Aunque suene feo decirlo, los
cristianos tenemos frecuentemente la tentación de vivir nuestra fe desde el
legalismo, cual maestros fariseos, de modo que nos “obligamos” a vivir lo que
en cada momento toca vivir, y punto. Y lo digo porque ahora toca vivir la
Resurrección y la alegría, y pese a ello, puede que muchos aún se encuentren en
el viernes santo, en la cruz, en la muerte. Siendo así, desde el legalismo del
que hablaba, acabamos hasta sintiéndonos culpables, porque parece que no
estamos experimentando aquello a lo que se nos invita.
Es fácil volver a la rutina, el
lunes de la octava de Pascua, y encontrar la cruz de siempre; los mismos
problemas, el mismo sufrimiento, la misma desesperanza, para acabar pensando “sí,
Jesús ha resucitado, pero ¿a mí qué? Mi vida sigue siendo igual de insípida,
monótona, triste, etc.”
Bueno, vayamos por partes. Que el
pasado domingo celebrásemos la Resurrección, no significa que ése en concreto
sea el momento en que tenga que darse en tu vida. Ten paciencia y deja obrar al
Señor. Gracias a Dios, Jesús se levantó en verdad de entre los muertos y está
vivo, lo cual quiere decir que puede hacerte partícipe de esta resurrección en
cualquier día del año. Poderoso es para tocar tu vida cuando sea el momento, y
desde luego, siempre que tú quieras.
Por otra parte, Jesús resucitado
no es una suerte de apisonadora que deja tu camino más liso que el culito de un
bebé, eliminando todo obstáculo y dejándote por delante una autopista. No se
trata de eso. Claro que tu cruz seguirá ahí, cualquiera que sea la forma que
ésta tome. Y el lunes vuelves a tu trabajo, o a la falta del mismo. Y cada uno
a sus sufrimientos. Pero es que hay UNO que bajó a tus infiernos particulares
(como escuché a un querido hermano estos días), para que no tengas que
enfrentarte a ellos solo nunca más, para que puedas salir vencedor de los
mismos, y no por tus fuerzas. Hay UNO que camina contigo cada día, que es real
y está vivo. Hay UNO con quien puedes hablar en todo momento, que te escucha,
¡y que te contesta! Hay UNO que carga con todo aquello que tú no puedes. Hay
UNO que besa y abraza lo que detestas de tu vida. Y puedes experimentar que
todas esas cosas que te llevan a una pequeña muerte diaria no son el final;
estás llamado a la vida, a la misma vida de aquel que ha vuelto de entre los
muertos: Jesús. Y entonces todo es distinto, y pasa a cobrar sentido.
Quizás todo esto te suene muy
grande. “A mí con que Dios me solucionara el problemilla éste…”, podrías
pensar. Parches, migajas. Es la actitud del lisiado de nacimiento que aparece
en los Hechos de los Apóstoles; sentado a la puerta del templo, cuando Pedro y
Juan pasan a su lado y el primero le dice “míranos”, espera una limosna. Eso le
pedimos tantas veces a Jesús resucitado: una limosna. Y sin embargo, Cristo
quiere obrar en nosotros lo que hizo en el lisiado a través de Pedro: ponernos
en pie y hacernos andar. ¡Andar! Y andar allá donde tus pies pueden fallar,
donde no tienes seguridades. Andar incluso sobre las aguas. Pese a las
tempestades.
Así pues,
ánimo si no has sentido la Resurrección. Ánimo si estás lisiado al borde del
camino. Jesucristo no vendrá a poner una tirita, ni a darte ibuprofeno para que
te duela menos. ¡Cristo te levantará! Y tomará tu vida, si se la entregas, para
llenar hasta el último rincón de luz y de vida. Y no lo hará figuradamente:
usará unas manos concretas para alzarte. No es sueño, ni tópico, ni utopía; es
para lo que has sido creado: para tener vida, en abundancia y eterna.
José Manuel Puerta
Sánchez
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