En 1141,
Hildegarda llevaba cinco años de abadesa cuando experimentó una iluminación que
la dejó amedrentada y que ha dejado escrita: "A los cuarenta y tres años
de mi vida en esta tierra, mientras estaba contemplando una visión celestial,
vi un gran esplendor del que surgió una voz diciéndome: Oh frágil ser humano,
ceniza de cenizas y podredumbre de podredumbre: Habla y escribe lo que ves y
escuchas. Como eres tímida para hablar, ingenua para exponer e ignorante para
escribir, anuncia y escribe estas visiones, no según las palabras de los hombres,
sino tal como las ves y oyes... Dirás [...] lo que ves y escuchas y escríbelo,
no a tu gusto o al de algún otro ser humano, sino según la voluntad de Aquel
que todo lo sabe, todo lo ve y todo lo dispone...".
"Sucedió que, en el año 1141 de la Encarnación de Jesucristo Hijo de Dios,
cuando cumplía yo cuarenta y dos años y siete meses de edad, del cielo abierto
vino a mí una luz de fuego deslumbrante que infundió todo mi cerebro y que
inflamó todo mi corazón y mi pecho como llama viva que no abrasa, como el sol
calienta las cosas al extender sus rayos... Y de pronto gocé del entendimiento de
cuanto dicen las Escrituras: los Salmos, los Evangelios y todos los demás
libros católicos del Antiguo y Nuevo Testamento, aun sin poseer la
interpretación de las palabras de sus textos, ni sus divisiones silábicas,
casos o tiempos...".
Hildegarda empezó a recibir en su alma la obra para la que había estado siendo
preparada durante la primera mitad de su vida: "Yo, Luz viva que ilumina
la oscuridad, forjé a Mi placer y milagrosamente esta criatura humana elegida
para introducirla en las grandes maravillas, más allá de lo alcanzado por los
antiguos pueblos [...] pero la tiré al suelo para que no se ensalzara su mente
en la arrogancia [...] humilde y temerosa en todas sus obras, ha sufrido el
dolor en sus entrañas y en las venas de su carne; atormentados el alma y los
sentidos, su cuerpo soportó infinitos quebrantos: no conoce seguridad ninguna y
en todos sus rumbos se juzgó culpable... he sellado todos los resquicios de su
corazón para que su mente no se enaltezca por orgullo ni se gloríe, sino que
sienta temor y pesar más que alegría y jactancia".
La Luz Viva no quería que Hildegarda utilizara sus propias palabras a su
estilo, sino que se limitara estrictamente a repetir lo que oía en su alma:
"Escribe según Yo y no según tí ".
Y de la misma forma que había forjado su instrumento, la puso en contacto con
un monje (Fólmar, Volmar) del monasterio contiguo, "un hombre fiel y
semejante a ella. Trabajaron unidos, luchando con afán celestial para que
fueran revelados Mis hondos misterios".
La misión de Fólmar era pulir el latín puramente fonético de Hildegarda, que
repetía lo que oía sin saber una palabra de gramática latina: "Como tú no
recibes la sabiduría del Cielo en la forma normal [en que escriben latín] los
humanos, pues no estás acostumbrada, él [Fólmar], sin añadir nada, debe ponerlo
en el latín de los humanos".
Al principio Hildegarda se resistía a acometer una obra de la que se sentía
incapaz: "Pero yo me resistí a escribir, no por pertinacia sino por
humildad, hasta que el látigo de Dios me golpeó derribándome en el lecho de la
enfermedad. Y así fue como, forzada por tantas dolencias, con el testimonio de
una joven noble y de buenas costumbres, [Ricarda de Strade] y también de aquel
religioso [Fólmar] a quien, según digo más arriba, secretamente había buscado y
encontrado, empecé por fin a escribir".
Escrito por José María Sánchez de Toca y Rafael Renedo.
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