En mi vida, he pasado por un cierto número de entrevistadores de medios de comunicación. Basado en mi experiencia puedo decir lo siguiente por si le sirve a algún estudiante de periodismo. (Aclaración: no conozco para nada la periodista de la foto.)
—Hay
periodistas que usan al entrevistado como excusa para autoentrevistarse.
—Hay
periodistas que hablan tanto tiempo como el entrevistado. Solo en un caso mucho
más que el entrevistado. Este tipo de periodistas divagan y divagan. Al final tras un minuto entero se dan cuenta de
que han caído en un monólogo, de
que se están escuchando a sí mismos (normalmente, con mucho gusto), pero,
desgraciadamente, recuerdan que se trata de una entrevista: y, entonces, rápidamente, improvisan una pregunta, la que
sea.
—Un
periodista se enreda en sus propios pensamientos, durante un rato, y acaba con
este tipo de afirmación: no sé si me entienden o no sé si se me ha entendido. Pues por
supuesto que no. Cuando un entrevistador hace esa pregunta, es que ni él mismo
se aclara.
—He
sufrido preguntas de dos minutos enteros en las que, al acabar la pregunta, le
he tenido que decir del modo más cortés posible: No he acabado de entender la pregunta. Con
cuánta delicadeza he tenido que hacer esa afirmación. En momentos así, se
reformula todo en una frase por parte del entrevistador. Frase que, por
supuesto, no tiene nada que ver con los dos minutos anteriores de supuesta
pregunta.
—Pero si
la pregunta-discurso es mala, peor es cuando un periodista te dice que te va
hacer una batería de preguntas. Responda con un
sí o no. En esos casos, trato de
abstraerme, de distraerme e ir contestando sin dar muchas vueltas a la poca
profesionalidad del que tengo delante.
—Más
lamentable, y me ha pasado varias veces, es, cuando en la radio, el
entrevistador se ha puesto a leer su guión, sus apuntes, su libreta, mientras
yo respondía. Sin darse cuenta, al levantar la vista, de que la nueva pregunta
que me estaba formulando al yo acabar había quedado totalmente respondida mientras se había abstraído en su lectura. En
esos casos, nunca he humillado al entrevistador, pero he pensado sin dejar de
poner cara de póker: ¡Mamma mia!
P. FORTEA
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