónimo de entrega a
tiempo completo en favor de la evangelización y la administración de los
sacramentos. Así de claro.
Carlos J. Díaz
Rodríguez
No hay comentarios:
Publicar un comentario