Es verdad que la maternidad es una misión de amor y de donación, que no es fácil.
Por: Alejandra Yáñez Rubio | Fuente: Semanario
Alégrate
Con motivo de la Navidad, muchas personas estamos reflexionando sobre la gran
trascendencia que tuvo Jesucristo en nuestras vidas. Las enseñanzas y el
mensaje de amor y esperanza nos han dado pauta sobre el camino que debemos
recorrer en este planeta para ganarnos nuestra casita del cielo. Como humanidad
no hemos aprendido plenamente que la caridad, el amor y la esperanza son los
valores fundamentales por los cuales podríamos hacer de este mundo un pequeño
paraíso. A los cristianos nos cuesta trabajo cumplir con nuestra misión… en
parte por falta de conocimiento, y por otra parte por falta de compromiso. Es
muy difícil ser soldado de Dios, ya que el mundo gira en sentido contrario.
Cómo mujer, también tengo que reconocer que este mundo posmoderno estigmatiza la maternidad. Las jóvenes no quieren ser madres, porque los malos ejemplos de sus padres y la cultura les dicen que ser madre significa vivir bajo un eterno sacrificio de donación personal que no terminará nunca. Que los hijos son malagradecidos y que una madre prácticamente no puede concretar sus sueños personales. Es verdad que la maternidad es una misión de amor y de donación, que no es fácil, ya que incrementa nuestra carga de trabajo. Pero la maternidad también es el motor que inspira y motiva a millones de mujeres a salir adelante. Los hijos son un regalo. Si como madres cumplimos con la misión de la enseñanza en valores, veremos que nuestra donación se convertirá en una verdadera inversión de amor.
Para que Jesús pudiera nacer,
Dios dispuso que una mujer estuviera embarazada. Sabemos que el ángel Gabriel
se le apareció a María y le dijo que concebiría al hijo de Dios. Al no conocer
varón, ella pregunta cómo sería esto posible. Él ángel le contestó que el
Espíritu Santo descendería sobre ella y que el poder del Altísimo la cubriría
con su sombra. En ese momento ella contestó: HÁGASE EN
MI SEGÚN TU PALABRA. Ella dijo que si aceptaba ser la madre del hijo de
Dios, sin estar casada, sin ser rica y sin tener un futuro asegurado. María dio
su consentimiento, y se entregó voluntariamente al AMOR.
La salvación no hubiera llegado a esta tierra si ella hubiera contestado que
no.
He leído que algunos colectivos
feministas dan una interpretación errónea a este pasaje del Evangelio. Ellas
dicen que en el momento en que a María se le preguntó si daba su
consentimiento, quedó establecido el derecho de las mujeres a decidir sobre sus
cuerpos. Esto es una interpretación totalmente maliciosa y errónea. Si María
hubiera contestado que no, María no hubiera abortado. Simplemente no hubiera
habido concepción.
María es el ejemplo de mujer:
definitivamente tenemos el derecho a decidir, pero sobre nuestro propio
destino. No dejemos que argumentaciones falaces abonen al desconocimiento de
nuestro llamado a defender el derecho a la vida en toda etapa de desarrollo.
María no hubiera decidido sobre la vida de otra persona. Ella dijo sí al Amor,
y gracias a su donación, se abrieron las puertas del Cielo a la humanidad
entera.
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