Queridos amigos:
Hemos empezado el
tiempo de Adviento, un tiempo de espera y de esperanza. Exclama Isaías en la
primera lectura del primer domingo: «¡Ojalá
rasgases el cielo y descendieses!» (Is
63, 19). Es el deseo del corazón de que venga ya el
Señor. Es también
el deseo de que el Señor actuase ya. Hay momentos en nuestra vida en que
pedimos a gritos una intervención de Dios, momentos en que experimentamos que
solo Dios puede sacarnos de tal o tal situación, que solo Dios nos puede salvar
y librar. El poder humano vale muy poco muchas veces ante tanto sufrimiento
moral, físico o espiritual y experimentamos la necesidad de una fuerza y un
poder mayor. ¿De dónde vendrá? Aquel que tiene fe sabe que viene del Señor y
por eso clama al Señor en medio del dolor, en medio de su necesidad: «¡Ojalá
rasgases el cielo y descendieses!». Este
grito del profeta del Antiguo Testamento se «traduce»
en el nuevo por esta aclamación de la Iglesia Esposa: ¡Marana thá! ¡Ven, Señor Jesús!
No solo ante
nuestra necesidad hace el corazón esta aclamación, sino también ante el
misterio del mal y la abundancia de este en nuestra época exclama el fiel: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!» ¡Marana thá! ¡Ven, Señor Jesús! Deseando
que venga el Señor a instaurar de nuevo la paz, su reino de justicia y amor.
Tenemos que tener este deseo de que venga a renovarlo todo, pero hasta este
momento debemos sentirnos con el deber de poner de nuestra parte para que reine
ya en esta tierra reinando en nuestro corazón. Durante el adviento escuchamos
también esta llamada de San Juan: «Preparad el
camino del Señor, allanad sus senderos» (Lc 3, 4). No sabemos cuándo intervendrá el Señor, no está en
nuestra mano, pero sí está en nuestra mano el ir preparándole el camino cada
día en nuestro corazón.
Que la Virgen nos ayude este Adviento en esta preparación y
nos enseñe a abrirnos a la voluntad de Dios como Ella se abrió.
Dios os bendiga
Equipo garabandal.it
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