lunes, 30 de abril de 2012

LA COMUNIÓN CON LAS DOS ESPECIES

"Tomad y bebed todos de él..."


Así fue el mandato del Señor al instituir el Sacrificio eucarístico. Tanto su Cuerpo como su Sangre son ofrecidas por el Señor para ser recibidas "todos" en comunión.

¿O acaso dijo sobre el pan "Tomad y comed todos de él" y sobre el cáliz dijo: "tomad pero no bebáis todos de él..."?

La práctica de la Iglesia en su disciplina sacramental siempre distribuyó la santísima Eucaristía con las dos especies, la especie del Pan y la especie del Vino: durante siglos ofreciendo el diácono el cáliz al fiel que iba a comulgar para que bebiese reverentemente sólo un poco de la Sangre del Señor, casi mojarse los labios simplemente. De manera que primero recibían del obispo la Comunión con el Cuerpo del Señor y a continuación se llegaban al diácono que les ofrecía el cáliz con la Sangre de Cristo.

"21. No te acerques, pues, con las palmas de las manos extendidas ni con los dedos separados, sino que, poniendo la mano izquierda bajo la derecha a modo de trono que ha de recibir al Rey, recibe en la concavidad de la mano el cuerpo de Cristo diciendo: «Amén». Súmelo a continuación con ojos de santidad cuidando de que nada se te pierda de él. Pues todo lo que se te caiga considéralo como quitado a tus propios miembros. Pues, dime, si alguien te hubiese dado limaduras de oro, ¿no las cogerías con sumo cuidado y diligencia, con cuidado de que nada se te perdiese y resultases perjudicado? ¿No procurarás con mucho más cuidado y vigilancia que no se te caiga ni siquiera una miga, que es mucho más valiosa que el oro y que las piedras preciosas?

22. Y después de la comunión del cuerpo de Cristo, acércate también al cáliz de la sangre: sin extender las manos, sino inclinándote hacia adelante, expresando así adoración y veneración, mientras dices «Amén», serás santificado al tomar también de la sangre de Cristo. Y cuando todavía tienes húmedos los labios, tocándolos con las manos, santifica tus ojos y tu frente y los demás sentidos. Por último, en oración expectante, da gracias a Dios, que te ha concedido hacerte partícipe de tan grandes misterios" (S. Cirilo de Jerusalén, Cat. Mist. V).

O también: "Inmolad - dice Moisés - un cordero de un año; tomad su sangre y rociad las dos jambas y el dintel de la casa. «¿Qué dices, Moisés? La sangre de un cordero irracional, ¿puede salvar a los hombres dotados de razón?». «Sin duda - responde Moisés -: no porque se trate de sangre, sino porque en esta sangre se contiene una profecía de la sangre del Señor».

Si hoy, pues, el enemigo, en lugar de ver las puertas rociadas con sangre simbólica, ve brillar en los labios de los fieles, puertas de los templos de Cristo, la sangre del verdadero Cordero, huirá todavía más lejos" (S. Juan Crisóstomo, Cat. 3, 13).

Más aún: "En consecuencia, también nosotros debemos comer con Cristo la Pascua, purificando nuestras mentes de todo fermento de malicia, saciándonos con los panes ázimos de la verdad y la simplicidad, incubando en el alma aquel judío que se es por dentro, y la verdadera circuncisión, rociando las jambas de nuestra alma con la sangre del Cordero inmolado por nosotros, con miras a ahuyentar a nuestro exterminador.

Y esto no una sola vez al año, sino todas las semanas. Nosotros celebramos a lo largo del año unos mismos misterios, conmemorando con el ayuno la pasión del Salvador el Sábado precedente, como primero lo hicieron los apóstoles cuando se les llevaron el Esposo. Cada domingo somos vivificados con el santo Cuerpo de su Pascua de salvación, y recibimos en el alma el sello de su preciosa sangre" (Eusebio de Cesarea, Trat. sobre la Pascua, 12).

Así mismo, en Alejandría, explicaba san Cirilo: "Todos los que participamos de la sangre sagrada de Cristo alcanzamos la unión corporal con él, como atestigua san Pablo, cuando dice, refiriéndose al misterio del amor misericordioso del Señor: No había sido manifestado a los hombres en otros tiempos, como ha sido revelado ahora por el Espíritu a sus santos apóstoles y profetas: que también los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la promesa en Jesucristo (S. Cirilo de Alejandría, Com. ev. Jn, 11, 11).

O igualmente: "Somos ungidos para comulgar con la regia unción de su deidad. Y comiendo el sagrado Pan y bebiendo la divinizarte Bebida, participamos de la carne y de la sangre que él asumió. Y de esta suerte existimos en quien por nosotros se encarnó, murió y resucitó.

...Por eso, el bautismo reintegra al hombre en su amistad con Dios; el crisma lo hace digno de los dones en él contenidos; la sagrada mesa tiene el poder de comunicar al bautizado la carne y la sangre de Cristo" (Nicolás Cabasilas, De la vida en Cristo, 2).

"Los altares vienen a ser como las manos del Salvador: y así, de la sagrada mesa, cual de su santísima mano, recibimos el pan, es decir, el cuerpo de Cristo, y bebemos su sangre, lo mismo que la recibieron los primeros a quienes el Señor invitó a este sagrado banquete, invitándoles a beber aquella copa realmente tremenda" (Id., 3).

Habría muchos más textos patrísticos y fuentes litúrgicas que lo muestran: los fieles bebían del cáliz; cuando eran asambleas de fieles muy numerosas, de un gran cáliz, el único que se consagraba, se vertía la Sangre del Señor en otros cálices más pequeños con un poco de vino no consagrado: así se facilitaba la distribución de la comunión con el cáliz (Cf. Jungmann, El sacrificio de la Misa, pp. 1093-1096).

Todo esto en el rito romano fue desapareciendo para ir pasando poco a poco a comulgar únicamente con la especie de Pan, que de ser pan ázimo pasó a confeccionarse en forma de obleas, blancas, redondas, mucho más prácticas para la distribución de la Comunión y la supresión del cáliz.

Sin embargo, los ritos litúrgicos orientales, tanto católicos como ortodoxos, siempre administraron la Comunión con las dos especies, de manera ininterrumpida hasta hoy, aunque adoptaron, muchos de ellos al menos, la costumbre de introducir todo el Pan consagrado en el cáliz, bien empapado en la Sangre del Señor, y distribuirlo con una cucharilla en la boca del fiel, mientras los diáconos extienden un paño rojo entre el cáliz y el fiel por si se derrama algo de la Preciosa Sangre.

Pero el mandato del Señor se sigue repitiendo: "tomad y bebed todos de él...", también para nosotros, católicos romanos. Sí, un mandato del mismo Señor.

Es verdad que en cada especie eucarística está Cristo completo (cuerpo, sangre, alma, divinidad) y recibimos perfectamente al Señor si sólo comulgamos con la especie de Pan, con todas las gracias necesarias para nosotros. Lo definió el Concilio de Trento y lo recoge el Catecismo de la Iglesia Católica: "El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la consagración del pan y del vino se opera la conversión de toda la substancia del pan en la substancia del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su Sangre; la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS 1642)" (CAT 1376).

Pero, ¿fue esto lo que dijo Cristo: "comed todos de él... pero no bebáis todos de él"? ¿Es significativo, es expresivo que siempre y de manera exclusiva la Comunión se distribuya sólo bajo la especie de Pan?

EL Misal romano recuerda la importancia y expresividad de poder recibir al Señor con las dos especies, el Pan y el Vino: "Cuando la sagrada Comunión se hace bajo las dos especies el signo adquiere una forma más plena. De esta forma, en efecto, el signo del banquete eucarístico resplandece más perfectamente y expresa más claramente la voluntad divina con que se ratifica la Alianza nueva y eterna en la Sangre del Señor, así como también la relación entre el banquete eucarístico y el banquete escatológico en el reino del Padre" (IGMR, 3º ed., n. 281).

A los sacerdotes nos toca, según dice la Institutio del Misal, explicar bien la Comunión con la Sangre del Señor, su sentido y forma, el porqué: "Y en el mismo sentido, exhorten a los fieles para que se interesen por participar más intensamente en el sagrado rito, en el cual resplandece de manera más plena el signo del banquete eucarístico" (IGMR, 3º ed., n. 282).

Ha de procurarse la forma de distribución de la Sagrada Comunión que sea más decorosa y reverente. El número de fieles, tal vez, no permita que todos y cada uno beban directamente del cáliz, pero sí es factible, con el debido cuidado, distribuir la Sagrada Comunión, por intinción: es decir, mojando la forma consagrada en el cáliz y depositándola en la boca del fiel.

"Si la Comunión del cáliz se hace por intinción, quien va a comulgar, teniendo la patena debajo de la boca, se acerca al sacerdote, quien sostiene el vaso con las sagradas partículas y a cuyo lado se sitúa el ministro que sostiene el cáliz. El sacerdote toma la Hostia, moja parte de ella en el cáliz y, mostrándola, dice: El Cuerpo y la Sangre de Cristo; quien va a comulgar responde: Amén, recibe del sacerdote el Sacramento en la boca, y en seguida se retira" (IGMR, 3º ed., n. 287).

Hay muchos momentos y celebraciones a lo largo del año litúrgico en que la distribución de la Sangre de Cristo sería más que aconsejable, si no es un alto número de comulgantes, por ejemplo a lo largo de la cincuentena pascual.

Si el sacerdote está solo - desgraciadamente solo -, sin acólitos instituidos, tal vez la solución práctica serían esos cálices-patenas, integrados en una sola pieza que, aunque no resulten demasiado bellos, sí son útiles para tal menester.

A lo mejor un buen regalo para la comunidad - conventual, monástica, etc. - o para la parroquia sería un cáliz-patena que algún fiel ofreciese.

Desde luego la Comunión con las dos especies no significa:
-que cada uno se acerque al altar y moje en el cáliz la Hostia consagrada autocomulgando (en lugar de recibirlo)
-jamás la hostia consagrada y mojada en la Sangre del Señor se deposita en la mano del comulgante
-tampoco se pasa el cáliz de uno al otro: "No está permitido que los fieles tomen la hostia consagrada ni el cáliz sagrado «por sí mismos, ni mucho menos que se lo pasen entre sí de mano en mano».[181] En esta materia, además, debe suprimirse el abuso de que los esposos, en la Misa nupcial, se administren de modo recíproco la sagrada Comunión" (Instr. Redemptionis sacramentum, 94).

"No se permita al comulgante mojar por sí mismo la hostia en el cáliz, ni recibir en la mano la hostia mojada" (Instr. Redemptionis sacramentum, 104).

"Tomad y bebed TODOS de él..."

Y san Pablo explicará: "El cáliz de nuestra Acción de Gracias, ¿no nos une a todos en la sangre de Cristo?; y el pan que partimos, ¿no nos une a todos en el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos mu­chos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan" (1Co 10,16-17).

Y "cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva" (1Co 11,26).

Por eso, la práctica sacramental de la Iglesia fue distribuir tanto el Cuerpo como la Sangre del Señor, obedeciendo al mandato de Cristo, santificando así a los fieles: "La participación del cuerpo y de la sangre de Cristo no hace otra cosa sino convertirnos en lo que recibimos: y seamos portadores, en nuestro espíritu y en nuestra carne, de aquel en quien y con quien hemos sido muertos, sepultados y resucitados" (S. León Magno, Serm. 12 in passione Domini,7).


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