En su primera epístola a los
Corintios San Pablo les escribe a estos, diciéndoles: “El mensaje de la cruz es necedad para los que están en vías
de perdición; pero para los que están en vías de salvación es fuerza de Dios
Porque está escrito: "Destruiré la sabiduría de los sabios y rechazaré la
ciencia de los inteligentes". (1Cor 1,18-19). Son solo dos los
caminos, que se nos abre ante nosotros. Dos vías a recorrer una de salvación y
otra de perdición. Rotundamente así se lo manifestó San Pablo a los corintios y
con la misma rotundidad se nos manifiesta a nosotros. Satanás, apoyándose en
nuestras mentes mundanas, nos hace ver la necedad que para un hombre culto y
mundanamente instruido significa seguir el camino de la cruz. Y evidentemente
aplicando solo los conocimientos mundanos, el camino de la cruz es una necedad
masoquista. Es por ello que unos y otros le pedían a San Pablo sabiduría o
milagros para aceptar el camino de la cruz.
Por ello continua San Pablo
diciéndonos: “Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca
de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado,
escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de
Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos”. (1Cor
1,22-24). En una actual y correcta interpretación de este pasaje de la
epístola, es de ver que aquí los griegos eran los gentiles, éramos o somos todos
nosotros. Los judíos seguían y aun siguen esperando al Mesías, y para admitir a
Cristo como el esperado Mesías, ellos querían ver milagros, unos milagros que
les atestigüen, que el que parecía ser el Mesías, o el que se presentase con
este título, tenia que ser acompañado de milagros. Ellos quieren crear su fe,
apoyándose en los ojos de su cara; nosotros solo creeremos si vemos. Pero, no
tenían en cuenta, que los únicos ojos humanos que nos permiten atestiguar en lo
que creemos, son los ojos de nuestra alma.
La historia es vieja, a San Pablo
los judíos le reclamaban milagros para creer lo mismo que años antes, también
se los habían reclamado al Señor: “Entonces le interpelaron algunos escribas
y fariseos, y le dijeron: Maestro, quisiéramos ver una señal tuya. El,
respondiendo, les dijo: La generación mala y adultera busca una señal, pero no
le será dada más señal que la de Jonás el profeta. Porque, como estuvo Jonás en
el vientre del cetáceo tres días y tres noches, en el corazón de la tierra”.
(Mt 12,38-40). La alusión del Señor a los tres días de Jonás, es una alusión a
su propia muerte y resurrección al tercer día, de igual forma que también alude
a su resurrección al tercer día cuando los judíos le piden otra vez una prueba
estando en el Templo y después de haber echado del Templo a los mercaderes: “Los
judíos tomaron la palabra y le dijeron: ¿Que señal das para obrar así?
Respondió Jesús y dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantare.
Replicaron los judíos: Cuarenta y seis años se han empleado en edificar este
templo, ¿y tú vas a levantarlo en tres días? Pero Él hablaba del templo de su
cuerpo. Cuando resucito de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de
que había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que Jesús había
dicho”. (Jn 2,13-22). ¡Eh aquí! lo que el Señor ofrece a los judíos que
reclaman la prueba de un milagro. El milagro de su propia Resurrección al
tercer día.
Y esta conducta del Señor, nos la
aclara el parágrafo 994 del Catecismo de la Iglesia católica, al decir este
que: “Pero hay más: Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia
persona: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11,25). Es el
mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en Él. (cf.
Jn 5,24-25; 6,40) y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre (cf. Jn 6,54). En
su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo
la vida a algunos muertos (cf. Mc 5,21-42; Lc 7,11-17; Jn 11), anunciando así
su propia Resurrección que, no obstante, será de otro orden. De este
acontecimiento único, El habla como del "signo de Jonás" (Mt
12,39), del signo del Templo (cf. Jn 2,19-22): anuncia su Resurrección al
tercer día después de su muerte (cf. Mc 10,34).
Frente a estos hechos y pasajes
bíblicos y lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia católica, está
perfectamente claro, que ante nosotros se abren dos vías; una de salvación y la
otra de perdición. Cristo crucificado es necedad y escándalo, par los que
caminan por la vía de perdición, pero la cruz es fuerza y sabiduría, para los
que caminan por la vía de salvación. Y no existe distinción alguna entre judíos
o griegos, entre judíos o gentiles. Dicho en términos actuales entre católicos,
resto de cristianos, musulmanes judíos, budistas, hindúes, paganos, agnósticos
, ateos, o cualquier otra persona humana, pues todos hemos sido creados por
Dios y a todos nos ama con especialísimo interés como obra suya, como si
cualquier ser humano hubiese sido el único creado por Dios.
El sufrió Pasión y muerte en la
cruz, derramando su sangre absolutamente por todo ser humano, por Él creado. “Como
el Padre me amó, yo también os he amado; permaneced en mi amor. Si guardareis
mis preceptos, permaneceréis en mi amor, como yo guardé los preceptos de mi
Padre y permanezco en su amor”. (Jn 15,9-10). Benedicto XVL en el punto 10
de la “Encíclica Deus caritas est”, nos dice: “Israel ha cometido
adulterio, ha roto la Alianza; Dios debería juzgarlo y repudiarlo. Pero
precisamente en esto se revela que Dios es Dios y no hombre: ¿Cómo voy a
dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel?... Se me revuelve el corazón, se me
conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir
a Efraím; que yo soy Dios y no hombre, santo en medio de ti (Os 11,8-9). El
amor apasionado de Dios por su pueblo, por el hombre, es a la vez un amor que
perdona. Un amor tan grande que pone a Dios contra sí mismo, su amor contra su
justicia. El cristiano ve perfilarse ya en esto, veladamente, el misterio de la
Cruz: Dios ama tanto al hombre que, haciéndose hombre él mismo, lo acompaña
incluso en la muerte y, de este modo, reconcilia la justicia y el amor”.
Es el misterio de la Cruz el que nos
abre las puertas de la eterna felicidad, glorificándonos en la Gloria
trinitaria, es por ello por lo que San Pablo escribe: “El mensaje de la cruz
es una locura para los que se pierden, pero para los que se salvan –para
nosotros– es fuerza de Dios. Porque está escrito: "Destruiré la sabiduría
de los sabios y rechazaré la ciencia de los inteligentes". ¿Dónde está el
sabio? ¿Dónde el hombre culto? ¿Dónde el razonador sutil de este mundo? ¿Acaso
Dios no ha demostrado que la sabiduría del mundo es una necedad? En efecto, ya
que el mundo, con su sabiduría, no reconoció a Dios en las obras que manifiestan
su sabiduría, Dios quiso salvar a los que creen por la locura de la
predicación”. (1Cor 1,18-21).
Y son los que se encuentran en la
vía de salvación, aquellos que en la necia locura de la Cruz, sobre los cuales
Fray Justo Perez de Urbél, O.S.B. un día escribió en su libro “Vida de Cristo”
que: “El Señor, contempla emocionado el menor progreso de una buena voluntad
que avanza por el camino nuevo, y se estremece de gozo, al ver un tenue rayo de
luz en el alma de un hombre”.
Juan del Carmelo
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