Es esta,
una frase que…, nos aparece en el salmo 123. Pero lo indicado, es que antes de
comentar este salmo, será mejor que lo copiemos. El salmo nos dice:
1 Canto de peregrinación. De
David.
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte –que lo diga Israel–,
2 si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuándo los hombres se alzaron contra nosotros,
3 nos habrían devorado vivos. Cuando ardió su furor contra nosotros,
4 las aguas nos habrían inundado, un torrente nos habría sumergido,
5 nos habrían sumergido las aguas turbulentas.
6 ¡Bendito sea el Señor, qué no nos entregó como presa de sus dientes!
7 Nuestra vida se salvó como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió y nosotros escapamos.
8 Nuestra ayuda está en el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Si el Señor no hubiera estado de nuestra parte –que lo diga Israel–,
2 si el Señor no hubiera estado de nuestra parte, cuándo los hombres se alzaron contra nosotros,
3 nos habrían devorado vivos. Cuando ardió su furor contra nosotros,
4 las aguas nos habrían inundado, un torrente nos habría sumergido,
5 nos habrían sumergido las aguas turbulentas.
6 ¡Bendito sea el Señor, qué no nos entregó como presa de sus dientes!
7 Nuestra vida se salvó como un pájaro de la trampa del cazador: la trampa se rompió y nosotros escapamos.
8 Nuestra ayuda está en el nombre del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
En las peregrinaciones que subían
hacia Jerusalén, los israelitas entonaban una serie de cantos, de los cuales,
quizás el más conocido es el que comienza diciendo: 1 Canto de peregrinación. De
David. ¡Qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la Casa del Señor! 2 Nuestros
pies ya están pisando tus umbrales, Jerusalén. El Señor desde niño ya había
subido a Jerusalén en estas peregrinaciones, una de cuyas finalidades era la de
ir juntos por temor a ser asaltados por los bandidos.
Este salmo 124, es un canto de
alabanza y agradecimiento al Señor por las pruebas superadas, descritas con
imágenes tradicionales: fieras, inundaciones, trampas. La historia del pueblo
israelita, es una continua historia de fidelidades e infidelidades con Yahvé.
Hay que tener en cuenta que Israel era en sus principios un pueblo no
monoteísta sino monolatrista. El término monoteísmo, es mucho más conocido que
el de monolatrismo, y sin embargo ambos son importantes.
El monoteísta, es aquel que solo
admite a un único Dios verdadero, Creador de todo lo visible y lo invisible y
por el reconocimiento de Él, como único y verdadero Dios y solo cumplimentando
su voluntad se puede llegar a la eterna felicidad. Por el contrario, el
monólatra, cree que su dios es aquel, al que debe de adorar y seguir, pero admite
la existencia de otros dioses en otras religiones, tan verdaderos como el suyo,
y a los que adoran otras personas, y le parece lógica y acertada esta opinión,
aunque este no sea su camino, es decir, el monólatra cree que Dios se
manifiesta de diferentes formas y en diferentes religiones.
El monolatrismo al final, viene a
ser una forma del politeísmo, con la diferencia de que el politeísta piensa que
se trata de dioses diferentes, y el monólatra piensa que es el mismo dios, que
quiere que se llegue a él por medio de distintas religiones. Es de ver que esta
forma de pensar, está hoy en día, en la mente de muchos, que le dan la misma
validez a todas las religiones.
Volviendo al salmo 124 y a su
frase relativa a las aguas espumantes, pienso
en la cantidad de veces que cada uno de nosotros nos hemos encontrado con las
aguas espumantes, o tal como nosotros acostumbramos a decir con el agua al cuello. Desgraciadamente, son
muchos los que viven apartados de Dios, y no saben que Él es un padre amoroso,
que a nadie le deja sin su auxilio. Todos seamos piadosos o no, creyentes o no,
enamorados de Él o no, a todos nos quiere porque somos hijos suyos y mientras
estemos en este mundo, vivimos, unos sabiéndolo y otros sin saberlo dentro del ámbito de su amor.
Y mientras
estemos dentro de ese ámbito de amor,
nos afirma la Escritura: "El que
cree en él, no quedará confundido" (Rm 10,8-13). Quizás la solución
que esperábamos nosotros, no es la misma que Él le da a nuestros problemas y
nosotros esperábamos otra. Hay que partir de la base de que al Señor, lo que de
verdad le interesa es la salvación de nuestra alma, le interesa que acudamos a
su amor, para ser eternamente felices, pues para eso nos ha creado, su mirada
no está como la nuestra, siempre puesta en soluciones materiales de este mundo,
para conseguir en felicidad terrenal, tratando muchas veces de sacrificar
nuestra vida eterna por un plato de lentejas.
Estar con las aguas espumantes al
cuello, en determinados momentos de nuestras vidas, es un algo que forma parte
de nuestra cruz y aceptarlo pensando en el valor redhibitorio, que tiene todo
sufrimiento soportado y aceptado por amor al Señor. No creamos que solo son los
hombres los únicos que sufrimos, Hasta Dios Padre, sufre y así nos lo hace
saber por medio del profeta Isaías, cuando este nos dice: “Oíd, cielos, escucha, tierra, que habla Yahvé; Hijos crié y saqué
adelante, y ellos se rebelaron contra mí” (Is 1,2). Es indudable que en
esta profecía de Isaías, Dios se lamenta del comportamiento de su pueblo elegido.
Decíamos más arriba, que historia del pueblo israelita, es una continua
historia de fidelidades e infidelidades con Yahvé.
En relación a este versículo de
Isaías, Raniero Cantalamessa Franciscano capuchino, predicador de la Casa
Pontifícia, escribe diciendo: “Hijos he
criado y educado, y ellos se han rebelado contra mí” (Is 1,2). Los padres de la
tierra que hayan vivido la tristísimo experiencia de ver como sus hijos
reniegan de ellos y los desprecian pueden comprender bien el dolor que se
esconden detrás de estas palabras de Dios”. Y desgraciadamente, estos casos
son más frecuentes de lo que uno puede suponer. Todos sabemos que existe un
cuarto mandamiento que dice: Honrar padre y madre. “12 Honra a tu padre y a tu madre, para que se prolonguen tus días
sobre la tierra que Yahvé (YHWH), tu Dios, te va a dar". (Ex 20,12).
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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