Una reflexión a
partir del robo de una hostia consagrada por un grupo de satánicos.
Hace unos años, escribí sobre
una experiencia poco común que tuve al celebrar la misa: una persona,
atormentada por una posesión demoníaca, salió corriendo de la iglesia en el
momento de la consagración. Volveré a hablar de este caso un poco más adelante.
Me acordé de este hecho por la
noticia sobre un culto satánico de la
ciudad de Oklahoma (EUA) que robó una hostia consagrada de una parroquia
y anunció que la profanaría durante una “misa negra”
que se realizaría ese mes de septiembre.
El arzobispo de Oklahoma,
monseñor Paul Coakley, procedió con una acción judicial para impedir el
sacrilegio y exigir que el grupo devolviera la propiedad robada a la Iglesia.
Monseñor Coakley resaltó, durante el proceso, que la hostia sería profanada de la manera más vil imaginable, como ofrenda hecha
en sacrificio a Satanás.
El portavoz del grupo
satánico, Adam Daniels, declaró: “Toda la base de
la ‘misa’ (satánica) es que tomamos la hostia consagrada y hacemos una
“bendición” u ofrenda a Satanás. Hacemos todos los ritos que normalmente
bendicen un sacrificio, que es,
obviamente, la hostia del cuerpo de Cristo. Entonces nosotros, o el
diablo, la volvemos a consagrar…”.
A la luz del proceso judicial, el grupo devolvió a la Iglesia la hostia
consagrada que había robado. Gracias a Dios.
¿Pero usted observó lo que el
portavoz satánico declaró sobre la Eucaristía? Al hablar de lo que sería
ofrecido en sacrificio, él dijo: “…que es,
obviamente, la hostia del cuerpo de Cristo”.
Por más grave y triste que sea
este caso (no es el primero), estos
satánicos explícitamente consideran que la Eucaristía católica es el Cuerpo de
Cristo.
Por lo que sé, nunca ha habido
intentos por parte de satánicos de robar y profanar una hostia metodista, o
episcopal, o bautista, o luterana, etc. Es
la hostia católica la que están buscando. Y tenemos una afirmación de la
propia Escritura que es garante: “También los demonios lo creen y tiemblan”
(Stg 2,19).
En otro pasaje, la Escritura
habla de un hombre que vagaba en medio de la multitud y estaba atormentado por
un demonio. Cuando vio a Jesús, todavía lejos, corrió hasta Él y lo adoró (Mc
5,6).
El Evangelio de Lucas cita a
otros demonios que salían de muchos cuerpos poseídos y gritaban: “Tú eres el Hijo de Dios”. Pero él no les permitía
hablar, porque sabían que Él era el
Cristo (Lc 4,41-42).
De hecho, como puede
comprobarse por muchos que ya han presenciado exorcismos, hay un poder maravilloso en el agua bendita,
en las reliquias, en la cruz del exorcista, en la estola del sacerdote y en
otros objetos sagrados que ahuyentan a los demonios.
Incluso así, muchos católicos
y no católicos infravaloran esos sacramentales (así como los mismos
sacramentos) y los utilizan de cualquier manera, con poca frecuencia o sin
frecuencia alguna. Hay mucha gente, incluso católicos, que los consideran poco
importantes. Pero los demonios no.
Vergonzosamente, los demonios, a veces, manifiestan más fe (aunque llena
de miedo) que los creyentes que deberían reverenciar los sacramentos y los sacramentales con fe
amorosa. Incluso el satánico de Oklahoma reconoce que Jesús está realmente
presente en la Eucaristía. Es por eso que busca una hostia consagrada, aunque
para fines tan nefastos y perversos.
Hace casi 15 años…
Todo eso me lleva de vuelta al
caso real que describí anteriormente. Les presento a continuación algunos
fragmentos de lo que escribí hace casi quince años, cuando estaba en la
parroquia de Santa María Antigua (Old St Mary, en la capital norteamericana)
celebrando la misa en latín en la forma extraordinaria.
Era una misa solemne. No era diferente de la mayoría de los
domingos, pero algo muy impresionante estaba a punto de suceder
Como ustedes deben saber, la
antigua misa en latín era celebrada ad orientem, o sea, orientada en
dirección al oriente litúrgico. El sacerdote y los fieles quedan todos de
frente hacia la misma dirección, lo que significa que el celebrante permanecía,
en la práctica, de espaldas a las personas. Al llegar la hora de la
consagración, el sacerdote se inclinaba con los antebrazos sobre el altar,
asegurando la hostia entre los dedos.
Ese día, pronuncié las venerables palabras de la consagración en voz
baja, pero de manera clara y distinguida: “Hoc est enim Corpus meum” (Este es mi Cuerpo). La campana sonó en cuanto me
arrodillé.
Detrás de mí, sin embargo, hubo algún tipo de perturbación, agitación o
sonidos incongruentes que provenían de los bancos de la parte delantera de la
iglesia, justo
detrás de mí, un poco a mi derecha. Enseguida, un gemido o gruñido.
“¿Qué fue eso?”,
me pregunté.
No parecían sonidos humanos, sino graznidos de algún animal grande, como un
jabalí o un oso, junto a un gemido lastimero que tampoco parecía humano. Elevé
la hostia y nuevamente me pregunté: “¿Qué fue
eso?”. Luego, silencio. Al celebrar el antiguo rito de la misa en latín,
no podía voltearme fácilmente para mirar. Pero seguí pensando: “¿Qué fue eso?”.
Llegó la hora de la
consagración del cáliz. Una vez más me incliné, pronunciando claramente y con
distinción, pero en voz baja, las palabras de la consagración: “Hic est enim calix sanguinis mei, novi et aeterni
testamenti; mysterium fidei; qui pro vobis et pro multis effundetur em
remissionem pecatorum. Haec quotiescumque feceritis in mei memoriam facietis”
(Este es el cáliz de mi sangre, sangre de la nueva y eterna alianza, misterio
de la fe, que será derramada por ustedes y por todos los hombres para el perdón
de los pecados. Hagan esto en memoria mía).
Entonces, volví a oír un ruido, esta vez un innegable
gemido y, luego enseguida, un grito de alguien que clamaba: “¡Jesús, déjame en paz! ¿Por qué me torturas?”. Hubo
de repente un ruido que parecía una pelea y alguien corrió hacia afuera, al son
de un gemido como si se tratara de alguien herido. Las puertas de la iglesia se
abrieron y enseguida se cerraron. Después, silencio.
CONCIENCIA
No podía voltearme para mirar
porque estaba levantando el cáliz de la consagración. Pero entendí en ese mismo instante que alguna
pobre alma atormentada por el demonio se había visto frente a Cristo en la
Eucaristía y no había logrado soportar su presencia real, expuesta
frente a todos. Me acordé de las palabras de la Escritura: “También los demonios lo creen y tiemblan” (Stg
2,19).
ARREPENTIMIENTO
Así como Santiago usó esas
palabras para reprender la fe débil de su rebaño, yo también tenía motivos para
la contrición. ¿Por qué, al final, un
pobre hombre atormentado por el demonio era más consciente de la presencia real
de Cristo en la Eucaristía y quedaba más impactado con ella que yo?
Él quedó impactado en el
sentido negativo y corrió lejos. Pero ¿por qué yo no me impactaba de forma
positiva con la misma intensidad? Y ¿cuántos de los demás creyentes, estaban en
los bancos?
Yo no dudo que todos nosotros
creyéramos intelectualmente en la presencia eucarística. Pero es algo muy diferente y maravilloso si
nos dejamos conmover por ella en la profundidad de nuestra alma. ¡Qué
fácil es bostezar en la presencia del Divino! Y nos olvidamos de la presencia
milagrosa e inefable, disponible ahí para todos.
Quiero dejar constancia de
que, ese día, hace casi quince años, quedó muy claro para mí que yo tenía en mis manos al Señor de la Gloria,
el Rey de los Cielos y la Tierra, el Justo Juez y el Rey de reyes de la tierra. ¿Jesús
está presente en la Eucaristía? ¡Hasta los demonios lo creen!
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