LO MALO ES MANTENER
O, PEOR AÚN, AMPLIAR LA DISTANCIA O EL ABISMO QUE LOS MANTIENE SEPARADOS DE
DIOS
La misericordia de Jesús por
los hombres no decae ni disminuye nunca, a pesar de los rechazos que Él
encontró y encuentra hoy. Su amor por cada ser humano es profundo y eficaz para
conducirlo, con ayudas eficaces, a la vida eterna, a la salvación. Y además ese
amor de Cristo es inmenso, sincero y quiere extenderse a todos.
Es lo que el evangelio nos
quiere transmitir con la imagen del buen pastor. Jesús, el buen pastor, se va a
buscar la oveja perdida y, si ésta se deja encontrar y ayudar confiando en su
Pastor, Él la salvara.
Él es el Buen Pastor de todas
las almas, a todas las conoce por su nombre y sale a su encuentro, sobre todo
al encuentro de la oveja perdida. No quiere dejar a ninguna perdida en el
monte.
Dios quiere salvar lo
salvable. Jesús no da a nadie por perdido. Nos ayuda aunque hayamos pecado.
Su actitud, cuando alguna de
las ovejas se aleja, es favorecer su regreso al redil; y todos los días sale a
ver si la divisa en la lejanía.
Éste tipo de ovejas o de
fieles deben ser conscientes que están invitados a favorecer la cercanía con
Dios, la propia y la ajena (vivos o difuntos), y luchar porque dicha cercanía
sea cada día sea más plena y perfecta.
El cristiano que sea
consciente de que está lejos de Jesús, por las circunstancias que sean, está
invitado, en medio de su dolor interior, a permitir de alguna manera que la luz
divina, aunque sea tenue, ilumine cada vez más toda su interioridad.
Que Dios vea que, en medio del
pecado, se tiene esta disposición, esta apertura a Él; es lo que Dios espera
cuando, de boca de Jesús, dice “dichosos los
siervos, que el señor al venir encuentre despiertos” (Lc 12, 37a); lo
importante es querer estar en vía de salvación.
Los fieles que están lejos de
Dios, que no pueden comulgar, mal harían en mantener o, peor aún, en ampliar la
distancia o el abismo que los mantiene separados de Dios; todo lo contrario
harían bien en esforzarse por reducir dicha distancia.
¿CÓMO? HAY VARIAS
MANERAS, ENTRE OTRAS:
1.-Recuperar y cultivar el sentido
de trascendencia, la dimensión religiosa, la sensibilidad espiritual.
2.-Los que pueden confesarse,
hacerlo cuanto antes.
3.-Recuperar la vida de oración
con actitud penitencial y con corazón contrito y humilde: El Santo Rosario, la
misa dominical haciendo la comunión espiritual, viacrucis, etc.
4.-Con la misma actitud
penitencial o de conversión hacer y ofrecer en la oración buenas obras, obras
de misericordia por los demás vivos o difuntos. “Sed,
pues, sensatos y sobrios para daros a la oración… pues el amor cubre multitud
de pecados” (1 Pe 4, 7b-8). Recordar que una obra de misericordia
espiritual es la oración por los difuntos.
5.-El ofrecimiento a Dios de su
vida, de sus sacrificios y sufrimientos.
6.- La lectura de la palabra de
Dios, vida de santos, el catecismo, etc., que fortalezcan la fe.
7.-Ofrecer algún servicio en la
Iglesia y relación con el párroco y con la parroquia.
Si algunos fieles no pueden
confesarse, pues lo mismo. Los fieles que no pueden confesarse, entre otras
cosas, por la falta de disposición y, de consecuencia, no pueden comulgar están
igualmente invitados a poner de su parte para que no desaparezca en su
totalidad el mínimo vínculo de unidad que puede existir con Dios.
Y en todo caso no perder de
vista la Santa Misa, sobre todo la misa dominical y solemnidades de precepto.
Es más, en el caso de la misa dominical, el hecho de no asistir a Misa entera
incrementa la distancia que la persona ha interpuesto entre ella y Dios.
Alguien podría decir: “¿Y para qué ir
a Misa los domingos si no puedo comulgar?”
Estas personas yendo a misa harán mucho: Para sí mismas pues es una
manera de interesarse por su salvación, y para los demás, vivos o difuntos,
pues se puede hacer ofrecer a Dios el sacrificio redentor de Cristo
participando activamente con la propia oración.
El precepto de oír misa entera
todos los domingos y fiesta de guardar es para todos los fieles (Canon, 1247)
desde que tengan uso de razón (Canon, 914), estén o no es gracia de Dios. Se
cumple con el precepto mediante la asistencia completa, plena, consciente y
activa en la Misa aunque no se comulgue por algún impedimento.
Que puedan o no puedan
comulgar ya es otra cuestión; el precepto no obliga a comulgar. El cumplimiento
del precepto dominical es absolutamente independiente de la comunión; quien
asiste a misa sin poder comulgar, no impide que pueda orar, participando
activamente en la misma.
Sólo existe la obligación de
comulgar una sola vez por pascua de resurrección (Canon920); y esto presupone,
como mínimo, la confesión sacramental una vez al año (Canon 989).
Una cosa es pues comulgar y
otra cosa, muy diferente, es cumplir o no con el precepto de oír Misa entera
todos los domingos y fiestas de guardar.
Y si bien es cierto que la
comunión eucarística es lo mejor, es lo más sublime, lo más grande, lo más
inefable y lo más importante, tanto que -para quien está en gracia- es la
perfecta unión del cristiano con Dios, también es cierto que no es la única
manera de estar en comunión con Él, de estar unidos a Él y de amarle.
Durante la misa la oración de
quien no puede comulgar o, que es lo mismo, de quien no está en gracia de Dios,
sobre todo la oración de arrepentimiento, sirve de mucho, así como la oración
que motiva la conversión.
Y sí que sirve rezar en pecado
mortal, porque la oración ayuda a que no decaiga la fe, sirve para no seguir
pecando, para no alejarse la persona aún más de Dios, para tener la seria
intención de conseguir la gracia del perdón en la confesión.
El orar a Dios nunca puede ser
malo o negativo o sin sentido, independientemente de que la persona esté o no
en gracia; es más, la Iglesia recomienda incluso acudir a la comunión
espiritual si es que no es posible recibir la Eucaristía al estar en pecado
mortal.
Además, la oración que se haga
por los demás, vivos o difuntos, tiene un efecto muy importante: la oración
retroalimenta. Así pues si hacemos oración por alguien, al mismo tiempo nos
estamos ayudando nosotros porque su efecto espiritual nos hace ser más
sensibles ante los misterios de Dios y más dispuestos a cumplir su voluntad
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