Espero que estén conmigo en que como Iglesia católica no vivimos el mejor momento. No me meto, Dios me libre, en la conciencia de nadie. Pero hay datos que son del todo elocuentes. Al menos en lo que respecta a España no lo podemos negar. Los datos simplemente sociológicos nos hablan de un desplome en el número de los que se consideran católicos, hoy apenas dos tercios de la población. Bodas, bautizos y comuniones caen en picado, las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada escasísimas, conventos cerrando día tras día e incluso económicamente camino del desastre. Las finanzas vaticanas en estado preagónico -creo que soy optimista- e incluso diócesis que tradicionalmente se mantenían con una cierta comodidad, como Madrid, pasan por momentos complicados.
Mucha gente me
pregunta qué hacer.
Hace unos días, en un post que
titulé “Que lo arregle el siguiente”, ofrecía
algunas cosas que me parecen esenciales como Iglesia si queremos ser lo que Cristo
espera y es su voluntad que seamos.
Está bien, pero eso de recuperar de repente la Iglesia la unidad total en dogma,
moral y liturgia, y retornar unánimes a la vida sacramental y de gracia, queda
bien pero no parece posible a corto plazo, con lo cual se acaba en el desánimo.
¿Y
algo más de andar por casa?
A mis fieles reales de
Braojos, La Serna y Piñuécar, a los fieles también reales aunque a distancia de
san José de la Sierra, y a todo el que me pregunta por cómo vivir la fe y
afrontar las dificultades del momento, en la Iglesia, claro, pero también
preocupados por el sesgo sectario del actual gobierno de España, les digo que es momento para dos cosas:
1. Momento para la fidelidad personal, porque si algo no
nos podemos permitir es el desánimo, el contagio de la desidia, caer en el
relativismo. Toca ahondar y profundizar en la fidelidad más
absoluta a Cristo y a su Iglesia. Todos sabemos eso cómo se hace. Se trata de
cumplir los mandamientos de Dios y de la santa madre Iglesia, mantener
una vida constante de oración y práctica sacramental y practicar las obras de
misericordia.
Oiga, pero es que el papa dice
y el obispo opina, y no entiendo, y me parece… Puede ser, pero cada uno en
fidelidad a su vocación y a su llamada.
Hoy más que nunca,
precisamente por la situación de increencia que estamos atravesando, el mundo necesita testigos de su fe por su vida coherente. Es que nadie viene a misa. Pues yo
sí. Es que la gente no se confiesa. Yo sí. Y además rezo el rosario, bendigo la
mesa y no me avergüenzo de tener una imagen en mi mesa de trabajo. Es que la gente no colabora con la Iglesia. Pues aquí estoy yo. Fidelidad
personal. No podemos permitirnos el triste lujo de volvernos ahora relativistas
y mucho menos pasotas.
2. Momento para el martirio. Cada vez lo veo más claro. No
descarto siquiera el martirio de sangre. En cualquier caso, nos va a tocar sufrir mucho si pretendemos mantenernos en fidelidad. Desde el
gobierno nos van a hacer la vida imposible poco a poco a base de impuestos, trabas a la
enseñanza religiosa, dificultades a la enseñanza concertada, prohibición de
capellanes en hospitales, retirada de fondos para restauración de templos. De
momento. Pero incluso desde la Iglesia podemos sufrir ataques quizá por no querer adaptarnos a los nuevos
tiempos: “Os expulsarán de las sinagogas. E incluso
llegará la hora en que todo el que os mate piense que da culto a Dios.” Hay
que asumirlo.
Creo que por ahí van
las cosas.
Posiblemente llegue alguien y
me diga que soy un exagerado, que todo va bien, que la Iglesia está en una
situación envidiable y que no hay que pasarse. Vale.
Jorge González
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