Fuente: Vatican News
En la Misa matutina celebrada – y transmitida en
vivo – en la Capilla de la Casa Santa Marta, este Viernes de la Octava de
Pascua, el Papa Francisco pidió por las mujeres embarazadas:
“Quisiera que hoy rezáramos
por las mujeres que están embarazadas, mujeres embarazadas que se convertirán
en madres y están inquietas, preocupadas. Una pregunta: ‘¿En qué mundo vivirá
mi hijo?’. Recemos por ellas, para que el Señor les dé el coraje de seguir
adelante con estos hijos con la confianza de que ciertamente será un mundo
diferente, pero siempre será un mundo que el Señor amará tanto”.
En su homilía, el Papa comentó el Evangelio de
hoy (Jn 21 1-14) en el que Jesús resucitado se aparece a los discípulos en la
orilla después de una pesca infructuosa en el Mar de Tiberíades. Invitados por
el Señor a tirar las redes de nuevo, llenaron las redes con peces. Es una
escena – dijo Francisco – que tiene lugar de forma natural, porque los
discípulos se habían familiarizado con Jesús. Nosotros los cristianos, explicó,
debemos crecer en esta familiaridad, que es personal pero comunitaria. Una
familiaridad sin comunidad, sin Iglesia, sin los Sacramentos, es peligrosa,
puede convertirse en una familiaridad gnóstica, separada del pueblo de Dios. “En esta pandemia – observó – nos comunicamos a través de los medios de comunicación,
pero no estamos juntos, como es el caso de esta Misa”. Es una situación
difícil en la que los fieles no pueden participar en las celebraciones y sólo
pueden hacer la comunión espiritual. Tenemos que salir de este túnel para
volver a estar juntos porque esto no es la Iglesia, sino una Iglesia que corre
el riesgo de ser "viralizada". Que
el Señor – es la oración del Papa – nos enseñe esta familiaridad concreta, esta
intimidad con Él, pero en la Iglesia, con los Sacramentos y con el santo pueblo
fiel de Dios.
A continuación el texto de
la homilía según nuestra transcripción y al mismo tiempo te invitamos a seguir
la Santa Misa (video integral)
desde nuestro canal de Youtube:
Los discípulos eran
pescadores: Jesús los había llamado justamente en su trabajo. Andrés y Pedro
trabajaban con las redes. Dejaron las redes y siguieron a Jesús. Juan y
Santiago, lo mismo: dejaron a su padre y a los muchachos que trabajaban con
ellos y siguieron a Jesús. La llamada fue en su trabajo como pescadores. Y este
pasaje del Evangelio de hoy, este milagro, esta pesca milagrosa, nos hace
pensar en otra pesca milagrosa, la que cuenta Lucas en el capítulo cinco: lo
mismo ocurrió allí también. Tuvieron una pesca, cuando pensaban que no tenían
ninguna. Después del sermón, Jesús dijo: “Vayan al mar - ¡Pero trabajamos toda
la noche y no pescamos nada! – Vayan. Confiando en tu palabra, dijo Pedro,
echaré las redes. Había tanto - dice el Evangelio - que fueron tomados por el
asombro, por ese milagro”. Hoy, en esta otra pesca no se habla de asombro. Se
puede ver una cierta naturalidad, se puede ver que ha habido progreso, un
camino que ha ido creciendo en el conocimiento del Señor, en la intimidad con
el Señor; diré la palabra correcta: en la familiaridad con el Señor. Cuando
Juan vio esto, le dijo a Pedro: "¡Pero si es el Señor!", y Pedro se
ciñó la túnica, se tiró al agua para ir al Señor. La primera vez se arrodilló
ante él: "Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador. Esta vez no dice
nada, es más natural. Nadie preguntó: "¿Quién eres?" Sabían que era
el Señor, era natural, el encuentro con el Señor. La familiaridad de los
apóstoles con el Señor había crecido.
Nosotros los cristianos,
también, en nuestro camino de vida estamos en este estado de caminar, de
progresar en la familiaridad con el Señor. El Señor, podría decir, está un poco
"a la mano", pero "a la mano" porque camina con nosotros,
sabemos que es Él. Nadie le preguntó, aquí, "¿quién eres?": sabían
que era el Señor. La familiaridad diaria con el Señor es la del cristiano. Y
seguramente, desayunaron juntos, con pescado y pan, ciertamente hablaron de
muchas cosas de forma natural.
Esta familiaridad con el
Señor, de los cristianos, es siempre comunitaria. Sí, es íntimo, es personal
pero en comunidad. Una familiaridad sin comunidad, una familiaridad sin pan,
una familiaridad sin la Iglesia, sin el pueblo, sin los sacramentos es peligrosa.
Puede convertirse en una familiaridad, digamos, gnóstica, una familiaridad sólo
para mí, separada del pueblo de Dios. La familiaridad de los apóstoles con el
Señor fue siempre comunitaria, siempre en la mesa, un signo de la comunidad.
Siempre era con el Sacramento, con el pan.
Digo esto porque alguien me
hizo reflexionar sobre el peligro que este momento que estamos viviendo, esta
pandemia que nos ha hecho a todos comunicarnos religiosamente a través de los
medios, a través de los medios de comunicación, incluso esta Misa, estamos
todos comunicados, pero no juntos, espiritualmente juntos. La gente es pequeña.
Hay un gran pueblo: estamos juntos, pero no juntos. También está el Sacramento:
hoy lo tienen, la Eucaristía, pero la gente que está conectada con nosotros,
sólo la Comunión espiritual. Y esto no es la Iglesia: es la Iglesia en una
situación difícil, que el Señor permite, pero el ideal de la Iglesia es estar
siempre con el pueblo y con los Sacramentos. Siempre.
Antes de Pascua, cuando
salió la noticia de que celebraría la Pascua en San Pedro vacía, un Obispo me
escribió – un buen Obispo: bueno – y me regañó. "Pero cómo es que San
Pedro es tan grande, ¿por qué no pone 30 personas por lo menos, para que se
pueda ver a la gente? No habrá peligro...". Pensé: "Pero, ¿qué tiene
en la cabeza, para decirme esto?". No lo entendí, en el momento. Pero como
es un buen Obispo, muy cercano a la gente, querrá decirme algo. Cuando lo
encuentre, le preguntaré. Entonces lo entendí. Me dijo: "Ten cuidado de no
viralizar la Iglesia, de no viralizar los Sacramentos, de no viralizar al
Pueblo de Dios". La Iglesia, los Sacramentos, el Pueblo de Dios son
concretos. Es cierto que en este momento debemos hacer esta familiaridad con el
Señor de esta manera, pero para salir del túnel, no para quedarse allí. Y esta
es la familiaridad de los apóstoles: no gnósticos, no viralizados, no egoístas
para cada uno de ellos, sino una familiaridad concreta, en el pueblo.
Familiaridad con el Señor en la vida diaria, familiaridad con el Señor en los
Sacramentos, en medio del Pueblo de Dios. Ellos han hecho un camino de madurez
en la familiaridad con el Señor: aprendamos a hacerlo también. Desde el primer
momento, entendieron que esa familiaridad era diferente de lo que imaginaban, y
llegaron a esto. Sabían que era el Señor, compartían todo: la comunidad, los
sacramentos, el Señor, la paz, la fiesta.
Que el Señor nos enseñe
esta intimidad con Él, esta familiaridad con Él pero en la Iglesia, con los
Sacramentos, con el pueblo fiel de Dios.
Finalmente, el Papa terminó
la celebración con la adoración y la bendición Eucarística, invitando a todos a
realizar la comunión espiritual con esta oración:
“A tus pies, oh Jesús mío,
me postro y te ofrezco el arrepentimiento de mi corazón contrito que se
abandona en su nada y en Tu santa presencia. Te adoro en el sacramento de tu
amor, deseo recibirte en la pobre morada que mi corazón te ofrece. En espera de
la felicidad de la comunión sacramental, quiero tenerte en espíritu. Ven a mí,
oh Jesús mío, que yo vaya hacia Ti. Que tu amor pueda inflamar todo mi ser,
para la vida y para la muerte. Creo en Ti, espero en Ti, Te amo. Que así sea”.
Antes de salir de la
Capilla dedicada al Espíritu Santo, se entonó la antífona mariana que se canta
en el tiempo pascual, el Regina Coeli.
Regína caeli laetáre,
allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
Quia quem merúisti portáre, allelúia.
Resurréxit, sicut dixit, allelúia.
Ora pro nobis Deum, allelúia.
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