DIOS, PATRIA, PUREZA... CONCEPTOS QUE ENCARNÓ LA SANTA
El 16 de mayo de 2020 se celebró
el centenario de la canonización de Santa Juana de Arco. Élodie Perolini se pregunta en el número de abril-mayo de La Nef por
qué a las feministas no les interesa esta asombrosa heroína medieval.
JUANA
DE ARCO Y LAS FEMINISTAS
A bote pronto, causa asombro que
las feministas no se hayan apropiado de la figura de Juana de Arco como
estandarte para su causa. La generalísima del ejército de
Carlos VII, mujer fuerte donde las haya -a pesar de medir sólo un
metro y cincuenta y cinco centímetros- y con gran facilidad de palabra, sobre
todo delante de esos señores en toga, con una valentía tan viril que nos deja
atónitos, sigue incomodando a los conformistas de hoy como lo hacía con los de
antaño. Si Christine de Pisan, a las que estas
histéricas querían entronizar como la primera feminista, reconoció en la
Doncella de Orleáns un instrumento de Dios, las feministas
renuncian a Juana a pesar de
que consiguiera la hazaña de unir bajo su bandera a los monárquicos y a los
republicanos, a los creyentes y a los ateos.
Efectivamente, Juana es, entre la
cohorte de santos, una anomalía. Una alborotadora para todos los
tiempos. Pero si la observamos
más de cerca, como hizo la Iglesia cuando la canonizó hace cien años, Juana era
una mujer salida de la gleba, apegada a su patria, de fe y hábitos católicos.
Un mujer sometida a su Señor Dios, al que sirvió primero.
POR
FRANCIA
Por una Francia libre, ¡encantador pleonasmo!, Juana entregó su vida. No
lo hizo para demostrar que el feminismo es
una corriente que surgió en la izquierda antipatriótica, internacionalista y
comunista, la que ocasionó noventa millones de muertos
durante el siglo pasado. Para esos ideólogos universalistas que imitan a la
Iglesia católica, fue pan bendito afirmar que Juana fue víctima de la Iglesia,
quemada por brujería; brujería que hoy se pone de relieve como emancipación de
la mujer. Sin embargo, esta imagen fantasiosa no resiste un análisis de los
hechos. La criada de Lorraine fue quemada viva por los ingleses, afirma Villon. Los ingleses, esos invasores que hacía siglos que
codiciaban nuestro bello país. Extranjeros, en resumen, apoyados por traidores
a la patria, como el obispo Cauchon. Tuvimos otros en el pasado. Nada nuevo bajo el
sol.
Todos los santos han impulsado la
igualdad universal y la dignidad de la raza humana; ninguno de ellos
alentó la disolución de las naciones y de las identidades en un masa indistinta, en un galimatías al servicio de una entidad
supranacional. Juana no es una excepción a la regla.
De las marcas del Reino, en
Lorena, Dios hizo surgir una santa para ofrecérsela a Francia. Juana misma dijo
que ella había "venido" a Francia
guiada por su voz. Abandonó su tierra para salvar una que, evidentemente, no
era la suya. Adquirió, si se nos permite este anacronismo, nuestra nacionalidad
por el derecho de la sangre derramada, como los legionarios. Expulsar a los ingleses
de Francia fue su misión y sabemos de memoria sus famosas palabras, que es
difícil repetir hoy en día sin atraer la ira de la izquierda y, especialmente,
de las feministas: "No sé si
Dios ama a los ingleses, pero Él quiere que se reúnan con él".
En estas pocas palabras, Juana reafirma que Dios, Creador de la Tierra, también
delimitó sus territorios, que asignó a cada pueblo pues es su voluntad que cada
uno se quede en su lugar. Respecto a saber si Dios ama a los ingleses, la duda
es de rigor...
Y también está la espada que Juana desenterró de detrás de un altar en Santa Catalina de
Fierbois, guiada por sus voces. La espada de Carlos
Martel que detuvo a
los árabes estuvo esperando en ese lugar, durante siete siglos, para que Juana
detuviera a los ingleses. El plan de Dios para Francia se ha estado desplegando
ante nuestros ojos durante milenios, lo que no ha sido óbice para que los
infieles de todo tipo sigan siendo escépticos.
POR
LA PUREZA
También la virginidad irrita a
susodichas feministas. Detrás de "mi cuerpo,
mi elección" está la reivindicación de hacer lo que una quiera con
su cuerpo haciendo pagar las consecuencias de sus actos a los demás y a la
sociedad, que se callan. ¿Cómo asociar a la que
reivindica insistentemente que "no ha matado nunca a nadie" con el
derecho a matar a los niños en el vientre de sus madres?
Aunque Juana era virgen, era
consciente de los peligros que acechaban a las mujeres, como demuestra el hecho
que insistió en seguir llevando vestidos masculinos en las cárceles inglesas a
fin de evitar ser violada. O cuando saltó desde una torre de Beaurevoir,
prefiriendo poner en riesgo su vida antes que su virginidad. Sin embargo, hay
otras santas que no pudieron evitar la infamia de ser violadas. La virginidad de Juana molestaba a sus acusadores del mismo modo que
molesta a las feministas de hoy en día.
¡Cuántas propuestas
difamatorias y escabrosas tuvo que soportar! Juana
estaba acostumbrada al modo de hablar de sus compañeros de armas, junto a los
que dormía en la guerra. Se desnudaba en medio de esos brutos, como los demás
hombres, para curar sus heridas. "No me atrevo
a solicitar a Juana a causa de la enorme bondad que veo en ella", afirmó Bertrand de Poulengy. Y Jean de Metz insistió: "Me sentía inflamado por las
palabras de la Doncella y por un amor hacia ella, creo, divino". Así
era para ellos, como para el resto de soldados. Resplandeciente de pureza en
medio de tanta suciedad, Juana hacía que los hombres,
por la gracia de Dios, fueran mejores.
Esta pureza que ella conservaba
cuidadosamente la exigía de los hombres y, también, de las mujeres. La única
vez que Juana golpeó con la hoja de su espada a alguien fue a una prostituta que atentaba con su comportamiento a la guerra
santa que ella estaba llevando a cabo.
Su estado de virginidad
correspondía a su estado de vida. Independientemente de si se es hombre o
mujer, hay que consagrarse por entero al propio deber de estado; pero el servicio a Dios exige un sacrificio aún más grande. Así, a
una pseudo vidente Juana le aconsejó que "volviera
con su marido, se ocupara de su hogar y alimentara a sus hijos". Algo
difícil de tragar para las feministas.
La virginidad reviste una carácter
particular a los ojos de Dios porque la orden de las vírgenes cuenta, como
mínimo, con dos generalas en sus ejércitos: la Virgen María a la cabeza de las legiones celestes y Santa
Juana de Arco a la cabeza del ejército francés. La Edad Media había visto a
otras mujeres guiando ejércitos: Blanca de Castilla, Juana de
Bretaña, etc., pero eran
nobles, estaban casadas y ninguna de ellas se mezcló con el grueso de la tropa.
En cambio, la humilde hija de labradores, con la espalda de Carlos Martel
envainada a un lado y el estandarte del ejército de
Cristo en el otro,
participaba en los asaltos, siempre la primera, gritando "Adelante" y exponiendo su cuerpo a los
golpes y a las lanzas.
POR
DIOS
Lo que también molesta a las
feministas, más que ninguna otra cosa, es que Juana
sólo habla de la "voluntad de Dios", no de la suya. La fe de Juana contradice su interpretación de
la historia. Es Cristo quien libera a las mujeres -y a los hombres- de la servidumbre
en la que las religiones los encerraban en la Antigüedad. Es lo que Christine
de Pisan decía, lo que Régine Pernoud destacó brillantemente. El
estatuto de las mujeres en el Reino cristiano era muy distinto respecto a esa
minoría perenne en la que la República del siglo XIX las encerraba. Dignitas auctoritas et potestas [La dignidad,
la autoridad y la potestad] de las que gozaban las
mujeres eran por Dios y para Dios. No había necesidad, por tanto, de
reivindicar ningún derecho contra nadie. Y contra los hombres en primer lugar,
retratados como eternos opresores de las mujeres según las feministas.
Lejos de la furia sedienta de
sangre soñada por los burgueses de París, Juana lloraba desconsolada por
los ingleses fallecidos en el campo de batalla, pero no porque hubieran muerto: ella les había pedido con amabilidad que abandonaran
Francia, por lo tanto, peor para ellos; sin embargo, habían muerto sin
el sacramento de la confesión.
"Servir
primero a Jesús, María y a Dios". Es un
olvido de sí misma que hoy, en este tiempo de individualismo, molesta. No había ego en Juana, sólo la noción de un servicio. Con una religiosidad extraordinaria, Juana
rezaba todos los días desde su infancia, todo el tiempo, y antes de cada
batalla se confesaba. Exigía lo mismo a sus soldados:
el estado de gracia. Todos los
domingos, Juana cambiaba su uniforme de batalla por el vestido más bello que
tenía para ir a misa. Comulgaba siempre que podía, algo poco común en esa
época. Incluso cuando fue excomulgada debido a su condena, sus innobles
carceleros no pudieron negarle la Sagrada Comunión, que ella recibió unos
instantes antes de subir a la pira. "No duraré
un año", había predicho la Doncella. No ha habido ninguna otra
mártir de 19 años que profetizara así su muerte y que se consumiera en medio de
las llamas repitiendo el dulce nombre de Jesús.
"En tiempos
afeminados", según la expresión de Santa Hildegarda de Bingen, Dios hace surgir a mujeres que
ponen a los hombres en su lugar de hombres, como si se burlara. Y esto es, en
definitiva, lo que las feministas no aceptan.
Traducción de Elena
Faccia Serrano.
Publicado en
Religión en Libertad el 28 de mayo de 2020.
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