La
pandemia muestra que el hombre «todopoderoso» está desnudo
Según el
cardenal Robert Sarah, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, la
pandemia actual del COVID-19 es una «parábola» que debería conducir a la
humanidad a reflexionar sobre su dependencia de Dios, sus erróneas prioridades
y ayudarla a descubrir los verdaderos valores de confiarse a Dios, volver a la
oración y redescubrir la importancia de los lazos nacionales y familiares.
(LSN/InfoCatólica) En unos momentos en los que
muchos están muriendo solos, sin la presencia reconfortante de los seres
queridos y la asistencia de los últimos sacramentos, el cardenal Sarah insistió
en que «nadie tiene el derecho a privar a una persona
enferma o moribunda de la asistencia espiritual de un sacerdote. Es
un derecho absoluto e inalienable».
El cardenal Sarah habló largamente con Charlotte d´Ornellas, del semanario francés
conservador Valeurs actuelles,
extrayendo lecciones humanas, políticas y religiosas de la epidemia que, dijo, «ha dispersado el humo de lo ilusorio».
En particular, el cardenal
opuso el materialismo de los tiempos de antes de la epidemia, cuando se nos
decía: «Puedes consumir sin límites», al
colapso de la situación actual. «Los mercados de
valores están cayendo. La bancarrota está por todas partes», observó,
señalando también que los sueños del hombre sobre el «transhumanismo»
y «la humanidad aumentada» que la
«biotecnología haría invencible e inmortal» han sido frustrados por el
coronavirus.
«El así llamado
hombre todopoderoso aparece en su cruda realidad. De pronto está desnudo. Su debilidad y
vulnerabilidad son palpables. Espero que estar confinados en casa nos haga
capaces de volver de nuevo a las cosas esenciales, a redescubrir la importancia
de nuestra relación con Dios, y así a la centralidad de la oración en la
existencia humana. Y, siendo conscientes de nuestra fragilidad, confiarnos a
Dios y a su misericordia paterna», dijo el cardenal Sarah.
Según él, la experiencia de la
epidemia y del confinamiento nos enseñará que el hombre moderno no puede ser «radicalmente independiente» ni puede rechazar ser
«parte de una red de dependencia, herencia y
filiación».
«Cuando
todo colapsa, sólo los lazos del matrimonio, la familia y la amistad permanecen. Hemos vuelto a
descubrir que como miembros de una nación, estamos unidos por lazos invisibles
pero reales. La mayoría de nosotros, hemos redescubierto que dependemos de
Dios», insistió.
El autor de «La fuerza del silencio» destacó «la ola de silencio que se ha extendido por toda Europa»,
añadiendo, «muchos se han encontrado solos,
en silencio, en apartamentos que se han convertido en ermitas o en celdas
monásticas».
«¡Qué paradoja! Hemos
necesitado un virus para silenciarnos. (...) La pregunta sobre la
vida eterna no puede dejar de surgir cuando se nos informa cada día sobre el
gran número de contagiados y muertos», añadió.
El cardenal Sarah sugirió que
usemos la soledad y el confinamiento para «atrevernos
a rezar». «¿Qué pasaría si nos atreviésemos a transformar nuestra familia y nuestros
hogares en una iglesia doméstica?», preguntó. «Una iglesia es un lugar sagrado que nos recuerda que en
esa casa de oración todo se debe vivir buscando la Gloria de Dios».
«¿Es la muerte
el fin de todo?», preguntó el cardenal. En Francia, una nación mucho más profundamente
secularizada que los Estados Unidos, tal cuestión es particularmente relevante.
Él dio también la respuesta: «¿o, más bien, no es un camino, ciertamente doloroso,
pero que conduce a la vida? Esta es la razón por la que Cristo Resucitado es
nuestra gran esperanza. (...) ¿No estamos como Job en la Biblia? Despojados de
todo, con las manos vacías, con un corazón inquieto: ¿qué nos queda? La ira
contra Dios es absurda. Nos queda la adoración, la verdad y la contemplación
del misterio».
El cardenal Sarah añadió que el mundo ahora «espera una palabra fuerte de la Iglesia».
«Si nos negamos
a creer que somos el fruto de la voluntad amorosa de Dios Todopoderoso,
entonces todo esto es demasiado duro y no tiene sentido. ¿Cómo podemos vivir en
un mundo donde nos golpea un virus aleatoriamente y siega la vida de gente
inocente? Sólo hay una respuesta: la certeza de que Dios es amor y que no es
indiferente a nuestro sufrimiento. Nuestra vulnerabilidad abre
nuestros corazones a Dios y hace que tenga misericordia de nosotros. Creo que
es hora de atrevernos con estas palabras de fe».
Cuando se le
preguntó sobre lo que los sacerdotes deberían hacer en esta situación, dijo:
«El Papa fue muy
claro. Los sacerdotes deben hacer todo lo que puedan para permanecer cerca de
los fieles. Deben hacer todo lo que esté en su poder para asistir a los
moribundos, sin complicar la tarea de los cuidadores y las autoridades civiles.
Pero nadie tiene el derecho a privar a una persona enferma o moribunda de la
asistencia espiritual de un sacerdote. Es un derecho absoluto e inalienable. En
Italia, el clero ha pagado un alto precio. Setenta y cinco sacerdotes han
muerto asistiendo a los enfermos».
«Pero también
creo que muchos sacerdotes están redescubriendo su vocación a la oración y a la
intercesión en nombre de todo el pueblo. El sacerdote está hecho para
permanecer constantemente ante Dios para adorarlo, glorificarlo y servirle.
Así, en los países confinados, los sacerdotes se encuentran ellos mismos en una
situación iniciada por Benedicto XVI. Aprenden a pasar sus días en oración,
soledad y silencio ofrecidos por la salvación de la humanidad. Si ellos no
pueden coger físicamente la mano de cada persona que muere como les gustaría,
descubren que, en la adoración, pueden interceder por cada uno de ellos».
El cardenal destacó que los
sacerdotes que rezan solos y celebran la misa en soledad descubren que «no son primordialmente los líderes de las reuniones o
comunidades, sino hombres de Dios, hombres de oración, adoradores de la
majestad de Dios y contemplativos. Ellos, entonces, miden la inmensa grandeza
del Sacrificio Eucarístico que no necesita una gran audiencia para producir
frutos. A través de la misa, el sacerdote toca el mundo entero», recordó.
El cardenal también dio un
consejo a los fieles y especialmente a las familias que pueden experimentar «la
comunión de los santos» en estos tiempos. Primeramente, deberían «orar» y
centrarse en Dios: «Es importante
redescubrir lo precioso que puede ser el hábito de leer la Palabra de Dios,
rezar el rosario en familia y dedicar tiempo a Dios, con una actitud de donación, escucha y adoración
silenciosa».
Añadió: «Es hora de volver a descubrir la oración en familia. Es
hora de que los padres aprendan a bendecir a sus hijos. Los cristianos,
privados de la Eucaristía, se dan cuenta de la gracia que significa la comunión
para ellos. Los animo a practicar la adoración en sus casas, porque no hay vida
cristiana sin vida sacramental. En medio de nuestras ciudades y pueblos, el
Señor permanece presente. A veces a los cristianos se nos pide que seamos
héroes: cuando los hospitales piden voluntarios, cuando las personas aisladas o
sin hogar tienen que ser cuidados».
El cardenal Sarah dijo que
muchas personas han estado diciendo que esperan que «nada
sea igual» una vez esto se haya acabado. Añadió, «pero me temo que todo volverá a ser igual que antes porque mientras el hombre
no se vuelva a Dios con todo su corazón, esta marcha hacia el abismo
es inevitable. En cualquier caso, podemos ver cómo el consumismo globalizado ha
aislado a los individuos y los ha reducido al estado de consumidores en medio
de una jungla de mercados y finanzas. La globalización, que nos dijeron que
sería gozosa, se ha convertido en una ilusión. En tiempos de dificultad, las
naciones y las familias permanecen unidas».
El cardenal dijo también que
la crisis actual muestra que «una sociedad no puede
fundarse en lazos económicos. Estamos despertando nuestra conciencia de ser una
nación, con sus fronteras, que se pueden abrir o cerrar para la defensa,
protección y seguridad de nuestros ciudadanos. En los fundamentos de la vida de
la ciudad están los lazos que nos preceden: los de la solidaridad nacional y
familiar. Es hermoso ver que resurgen hoy. Es bello ver a los jóvenes cuidando
de los ancianos. Hace unos meses, se habló de la eutanasia y algunas personas
querían deshacerse de los muy enfermos y discapacitados. Hoy, las naciones se
están movilizando para proteger a los mayores».
Esto, desafortunadamente, es sólo
un ilusión vana, en Francia, al menos, donde los pacientes de más de 70 años ya
no reciben tratamiento para los problemas derivados del coronavirus y están en
riesgo de recibir dosis altas de los así llamados analgésicos y relajantes «paliativos» que pueden precipitar la muerte. En
las residencias para mayores dependientes, no se está dando ningún tratamiento
para las enfermedades respiratorias relacionadas con el COVID-19 y no se
permiten las visitas, causando una gran angustia para aquellos que no entienden
la razón de esto.
Concluyó la entrevista con una
mención al personal médico que son «nuestros héroes
cotidianos». De pronto, uno se atreve a animar a aquéllos que sirven a los más
débiles. Nuestro tiempo tenía sed de héroes y santos, pero se había ocultado y
se avergonzaba de ellos», observó.
«¿Seremos
capaces de retener esta escala de valores?», preguntó. «¿Podremos reconstruir nuestras
ciudades basándonos en algo más que el crecimiento, el consumo y la carrera por
el dinero? Creo que seríamos culpables si, al final de esta crisis,
volviéramos a cometer los mismos errores. Esta crisis nos muestra que la
cuestión de Dios no es sólo un asunto de convicciones privadas, además
plantea la cuestión de las bases de nuestra civilización».
Traducido
por Ana María Rodríguez y Manuel Pérez Peña
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