martes, 1 de abril de 2014

TENEMOS UN PROBLEMA CON LOS SACRAMENTOS. SAN AMBROSIO DE MILÁN


Estamos en plena postmodernidad, una época en donde sólo se considera válido lo que se ve, toca y se disfruta. En este caldo de cultivo, los católicos seguimos celebrando lo inmaterial que nos transforma a través de los sacramentos.

Los sacramentos son signos que comunican a Dios mismo a quien los recibe y además, permiten renovar la Comunión de los Santos. Por desgracia muchos de nosotros sólo los entendemos como elementos simbólicos de cohesión social. Por eso se desatienden las formas litúrgicas y se sobrevaloran la comunidad que se reúne en torno a ellos. Pero ¿Por qué damos tanto valor a los sacramentos en los aspectos que producen desunión?

Esta pregunta tiene una respuesta sencilla y rápida: el diablo (dia-bolos, el que separa) anda detrás. Busca que perdamos en sentido simbólico (Sym-bolos, lo que une) que hay detrás de los signos sacramentales, ya que con ello perdemos el acceso a la Gracia de Dios. Ya no sabemos, con claridad, qué es un sacramento:

Hay sacramento en una celebración cuando la conmemoración de lo acaecido se hace de modo que se sobreentienda al mismo tiempo que hay un oculto significado y que ese significado debe recibirse santamente. (San Agustín, Carta 55,1)

En este breve párrafo San Agustín nos habla del sentido simbólico que hay detrás de los signos sacramentales. Al recibir un sacramento estamos actuando simbólicamente y recibiendo la Gracia a través del signo que aceptamos en nosotros.

Cuando el ser humano pecó por primera vez, la consecuencia fue la pérdida de la comunicación directa con Dios. Ya Adán no escuchaba cuando Dios le hablaba. Pero Dios no quiso que esta separación fuese total, haciéndose presente a través de formas diversas, en lo creado y a través de los sacramentos.

Has visto el agua. Has visto aquello que se podía ver con los ojos del cuerpo […] No has visto todo lo que era obra eficaz. Has visto nada más aquello que era visible. Pero son más grandes las cosas que no se ven que las que son visibles, porque las cosas que se ven son temporales y las que no se ven son eternas (2Co 4,18) (San Ambrosio de Milán, Los Sacramentos 1, III, 10)

Los sacramentos actúan como el Velo del Templo, que es traslúcido. Ocultan a Dios para quien no es capaz de componer la figura que hay detrás del velo. Pero quien se acerca al velo y mira a través, está más cerca que nunca de Dios. ¿Cómo puede aceptar esto la sociedad postmoderna del siglo XXI?

Diría que es imposible, ya que nuestra sociedad no es capaz de aceptar que exista velo que nos separa de Dios. Simplemente niega su existencia o lo coloca tan lejano y desentendido de nosotros, que deja de ser importante. Los cristianos vamos dando lentos pasos que nos conduce a un agnosticismo piadoso, que a veces tiene ribetes de idolatría. Ya sabemos que Cristo nos dijo que debíamos amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a uno mismo. Por ejemplo, ahora mismo tendemos a amar al prójimo como si fuera Dios mismo, olvidándonos de amarlo como imagen de Dios en todos nosotros. Esto produce que la Liturgia y los sacramentos sean solamente excusas para vernos de domingo en domingo. Para muchos lo importante no es la presencia de Dios, sino la convivencia social de la comunidad.

En este caldo de cultivo es lógica la propuesta del Cardenal Kasper, para que el sacramento del matrimonio se reformule y con el, el sentido de la confesión y la eucaristía con el fin de que algunas personas divorciadas y casadas de nuevo, puedan comulgar Tampoco resulta fácil exigir a las dos madres lesbianas, que eduquen a su hija como una católica coherente. Tal como ha sucedido en estos días en Argentina.

En ambos casos nos quedamos con las apariencias externas y aplicamos la misericordia que desecha la justicia. Como decía San Agustín:

No seáis, pues, tan benévolos con los malos que les deis aprobación; ni tan negligentes que no los corrijáis; ni tan soberbios que vuestra corrección sea un insulto (San Agustín. Sermón 88,20)

No pongo en duda la capacidad de la Iglesia para redefinir el entendimiento de los sacramentos, pero hay que tener en cuanta las consecuencias que esto conlleva. No se puede decir que los dogmas siguen siendo válidos, pero que la forma en que se lleva a la práctica puede cambiar. Lamentablemente, esto conlleva aceptar el relativismo y el nominalismo, como base de la convivencia dentro de la Iglesia y ya sabemos a donde nos conduce este planteamiento: la desunión.

El momento en que vivimos es apasionante y al mismo tiempo, muy peligroso para la Iglesia. En cualquier caso, el Señor es quien lleva el timón y aunque nos empeñemos en acercarnos a las rompientes, El sabrá sacarnos delante. Ya lo ha hecho otras veces.

Néstor Mora Núñez

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