Jesucristo no niega la gracia de revelarse al corazón que le busca con humildad.
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Sin temer reducir el contenido de la santidad
cristiana podemos afirmar que el principio práctico fundamental, que puede
inspirar todo nuestro esfuerzo y actuación es el siguiente: conocer, amar, e imitar a Jesucristo.
Dios, en quien creemos, a quien amamos y en quien esperamos, es el que ha
revelado a su Hijo Jesucristo; lo ha revelado en plenitud, haciéndose
personalmente visible y encontrable por los hombres, Hombre Él mismo y a la vez
el mismo Dios. Él es el punto de referencia concreto, la fuente de toda
búsqueda de Dios, y el término de lo que buscamos. Él nos admite a la amistad
con Dios; Él es Dios que nos busca para salvarnos y hacernos santos como Él es
santo. En Él somos hijos del Padre, como Él es Hijo.
Con San Pablo el cristiano exclama: «No ha sido
dado al hombre otro nombre bajo el cielo en el cual pueda salvarse». La
predicación de los primeros apóstoles, tal como la leemos en los Hechos de los
Apóstoles y en las cartas apostólicas, resume esta certeza, que para ellos era
una evidencia, una luz clarísima: Jesucristo es el Salvador, Hijo de Dios, Dios
mismo entre nosotros, el único que ha sido capaz a través de su cruz y
resurrección de levantar al hombre del pecado y de la muerte y admitirlo a la
vida divina, a la amistad con Dios.
San Juan termina su Evangelio diciendo que «estas
cosas han sido escritas, para que vosotros creáis que Jesús es el Mesías y para
que, creyendo tengáis vida en su nombre».
El Papa después de dos mil años no deja de recordarnos que abramos las puertas
de nuestro corazón a Jesucristo, porque en Él se encuentra la salvación.
Por lo tanto de una manera práctica todo camino espiritual en el cristianismo
se puede centrar en lo que es más esencial: conocer, amar e imitar a
Jesucristo.
1. Conocer a
Jesucristo
La primera necesidad es la de conocer cada día más a Jesucristo, hasta llegar a
poseer íntimamente la ciencia y la sabiduría de Jesucristo. Es un conocimiento
que significa llegar a pensar, querer y sentir como Jesucristo.
No es un conocimiento de un estudioso, adquirido en libros, con el raciocinio y
de tipo especulativo. Es un conocimiento de experiencia espiritual, adquirida
por medio de la fe y del amor a Jesucristo. Tal conocimiento es fruto más de la
iluminación del Espíritu Santo que de nuestro esfuerzo personal, y se adquiere
por gracia de Dios en la oración, en la lectura y reflexión sobre el Evangelio,
en la relación personal del alma con Jesucristo, en las múltiples
circunstancias de la vida.
Hay que proponerse alcanzar este conocimiento y a la vez con humildad saber
esperar la gracia de Dios. No resignarse a vivir sin una experiencia personal
del Señor, sin una clara conciencia de conocerle, y sin entender su ejemplo y
su mensaje. Hay que merecer esta gracia con nuestro esfuerzo y perseverancia en
la oración y en el sacrificio. Jesucristo no niega la gracia de revelarse al
corazón que le busca con humildad.
2. Amar a
Jesucristo
El mismo Espíritu Santo que nos revela el rostro de Jesús nos abre a su amor,
nos hace saborear su amor maravilloso, suscitando una profunda y amorosa
relación con El.
El amor a Jesucristo, cuando es verdadero, en la experiencia de los santos,
tiene estas características:
a) es amor real
Es amor que se manifiesta no solamente en las palabras y en los deseos, sino
sobre todo en las decisiones y en la conducta. La medida del amor es la vida: «si me amáis cumplís mis mandamientos», dijo el
Señor. Los apóstoles nos recuerdan muchas veces en sus escritos que este amor
es ante todo vida concreta.
b) es amor
personal
Es amor que se dirige a la persona de Jesucristo, resucitado y viviente a la
derecha del Padre, realmente intercesor para cada uno de nosotros, que sigue
presente con su acción salvadora en el mundo por medio del Espíritu Santo. Una
experiencia de encuentro con esta persona divina, que sepa reconocer y con la
cual puedo dialogar, misteriosa, pero realmente. Sentir su amor personal hacia
mí, y expresar mi amor personalmente a Él.
c) es amor
apasionado
Es amor que envuelve todos los sectores de mi personalidad, y penetra todas las
facultades, de tal manera que sea una verdadera "pasión",
que todo lo que haga en la vida sea con Él y para Él, y según Él. El
amor de Cristo cuando es verdadero, es totalizante.
d) es amor fiel
Un amor que se renueva cada día, y que crece y madura en las circunstancias de
la vida, sin venir a menos, ni caer en la rutina. Un amor que cada día se
enamora de nuevo.
3. IMITAR A
JESUCRISTO
Cuando hablamos de las características del amor a Jesucristo ya mencionamos la
necesidad de que no se quede en palabras y deseos, sino que baje a la vida, sea
real. Es decir, cuando el amor a Cristo es verdadero induce a configurarse con
Él, a imitarle en lo que Él es, en su manera de actuar y a aplicar los
criterios de vida que son propios suyos. «Si
quieres ser perfecto -dijo el Señor al joven que le admiraba y quería
demostrarle su amor - ve, vende lo que tienes, luego ven y sígueme». Así Jesús invita a sus discípulos a seguirle ("Ven y sígueme"), y a compartir su
mismo estilo de vida, y a imitarle.
Jesús muchas veces tiene que ser paciente, porque se da cuenta que sus
discípulos no captan sus criterios, y con bondad vuelve a explicar y corregir
los errores, hasta que logren imitarle.
Es la fuerza del Espíritu Santo, dijo Cristo a sus discípulos, la que nos ayuda
a configurarnos con Cristo y poderle seguir en todo, poder obrar las mismas
cosas que Él ha hecho y aún mayores.
Esto significa en concreto esforzarse seriamente (sabiendo que es la gracia de
Dios la que puede lograr el resultado) en vivir como Cristo, en pensar, en
sentir, en querer y en obrar como El.
Esta imitación pasa necesariamente por la cruz y la purificación: «quien quiera venir en pos de mí, niéguese a sí mismo,
tome su cruz cada día y sígame».
4. EL AMOR A
JESUCRISTO IMPLICA EL AMOR A LOS HOMBRES
El conocimiento, amor e imitación de Jesucristo, no se queda en un trabajo
individual, de perfección personal. Jesucristo no se reduce a nuestro pequeño
yo, sino que abarca a todos los hombres, y aún a toda la creación. Quien se
acerca a Cristo de verdad, se siente implicado con este amor universal. Se abre
con generosidad a los hermanos, y a todos los hombres y abraza a toda la
creación con el amor de Dios. No lo hace de manera teórica, sino en un
compromiso práctico de vivir amando y donándose a todos, especialmente a los
que más podrán extender el Reino, a quienes luchan denodadamente por
conquistar, formar y lanzar al apostolado, y a los más necesitados. Explica y
entrega el amor de Dios a todos.
5. EL EJEMPLO
DE MARÍA
María se puede poner como el ejemplo más acabado de conocimiento, amor e
imitación de Jesucristo.
Especialmente podemos ver cómo María vivió todas las características esenciales
del amor a Cristo, de una manera clara y excelente.
Para María el amor hacia Dios y hacia Jesucristo fue verdaderamente real: no
podemos decir que María se perdió en palabras y discursos vanos. Ella
comprometió su vida, actuó según la voluntad del Padre, y entregó todo su ser
de una forma práctica a la misión redentora del Hijo, colaborando en todo lo
que Dios le pidiera. Sus únicas palabras han sido registradas en orden a la
acción y a la entrega. Ante el ángel que le pedía aceptar en su seno al Hijo de
Dios, respondió: «hágase en mí según tu
palabra». A los servidores durante la cena de Caná recomendó lo
mismo: «Haced lo que Él os diga». Y cuando alaba a Dios, en el cántico
del "Magnificat", se alegra por las acciones maravillosas que el
brazo poderoso de Dios ha hecho en favor de la salvación de los hombres. Para
Ella amor real significó obediencia y disponibilidad total a la voluntad de
Dios.
María vivó más que nadie un amor personal hacia Dios y su Hijo Jesucristo. Un
amor tan personal que le permitió ser la persona de confianza de Dios, a la
cual reveló a sí mismo en totalidad, moró en su ser como en ninguno más, se
hizo Hijo de ella. Una relación tan especial que sólo Ella puede conocer. Es la
relación personal, única que tiene el alma que está abierta a Cristo, que es de
confianza de Cristo.
Esta relación personal le llevó a conocerle más allá de las formas oficiales,
de las palabras, de la misma cultura y mentalidad de su tiempo. Los Israelitas
de su tiempo no conocían a Dios de la manera como la Virgen le conoció, ni
siquiera lo podían imaginar. Ha sido una relación personal, y tan verdadera que
ella supo aceptar, confiar, que era auténtica, aun siendo la única que poseía
tan gran secreto de Dios y de su Hijo Jesucristo.
La presencia auténtica, real y personal de Dios, de Jesucristo, le hizo superar
la soledad tan total en se podía encontrar ante esa realidad revelada solamente
a Ella. María recibiría un gran consuelo humano al ver como esa fe en
Jesucristo Hijo de Dios, se iba revelando también a otros hombres, y que muchos
más recibían la gracia de conocer la revelación que al comienzo llevó Ella sola
como un secreto en su corazón.
María vivió un amor apasionado hacia su Hijo Jesucristo, porque le comprometió
todas las fibras de su ser, hasta las más íntimas: su cuerpo, su mente, su
corazón, su psicología, sus sentimientos y su fuerza pasional. Cuánto cambió su
vida la presencia de Jesucristo, cuánto se dejó implicar totalmente con Él, con
su misión; cuánto sufrió por Él y con Él; cuánto se alegró en su alma por Él,
por su presencia, por su resurrección: «se
alegra mi alma en Dios mi salvador».
María también fue fiel, siempre fiel, la más fiel. Dios pudo fiarse totalmente
de Ella, y le confió lo más importante y delicado, a su mismo Hijo. Fiel hasta
los pies de la Cruz, y fiel para siempre.
Además la presencia de un amor tan grande para con Dios en María, la abrió al
amor infinito hacia los hombres: después de la anunciación se pone en seguida
al servicio de su prima Isabel, a la cual anuncia la venida del Salvador, y le
manifiesta su alegría porque Dios ha venido a salvar a los hombres; es decir su
pensamiento se dirige a todos los demás. En Caná demuestra esta gran
sensibilidad hacia las necesidades de los demás, y casi fuerza a su Hijo
Jesucristo a demostrar la finalidad de su venida en este mundo: la salvación de los hombres. Y debajo de la Cruz,
recibe del mismo Jesucristo la misión de ser Madre de todos los hombres, tarea
que no deja de desempeñar con infinita solicitud.
María, llena de amor, no dejaba de asimilar las enseñanzas que recibía de
Jesucristo, y cada día le conocía más. Y no dejaba de esforzarse para imitarle,
para ser una verdadera discípula de su Hijo, a quien conocía bien como Hijo de
Dios.
6. LA
HUMILDAD, LA CARIDAD, Y EL CUMPLIMIENTO DE LA MISIÓN
Los puntos principales en que Jesucristo nos pide que le imitemos son la
humildad y el amor de caridad vividos en el cumplimiento cabal de la misión.
Los dos son opuestos al egoísmo, porque la humildad es la muerte del propio yo
egoísta, del hombre viejo, del hombre de pecado, de la soberbia. Mientras que
la caridad es la entrega a Dios y a los hombres.
Estas virtudes constituyen, en pocas palabras la senda principal de toda
santidad. No podemos imaginar a un santo soberbio, ni a un santo egoísta y
cerrado a los demás. Donde quiera que haya algo de Dios y de Jesucristo, deben
estar estas dos virtudes. Puede que haya muchos más defectos, pero estas dos
virtudes garantizan la presencia de Dios, e incluso favorecen la superación de
los demás defectos. La santidad no es la autoperfección, sino el
desprendimiento de sí mismos para entregarse a Dios y al prójimo. Cuando
Jesucristo nos dijo que le imitáramos lo expresó con estas palabras: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón».
a) La humildad y el amor en Jesucristo
Jesucristo es el modelo más grande de humildad:
-En la encarnación hay un misterio grande de humildad y de amor. San Pablo
cuando escribe a los Filipenses, para animarlos a vivir la caridad entre ellos
y practicar la humildad, les pone el ejemplo de Jesucristo, que cuando se hizo
hombre por amor nuestro, por nuestra salvación se puso a nuestro servicio,
pensó más en nosotros que en Él mismo, nos consideró más que a Él mismo. La
humildad y el amor son dos facetas de la misma actitud. Dice así San Pablo:
«No hagáis nada por rivalidad y vanagloria; sed,
por el contrario humildes y considerad a los demás superiores a vosotros
mismos. Que no busque cada uno sus propios intereses, sino los de los demás.
Tened pues los sentimientos que corresponden a los que están unidos a Cristo
Jesús. El cual, siendo de condición divina, no consideró como cosa codiciable
el ser igual a Dios. Al contrario, se despojó de su grandeza, tomó la condición
de esclavo, y se hizo semejante a los hombres. Y en su condición de hombre, se
humilló a sí mismo haciéndose obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz».
(Fil. 2,3-8)
Esta humildad y este amor, en el acto de la encarnación de Cristo, están
dirigidos por supuesto en primer lugar a Dios Padre, en cuanto Hijo de Dios e
hijo del hombre, y en este contexto de amor y sometimiento al Padre realiza el
amor, sometimiento y servicio a los hombres. El que se rebela y es soberbio
hacia Dios, difícilmente sirve y ama a los hombres, si no es por algún interés
personal. El amor y respeto verdadero hacia todo hombre nacen solamente del
alma desprendida y llena de Dios. Esta actitud hacia el Padre, ha sido recogida
en las palabras de la carta a los Hebreos:
«Por eso al entrar en este mundo, dice Cristo:
no has querido sacrificio ni ofrenda, pero me has formado un cuerpo; no has
aceptado holocaustos ni sacrificios expiatorios. Entonces yo dije: Aquí vengo,
oh Dios, para hacer tu voluntad. Así está escrito de mí en el capítulo del
libro... Por haber cumplido la voluntad de Dios, y gracias a la ofrenda que
Jesucristo ha hecho de su cuerpo una vez para siempre, nosotros hemos quedado
consagrados a Dios» (Heb 10, 5-7.10).
Las circunstancias de su nacimiento hablan claramente de esta elección de
humildad, desprendimiento y servicio al hombre: «no
vine a ser servido, sino a servir», dirá
Jesús mismo a sus discípulos. No quiso para sí ni honores ni comodidades. Sólo
un poco de paja. Pero resplandeció como luz de cometa en la noche de la
oscuridad de este mundo.
-La humildad y la caridad brillaron de manera especial, en su pasión y muerte.
San Juan nos dice que Jesucristo era perfectamente consciente de enfrentarse a
la muerte de cruz, y lo quiso hacer por amor, sabiendo que así, según una
eficacia divina que supera nuestras posibilidades de explicación, liberaría a
la humanidad del pecado y de la muerte y entregaría la vida divina a cada
nombre. «Jesús sabía que había llegado la hora
de dejar este mundo para ir al Padre: Y él, que había amado a los suyos, que
estaban en el mundo, llevó su amor hasta el fin» (Jn 13,1).
Su aniquilación en la muerte es el signo supremo, más intenso, el esfuerzo de
amor más total que tuvo Cristo hacia la humanidad.
b) Jesucristo cumplió así su misión
Leemos en los Evangelios que estando Cristo crucificado, los fariseos y la
gente le gritaba que demostrara su poder bajando de la cruz. Allí Él superó
toda tentación de soberbia, de vanagloria, de poder para sí, y eligió una vez
más su rebajamiento para cumplir la misión que el Padre le había señalado y
servir. Él hubiera podido hacerlo, tanto que los mismos fariseos lo reconocían,
puesto que había resuelto situaciones aún más difíciles para otros, como
resucitar muertos. Y en esa misma circunstancia Jesucristo tiene palabras de
perdón hacia los que lo están crucificando: «Padre
perdónales, porque no saben lo que hacen». Y al ladrón que estaba
crucificado al lado suyo, que representaba a la humanidad pecadora, le perdona
todos sus pecados y le abre las puertas de la felicidad eterna. Para eso Él
estaba muriendo, por amor, para salvar, para dar vida a los muertos.
Y más que nunca su sometimiento y su amor es ante todo hacia el Padre, a quien
está obedeciendo para realizar el plan de salvación de los hombres, y en las
manos del cual se abandona confiadamente: «Padre
no se haga mi voluntad, sino la tuya»; «Padre en tus manos encomiendo mi
espíritu»; «Todo está cumplido».
Es este sometimiento y este amor al Padre la raíz de todo amor a los hombres,
del servicio y estima de sus hermanos los hombres hasta la entrega de su vida.
Considerando la humildad y la caridad que Jesucristo vive obedeciendo al Padre
y cumpliendo así su misión de Redentor, estamos ante el núcleo de su mensaje,
de lo que Él quiso expresar con su vida y sus palabras, cuando estuvo entre
nosotros. Y esto es el núcleo de la santidad cristiana: conocimiento, amor e imitación de Cristo. Imitación en la
caridad y en la humildad y en el cumplimiento de la misión.
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