Si no hay reciprocidad el amor se marchita. El amor necesita ser correspondido y esa correspondencia es uno de los factores que más solidifican y aumentan el amor. Antes de seguir adelante, hemos de ver y entender para mejor comprender todo, que Dios como único Creador
de todo lo visible y lo invisible, es el Único que puede generara amor, lo suyo es un amor sobrenatural que lo derrama sobre todas criaturas por Él creadas, y de este amor sobrenatural, como de un reflejo, de él surge en nosotros el amor humano, con el que nosotros amamos, no solo al Señor, sino al resto de seres creados por Él y todo lo por Él creado. Si de verdad amamos, lo lógico es que amemos también la obra de nuestro Creador que es nuestro amor. Nosotros
carecemos de la capacidad necesaria para generar amor sobrenatural, es el Señor quien genera y crea los seres animados e inanimados y las leyes por las que todo lo creado se rige, en la totalidad del Universo.
Centrándonos en el amor, este como todo lo creado se rige por unas leyes y características
específicas que tiene la Creación y estas son iguales en el amor sobrenatural del Señor, que en el amor humano, porque el amor humano solo es un reflejo débil y pálido del amor divino.
Una importante característica del amor, como ya hemos apuntado anteriormente, es la
reciprocidad, porque el amor necesita ser correspondido, lo mismo el amor divino que el humano. Dios nos ama a todos, seamos creyentes o no creyentes, y busca nuestro amor, busca en nosotros la reciprocidad al amor que Él nos da. Y esta ansia divina del amor humano, es la que le movía a Santa Teresa de Lisieux, para decir que tal parece que el Señor es el mendigo del
amor de nuestro amor.
El Señor anhela nuestro amor, y ello es una consecuencia de la característica de reciprocidad que el amor tiene. Es por ello por lo que San Juan de la Cruz dice: “El que ama no puede estar
satisfecho si no siente que ama tanto como es amado”.
Este anhelo que el Señor tiene del amor del hombre se refleja en el Apocalipsis, cuando dice: “Mira que estoy a la puerta llamando; si no me oye y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos” (Ap 3,20-)”.
La esencia de Dios es el amor y así nos lo manifiesta San Juan evangelista, cuando nos dice: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios y Dios en é1”. (1Jn 4,16). Y nosotros hemos sido creados, por Él a su imagen y semejanza, por razón de amor.
Es por ello, tal como se expresa el obispo Sheen, cuando dice: “El hombre quiere amor. Lo necesita porque está incompleto dentro de sí mismo. Quiere un amor sin celos, sin odios, y por encima de todo; un amor sin Saciedad, un amor dotado de un constante éxtasis, en el que no haya no soledad ni cansancio”.
Pero sobre todo, lo que el hombre desea es que en su amor sea correspondido, porque el
amor no correspondido es un deseo, un anhelo de ser amado y cuando uno no es amado, termina por amarse a si mismo. El verdadero amor no consiste ni puede consistir, en amarse a sí mismo; el amor autentico es el que se dirige hacia otro y se opone precisamente a la búsqueda de uno mismo y al afecto a sí mismo.
El hombre es un ser necesitado de amar y de ser amado. Si no puede satisfacer esta exigencia natural, la existencia se le vuelve insoportable. Y esta necesidad de amar que tiene el hombre, es también propia de la esencia de Dios. Nada ensancha tanto el corazón como amar y ser amado, pero no es menos cierto que nada puede herirlo tanto porque precisamente amando y siendo amados percibimos que la respuesta humana es forzosamente inadecuada. O ni siquiera se nos toma en consideración por la persona que amamos.
Es este, un tema complicado el de los amores humanos no correspondidos. Generalmente estos
amores, más conciernen a unas épocas de adolescencia y de juventud, cuando el ser humano, sea ella o sea él, comienzan a asomarse a la vida, al mismo tiempo que secretamente empiezan a enamorarse de otro o de otra, que es ignorante de ese amor secreto que se le tiene y unas veces puede ser que sea objeto de deseos recíprocos y otras veces no, y es precisamente, es en esta época de la vida, cuando nace la tragedia de amar sin sentirse amado.
Entramos así, en el mundo de los celos, las pasiones, los engaños, y todas esas figuras que juegan alrededor del amor entre las personas, cuando este amor más de una vez, se mezcla con la impureza de los deseos humanos, al margen de lo por Dios dispuesto. Y aun permaneciendo puro, este amor entre las personas, cuando no es correspondido, crea verdaderos traumas y heridas, que más de una vez, el tiempo se encarga de cicatrizar.
Para encontrar la correspondencia en el amor que se tiene y no es correspondido, San Juan de la Cruz da una fórmula, que dice: “Donde no hay amor, pon amor y sacaras amor”. Esta fórmula funciona tal como Charles Foucauld nos dice: Porque el amor, es el medio más poderoso de atraer al propio amor, porque amar es el medio más poderoso de hacer que nos amen… Puesto que el Señor, así nos declaró su amor, imitémosle declarándole el nuestro… No nos es posible amarlo sin imitarlo, amarlo sin querer ser lo que Él fue, hacer lo que Él hizo o sufrir y morir torturado; no es posible amarlo y querer ser coronado de rosas cuando Él lo fue de espinas”.
Pero aquí a lo que en verdad nos referimos, es al mutuo amor que el alma humana busca y
puede sentir hacia su Creador. En este caso, todo el que ama, puede decir sin dudar, que es amado, Pues Dios ama a todo ser viviente en este mundo. Y el que desea amar al Señor, por el mero deseo de amarle ya ama y por lo tanto es más amado del Señor. Porque si la reciprocidad en el amor es intensa, la consecuencia lógica es que el amor será también intenso.
Solo en el amor al Señor, es donde podemos tener esa garantía de que somos correspondidos
con reciprocidad, porque somos amados mucho más de lo que nosotros seamos capaces de amar al Señor. Y esto es así, sencillamente, porque al ser Dios un Ser ilimitado en todas sus manifestaciones, su amor es siempre ilimitado, y el amor que nosotros seamos capaces de devolverle, siempre será un amor limitado en relación a su intensidad y cuantía. El nuestro será siempre un pobre y raquítico amor, comparado con el que Dios nos tiene.
Pero esta necesidad de ser correspondido en el amor, la siente el mismo Dios, tal como antes ya hemos escrito, cuando se nos queja de que ¡El Amor no es amado! ¡Haz amar al Amor! Dios es amor, y debemos procurárselo. El mismo Jesús, en visiones particulares, se queja: Debes creerme como suena, hija mía. ¡Tengo necesidad de amor! Como un hambriento necesita pan y un sediento necesita agua. Yo tengo necesidad de amor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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