En este dilema sobre el que he
escrito, nunca he dicho que éste sea un asunto de misericordia. Si la persona
no hace mal rehaciendo su vida con una persona que le ama, entonces no hay que tenerle
misericordia, no hace daño a nadie.
Ahora bien, si el dilema no es la
ley o la misericordia, ¿cuál es entonces el dilema? ¿La ley frente a qué otra
cosa?
El problema es que si afirmamos
que no se puede imponer el heroísmo de la castidad al cónyuge joven abandonado,
¿entonces tampoco podríamos imponer el heroísmo frente a la ley moral en ningún
caso?
¿Pecaría el juez que emite una
sentencia injusta, sabedor que si condena al culpable, será asesinada su
familia? Evidentemente, sí. Nadie diría que la misericordia está por encima de
la ley.
No es la cuestión del vínculo,
por tanto, una cuestión de misericordia. El padre que prohíbe a su hijo
diabético tomar dulces, no es cruel. Si existe el vínculo indestructible, como
una realidad espiritual, entonces no es crueldad afirmar la verdad.
Dios al crear el vínculo
indestructible, sabía que lo entregaba en manos humanas. Lo mismo que el
sacerdocio. Pero ese vínculo sacramental lo entrega no al hombre-animal, sino
al hombre que vive en la Nueva Alianza, que vive en Cristo.
Dios sabía lo que hacía al crear
el vínculo indisoluble. Dios sabía que su don llegaría, con el pasar del
tiempo, a una sociedad como la nuestra en este tiempo.
En mi modesta opinión, si
atendemos a la verdad, la ley eclesiástica es expresión de esa verdad de Dios,
de esa verdad del Creador respecto a la familia. Esa verdad no es cruel, ni
inmisericorde. Simplemente, es lo mejor para los seres humanos.
Ahora bien, no es imposible crear
una teología de la relación del poder de las llaves apostólicas en la materia
matrimonial. La determinación de Moisés sobre el libelo de repudio no fue
criticada ni siquiera por un solo profeta hasta la llegada de Cristo. Luego
Dios tampoco criticó la decisión de Moisés.
Simplemente, hubo un momento en
que Cristo dijo: a partir de ahora, no. Pero no hubo un juicio negativo
respecto a la decisión de Moisés.
Luego Moisés obró con autoridad
en esa decisión. Y esa decisión fue la más acertada dadas las circunstancias.
¿Resulta absolutamente imposible una nueva acción de ese tipo? Moisés actuó el
matrimonio no sacramental. ¿Podría un Papa actuar sobre la praxis post
sacramentum dejando intacta la doctrina?
¿En la práctica, los tribunales
eclesiásticos matrimoniales no suponen esa intervención? En teoría, no. Pero en
la práctica, no me atrevería a afirmarlo de forma tan clara. ¿Acaso no son
muchos los que mienten al testificar en el proceso que pide la declaración de
nulidad? Y, sin embargo, tras la sentencia, lo mejor es acatar la sentencia sin
dar más vueltas a si el otro tal vez haya mentido o no cuando testificó.
En el fondo, las conciencias se
aquietan al saber que lo que ha sido desatado en el tribunal, queda desatado.
No aceptar la sentencia, supondría dejarlo todo en manos del subjetivismo del
cónyuge que no acepta esa decisión canónica. Luego el tribunal, en el fondo,
supone no sólo una mera declaración sobre el pasado (fue válido o no), sino una
cierta determinación: queda desatado.
Lamento en mi post ser tan oscuro y complicado, pero este tema realmente no es sencillo. Aunque, al final, todo se reduce a que aceptaremos lo que digan los obispos en unión con el Papa. Acataremos de todo corazón lo que determine el Papa, aunque lo determine a solas. Y mientras el Papa no diga nada, la doctrina es la que ha sido, es y será.
Puede parecer que entre ambas afirmaciones hay contradicción: la verdad
es inamovible, y acataremos lo que diga el Papa. Pero no nos olvidemos, en todo
este asunto, que Jesucristo tiene su vicario sobre la tierra. Luego podemos
reflexionar y hacernos preguntas. La Iglesia es un espacio de libertad. Pero,
al final, lo que vale es lo que diga el Sucesor de Pedro. Yo me puedo equivocar
en mis razonamientos, pero al obedecerle sé que no me equivoco. El Espíritu
Santo está y estará sobre él.
P.
FORTEA
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