Reflexiones sobre el concepto de secta y respuesta a
algunas acusaciones dirigidas a grupos católicos.
“No pueden considerarse sectas los grupos aprobados por la autoridad
eclesiástica”
CLARIFICACIÓN DE
CONCEPTOS
Desde
hace algún tiempo, en los medios de comunicación social se habla de “sectas intra-eclesiales” o de “sectas intra-católicas”. Se quiere así criticar
una serie de movimientos y comunidades que han surgido en los últimos decenios.
Antes, a muchos de estos nuevos grupos se les solía tachar de “conservadores” o “fundamentalistas”;
ahora se los trata de aislar como “sectas
intra-eclesiales”(1). Nos quieren alertar contra ellos como contra las sectas
clásicas o las así llamadas “religiones de los
jóvenes”, que constituyen un peligro para la salud psíquica de las
personas y las tratan de modo inhumano. Muchos fieles saben que siempre ha
habido, y hay también hoy, sectas que se separan del cristianismo. Pero a
muchos cristianos les resulta sorprendente que existan sectas también dentro de
la Iglesia, aunque esos grupos hayan obtenido el reconocimiento y la aprobación
de la Iglesia.
EL CONCEPTO DE SECTA
El
concepto de secta surge en el ámbito religioso-eclesial, pero recientemente se
ha ampliado también a una dimensión político-social. Por eso, está perdiendo su
precisión científica y su carácter inequívoco. En el lenguaje común se usa cada
vez más como un eslogan para señalar a ciertos grupos que se consideran
peligrosos, porque transgreden valores fundamentales de la sociedad democrática
liberal. Por lo general hoy se suelen considerar como signos distintivos de una
secta: la formación de grupos selectos que se apartan del ambiente social y con
frecuencia se oponen a él; y la creación de formas alternativas de vida que a
menudo llevan a extremos lejanos a la realidad y a exageraciones malsanas. Como
características internas de una secta, además del intento de conservar una meta
o un ídolo espiritual opuesto a lo convencional, se suelen citar: el rechazo de
valores fundamentales hoy, como la libertad personal y la tolerancia, así como
una búsqueda, a veces militante, de las actitudes opuestas, un estilo de vida
totalitario; la supresión de la conciencia de los miembros; la exclusión de los
que están fuera del grupo; y cierta tendencia a controlar la sociedad o algunos
de sus sectores. A un grupo, en el que se manifiestan algunas de estas
características, se le suele llamar secta.
En el
lenguaje religioso, que es el más adecuado (y, por ello, el más preciso) para
tratar el problema, una secta es un grupo que se ha separado de las grandes
Iglesias, de las Iglesias populares. A menudo las sectas conservan algunos
valores, ideas religiosas o formas de vida de las comunidades eclesiales
fundamentales, pero los absolutizan, aíslan y realizan en una vida comunitaria
rígidamente separada de la unidad originaria y orientada a la conservación y la
protección de sí misma. He aquí algunos signos distintivos, vinculados con
estos datos fundamentales: ideas religiosas desequilibradas (por ejemplo, la
inminencia del fin del mundo); el rechazo de toda comunicación espiritual con
personas que piensen de otra manera; un entusiasmo exagerado al presentar y
realizar la propia visión; un fuerte proselitismo y un convencimiento exagerado
de su misión con respecto a un mundo al que se desprecia; un absolutismo de la
salvación que limita la posibilidad de alcanzarla a un número determinado de
personas que pertenecen a dicho grupo.
En la
teología católica una secta se caracteriza sobre todo por el abandono de la
verdad bíblico-apostólica común y de los contenidos centrales de la fe. Por
eso, a juicio de la Iglesia, la secta siempre está vinculada con la herejía y
el cisma.
No se
necesita haber estudiado teología para reconocer la contradicción fundamental
que implica el eslogan: “sectas intra-eclesiales”. La
presunta existencia de sectas dentro de la Iglesia conlleva indirectamente
también un reproche al Papa y a los obispos, que tiene la responsabilidad de
examinar las asociaciones eclesiales para ver si su doctrina y sus actividades
van de acuerdo con la fe de la Iglesia. Por eso, el hecho de que la autoridad
de la Iglesia no reconozca a una asociación forma parte esencial de la determinación
teológico-eclesial de la misma como secta. Las sectas se encuentran fuera de la
Iglesia (y también fuera de los compromisos ecuménicos). Las sectas se hallan
aisladas y, por su auto-comprensión, no quieren verse sometidas a examen por
parte de la autoridad eclesiástica. Por el contrario, las comunidades
eclesiales reconocidas se mantienen en contacto continuo con los responsables
en la Iglesia. Sus estatutos y su estilo de vida son examinados. Por ello, no
es justo que ciertas instituciones, personas o medios de comunicación tachen de
sectas a comunidades reconocidas por la Iglesia, o incluso que llamen “prácticas sectarias” al estilo de vida que sigue
los tres consejos evangélicos.
Según la
legislación de la Iglesia, los fieles tienen derecho a fundar asociaciones.
Corresponde a los obispos y a la Santa Sede el deber de examinar las nuevas
comunidades y los nuevos movimientos -con lenguaje paulino, se habla también de
nuevos carismas- y, si es el caso, reconocer su autenticidad. La autoridad eclesiástica
debe promover y sostener lo que el Espíritu suscita en la Iglesia. También debe
intervenir y corregir, si se producen errores o desviaciones en la doctrina o
en la praxis. Aquí radica la gran diferencia con una secta, la cual no tiene y
no reconoce una autoridad exterior, mientras que los grupos eclesiales se
someten consciente y libremente a la autoridad de la Iglesia, siempre
dispuestos a aceptar las correcciones que pueda hacerles. Y esta verdad se
puede confirmar con numerosos ejemplos concretos.
Libero
Gerosa resume los criterios esenciales de los carismas auténticos de la
siguiente manera: “Los carismas son gracias
especiales que el Espíritu distribuye libremente entre los fieles de todo tipo
y con los que los capacita y dispone para asumir varias obras y funciones,
útiles para la renovación de la Iglesia y para el desarrollo de su
construcción. Algunos de estos carismas son extraordinarios, otros, por el
contrario, sencillos y mucho más difundidos, pero el juicio sobre su
autenticidad corresponde, sin ninguna excepción, a los que presiden en la
Iglesia, a los que compete no extinguir los carismas auténticos”(2). En
todo caso, nadie debería dejarse turbar por el hecho de que los medios de
comunicación presenten como “sectas
intraeclesiales” a algunas comunidades aprobadas por la Iglesia. Si
hubiera dudas o preguntas, siempre existe la posibilidad de informarse con
mayor detalle en los organismos competentes de la Iglesia.
EL CONCEPTO DE
FUNDAMENTALISMO
La
palabra fundamentalismo se refiere originariamente a un movimiento
religioso-ideológico que surgió en Estados Unidos antes de la primera guerra
mundial. Hacia una interpretación estrictamente literal de la Biblia (sobre
todo de los relatos de la creación) y se convirtió en un movimiento colectivo conservador
protestante. Los aspectos típicos del fundamentalismo actual, en su país de
origen, son: el rechazo de toda visión histórico-critica de los textos
bíblicos; la orientación casi mítica hacia un pasado idealizado, el rechazo de
toda valoración positiva del desarrollo moderno; un moralismo penetrante y crítico
sobre todo de los excesos de la sociedad de consumo, a veces también ciertas
tendencias políticas de extrema derecha y afirmaciones créticas sobre la
democracia. En la filosofía y sociología modernas ese fundamentalismo
americano, como expresión de la American civil religión, es valorado
críticamente, pero, a pesar de todo, se le considera un fenómeno serio frente a
las aporías del liberalismo extremo. Distinto de este significado es el concepto,
elaborado sólo en la década de 1980 en Europa, de un fundamentalismo religioso,
expresión bastante confusa e imprecisa.
Dicho
concepto abarca fenómenos tan diferentes como el extremismo fanático musulmán
que, en el caso de una desviación de la religión, es también favorable a la
aplicación de la pena de muerte y, por otra parte, el compromiso de cristianos
católicos de conservar la fe tradicional de la Iglesia .La sospecha de
fundamentalismo afecta, sin distinción tanto a algunas asociaciones eclesiales,
que desde el inicio han acatado los principios fundamentales de la Iglesia y
son fieles al concilio Vaticano II, como a los seguidores de monseñor Marcel
Lefebvre.
En el
fondo, el concepto de fundamentalismo se utiliza a menudo como eslogan para
atacar a alguien, más que como expresión para describir un fenómeno espiritual
claramente determinado. En este contexto, se habla a veces también de
dogmatismo, de integrismo, de tradicionalismo, de sospecha con respecto a
personas que piensan y viven de forma diversa, o del miedo ante la propia
decisión.
Lo que la
crítica pretende con relación al fundamentalismo es rechazar una actitud de la
fe caracterizada por el miedo y la incertidumbre, que no admite ningún
desarrollo del dogma y de la comprensión de la verdad, se atiene firmemente a
formas y fórmulas rígidas, y no se atreve a exponerse a la praxis de la vida
que cambia. Esta forma de crítica es objetiva. Con todo, algunos críticos
tienden a considerar fundamentalistas a todos los grupos o movimientos que, a pesar
de los múltiples cambios actuales, se mantienen firmes en profesar la
existencia de verdades permanentes y de valores que obligan, y que no se
apartan “de la plenitud, de la forma estructurada y
de la belleza del mundo de la fe católica”(3). Esos críticos deberían
preguntarse si no corren ellos mismos, a veces, el peligro de caer en un
relativismo con respecto a los valores y a la verdad, sosteniendo al mismo
tiempo cierta pretensión de absoluto, al querer decidir por sí mismos cuáles
son los fundamentos de la realidad actual de la vida y de la fe.
En su
nuevo libro “La sal de la tierra”, el
cardenal Ratzinger responde a la pregunta sobre el significado y el peligro del
fundamentalismo moderno de modo muy preciso: “Un
elemento común a todas esas corrientes, que nosotros llamamos fundamentalistas,
es su afán por encontrar una fe segura y sencilla. Esto, en sí mismo, no
es malo, todo lo contrario, porque la fe -como tantas veces se nos repite en el
Nuevo Testamento- se dirige a los sencillos, a los pequeños, a los que no son
capaces de captar complicadas sutilezas académicas. Si en nuestra vida actual
pesa tanto la falta de seguridad, las dudas, y la ausencia de fe en la verdad
conocida, desde luego no vivimos de acuerdo con el modelo de vida que la Biblia
nos propone. Pero ese deseo de seguridad y sencillez, del que hablábamos, puede
ser peligroso y acabar en un puro fanatismo y en estrechez de miras. Cuando las
razones de la fe son dudosas, también se falsea la fe. Y entonces se convierte
en una idea partidista, que ya nada tiene que ver con el dirigirse
confiadamente a un Dios vivo causa de nuestra vida. Entonces se producen formas
patológicas de religiosidad, como, por ejemplo, esas búsquedas de apariciones,
con mensajes del más allá, y otras cosas por el estilo. Los teólogos, en vez de
referirse con superficialidad a los fundamentalismos cada vez más extendidos,
deberían detenerse a reflexionar sobre qué parte de culpa puedan tener ellos de
que tantas personas huyan hacia otras formas de religiosidad más estricta y a
veces, incluso, perjudiciales para el hombre. Si continuamos cuestionándolo
todo, sin dar las respuestas positivas de la fe, no podremos evitar una gran
huida(4).
RESPUESTA A ALGUNAS
CRÍTICAS
En la
primera parte de este articulo he tratado de aclarar brevemente los conceptos
de secta y de fundamentalismo; ahora, en esta segunda, responderé a las
diversas críticas que se hacen a las nuevas comunidades eclesiales .Como he
explicado, no se puede tacharse sectas a los grupos y movimientos reconocidos
por la Iglesia, pues la aprobación eclesiástica atestigua su arraigo en la
Iglesia. A veces son muchas las críticas que se lanzan contra los nuevos
carismas, a pesar de su reconocimiento por parte de la Iglesia. A este
respecto, es preciso tener presente que se debe distinguir entre la doctrina y
la actividad de estas comunidades, reconocidas por la Iglesia como carismas, y
las debilidades de algunas personas. Todos sabemos que el obrar humano es
imperfecto. Por ello, hay que subrayar una vez más, que la autoridad de la
Iglesia debe intervenir donde se produzcan desviaciones. Algunas críticas que
se han hecho son: lavado de cerebro, aislamiento y separación del mundo,
alejamiento de la familia, dependencia de personalidades carismáticas, creación
de estructuras intra-eclesiales propias, violación de derechos humanos,
problema de los ex-miembros. Trataré de responder a esas críticas:
LAVADO DE CEREBRO
Este
término ni siquiera es aplicable al cambio de la personalidad que a menudo se
produce dentro de las sectas, pues con él se quiere aludir a métodos inhumanos,
aplicados por regímenes totalitarios, para influenciar y cambiar la
personalidad del hombre. Ese término no se puede aplicar de ninguna manera a la
formación de los miembros de comunidades eclesiales, puesto que la formación es
una transformación, querida libremente, que respeta la dignidad humana; una
transformación de toda la persona en Cristo, que deriva de la llamada
programática de Jesús a convertirse y a creer (cf. Mc 1, 14 ss). Quien sigue la
llamada de Jesús en la gracia y en la libertad, adquiere una visión
sobrenatural de la vida en todas sus dimensiones. También San Pablo, en una de
sus cartas, habla de esta transformación, cuando afirma: “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos
mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es
la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto”(Rm 12, 2). En
la tradición cristiana, ese proceso se suele llamar metánoia: conversión de
vida. Tal cambio de vida se basa en la experiencia de ser llamado por el Dios
vivo a seguirlo en un camino particular. La conversión es un proceso de vida,
que requiere una continua decisión libre del cristiano. Es deber de las
comunidades eclesiales controlar que la decisión de seguir la llamada sea
libre. Una serie de directrices canónicas está orientada a ello.
AISLAMIENTO Y
SEPARACIÓN DEL MUNDO
El
Evangelio dice que los cristianos no son “del
mundo” (En 17, 16), sino que cumplen su misión “en
el mundo” (En 17, 18). Alejamiento del mundo no significa separación de
los hombres y de sus alegrías, preocupaciones y necesidades, sino alejamiento
del pecado. Por tanto, Jesús ora por sus discípulos: ”No
te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno” (En
17, 15). Si los cristianos no hacen ciertas cosas como los demás, o si no
siguen completamente la moda, no quiere decir que desprecien el mundo. Sólo
rechazan lo que va en contra de su fe o lo que no consideran más importante
porque han encontrado “el tesoro escondido en un
campo” (Mt 13, 44). La unión con Cristo debe impulsarlos a no apartarse
a un mundo propio, sino a santificar el mundo, transformándolo en la verdad, en
la justicia y en la caridad. En una sociedad marcada por los medios de
comunicación social, en la que la Iglesia debe ser una “casa
de cristal”, debemos afrontar también el desafío de ser transparentes en
el sentido de la primera carta de San Pedro, es decir, “siempre
dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza”
(I Pe 3, -15). Esto vale también para las comunidades contemplativas, que viven
dentro de las paredes del monasterio y, mediante la oración y el sacrificio, se
dedican al bien de los hombres. En efecto, la Iglesia, por una parte, es una “sociedad de contradicción”(5); y, por otra, una
comunidad misionera en medio del mundo.
En varias
ocasiones el Concilio Vaticano II puso de relieve ese aspecto, citando-entre
otras fuentes- el antiguo Discurso a Diogneto. En ese Discurso, escrito entre
el siglo II y el III, se subraya que los cristianos, como todos los hombres,
viven en el mundo, pero al mismo tiempo se oponen al espíritu del mundo, porque
tienden a una meta que está más allá del mundo. Precisamente así cumplen su
misión por el bien del mundo.
“Para decirlo brevemente, lo que es el alma en el cuerpo eso son los
cristianos en el mundo. El alma está esparcida por todos los miembros del
cuerpo, y cristianos hay por todas las ciudades del mundo. Habita el alma en el
cuerpo, pero no procede del cuerpo; así los cristianos habitan en el mundo,
pero no son del mundo. El alma invisible está encerrada en la cárcel del cuerpo
visible; así los cristianos son conocidos como quienes viven en el mundo, pero
su religión sigue siendo invisible. La carne aborrece y combate al alma, sin
haber recibido agravio alguno de ella, porque no le deja gozar de los placeres,
a los cristianos los aborrece el mundo, sin haber recibido agravio de ellos,
porque renuncian a los placeres (…). Los cristianos viven de paso en moradas
corruptibles, mientras esperan la incorrupción en los cielos. El alma,
maltratada en comidas y bebidas, se mejora; lo mismo los cristianos, castigados
de muerte cada día, se multiplican más y más. Tal el puesto que Dios les señaló
y no les es lícito desertar de él”(6)
ALEJAMIENTO DE LA
FAMILIA
El
respeto y la solicitud amorosa hacia los padres y familiares forma parte
esencial del mensaje cristiano. Pero si se trata de la llamada a su seguimiento
particular, Jesús pide que también se alejen de su familia: los Apóstoles abandonaron
su familia, su profesión, su patria. Ese modo de seguir a Cristo continúa en la
historia hasta nuestros días. Algunos padres se alegran de que uno de sus hijos
o hijas tome esa decisión, pero, a este respecto, pueden surgir conflictos con
los familiares. Jesús mismo los previó (cf. Mt 10, 37).
Dejar que
un hijo se marche no siempre es fácil, ni siquiera en el caso del matrimonio.
De todos modos, si se abandona la casa por la llamada de Jesús y con plena
libertad, no se trata de huir de los deberes familiares, y no se puede achacar
a un influjo injustificado por parte de una comunidad. Sólo sería criticable si
se buscara adrede una ruptura con los familiares que se esfuerzan también por
vivir su fe cristiana. En efecto, todo miembro de la familia es libre de
escoger su camino en la vida. También a este propósito es preciso ser
tolerantes, respetando la decisión de la conciencia de la persona.
Ciertamente,
en el pasado se han producido situaciones difíciles, y también se dan hoy
conflictos como, por ejemplo, el de las comunidades que influyen en menores de
edad contra la voluntad de sus padres, o el de algunos padres que no comprenden
o no aceptan la decisión de un hijo que quiere entrar en una comunidad
religiosa. Sin embargo, si se vive el seguimiento de Jesús con amor, con
decisión y con afecto cristiano, y si se respeta la libre decisión de cada uno,
se puede crear una relación de confianza entre la familia natural y la
espiritual, con resultados muy positivos. Muchos hombres, por propia experiencia,
pueden atestiguarlo.
DEPENDENCIA DE
PERSONALIDADES CARISMÁTICAS
Es
preciso distinguir con esmero entre personas que utilizan su capacidad de modo
egoísta y falso para dominar a los demás y hacerlos dóciles, y las personas
realmente carismáticas, que también las hay hoy en la Iglesia. Éstas ofrecen
todo su ser “con pureza” (II Cor 6, 6) por
el bien de la Iglesia y de los hombres. En la historia de la salvación
encontramos continuamente nuevas personalidades carismáticas. Su prototipo es
Jesucristo mismo. Siguiendo su ejemplo, innumerables hombres y mujeres han
descubierto su camino en la vida y su felicidad. Fundadores y otros hombres
carismáticos, como San Benito, San Ignacio, Santa Clara o Santa Ángela de
Merici, se esforzaron por ganar a otras personas para Cristo. Dios los envió
como un regalo a su Iglesia. Con la libertad de los hijos de Dios,
transmitieron a otros la riqueza sobrenatural de su vida, y siempre se
sometieron a la autoridad de la Iglesia. ¿No debemos dar gracias a Dios porque
nos regala también hoy personas tan llenas de espíritu? Además de conservar las
estructuras establecidas y consolidadas, ¿no debemos también estar abiertos al
soplo del Espíritu Santo, que es el alma de la iglesia?
CREACIÓN DE ESTRUCTURAS
INTRA-ECLESIALES PROPIAS
A menudo
se critica a ciertos grupos porque forman una “iglesia
dentro de la Iglesia”. Para evitar ese peligro, es preciso buscar
siempre una relación equilibrada entre estructuras eclesiales existentes, sobre
todo la parroquia, y los nuevos grupos. A este respecto, el cardenal Ratzinger
afirma: “A pesar de los grandes cambios esperados,
en mi opinión, la célula principal para la vida comunitaria seguirá siendo la
parroquia (…) Habrá que aprender a caminar uno junto a otro, y eso, sin duda
alguna, supone un enriquecimiento. ¿Con qué rapidez sucederá esto en la
historia? Dependerá, seguramente, de que haya grupos con un carisma determinado
debido a la personalidad de su fundador y de que se mantengan unidos
recorriendo juntos un camino espiritual específico. El intercambio de
experiencias entre la parroquia y cada uno de esos movimientos será muy
necesario, porque cada movimiento tendrá que estar unido a la parroquia para no
verse convertido en secta, y la parroquia necesitará de esos movimientos para
no quedarse entumecida. Actualmente, en las órdenes religiosas se han creado
otras formas de vida en medio del mundo. Cualquiera que lo desee puede
comprobar, y se asombrará de ello, la diversidad de formas de vida cristiana
totalmente nuevas ya existentes, y seguramente en medio de todas ellas podría
entreverse la Iglesia de mañana”(7).
VIOLACIÓN DE DERECHOS
HUMANOS
Desde
tiempos antiguos el núcleo dela vida consagrada fue el seguimiento de Cristo en
el celibato (en la virginidad), en la obediencia y en la pobreza. Quien elige
este camino y, después de varios años de reflexión y de oración, asume sus
respectivos compromisos, renuncia a determinados derechos por una libre
decisión de conciencia: al derecho de contraer matrimonio; al derecho a la
autodeterminación; y al derecho a administrar y a adquirir bienes de forma
independiente. El Concilio enseña: “Los consejos
evangélicos de castidad consagrada a Dios, pobreza y obediencia tienen su
fundamento en las palabras y el ejemplo del Señor. Recomendados por los
Apóstoles, los Padres de la Iglesia, los doctores y pastores, son un don de
Dios, que la Iglesia recibió de su Señor y que con su gracia conserva siempre”(8).
La decisión de seguir esa forma de vida, si se toma voluntariamente, no viola
los derechos humanos, sino que es la respuesta a una llamada particular de
Cristo. De todos modos, los responsables de las diversas comunidades deben
apoyar la disponibilidad de los miembros con sinceridad y ayudarles a que
fructifique en el espíritu de una verdadera comunión, para la edificación de la
Iglesia y para el bien de los hombres.
EL PROBLEMA DE LOS
EX-MIEMBROS
En todas
las comunidades religiosas los nuevos miembros disponen de un tiempo de
conocimiento recíproco, de crecimiento y de auto-examen, como preparación para
un compromiso definitivo. Los superiores también tienen derecho a expulsar a
alguno, si se producen ciertos hechos graves. Por desgracia, también hay
abandonos o expulsiones, cuando alguien da un paso definitivo. Algunos de los
que han abandonado una comunidad conservan un buen contacto y, de común
acuerdo, siguen su camino. Naturalmente, las comunidades reconocidas por la
Iglesia también deben ofrecer a sus miembros y ex-miembros la posibilidad de
dirigirse, en caso de conflicto, a las instancias eclesiásticas competentes.
Ahora
bien, algunos de los ex-miembros difunden sus experiencias negativas en los
medios de comunicación social. Donde haya personas que viven juntas, hay
inevitablemente límites y debilidades. Pero eso no justifica que se presenten
las propias dificultades en el interior de una comunidad como válidas en
general. Esas experiencias negativas de algunos son siempre dolorosas para la
entera comunidad de la Iglesia. Tales experiencias a menudo son destacadas por
la publicidad secular, a la cual, normalmente, no le interesan las cuestiones
doctrinales, sino sólo los comportamientos y las consecuencias que de ellas
derivan. En la discusión se pone de relieve que la Iglesia, en sus diversas
comunidades, es una “sociedad de contradicción” ante la sociedad liberal y
secular. “Quien acepta la religión sólo en la forma
de una religión civil adaptada a la mentalidad social, considerará sospechoso
todo lo que sea radical”(9). Si una crítica se basa en una acusación
realmente seria, la autoridad eclesiástica la examinará a fondo; una crítica
puede llevar también a una purificación y a un mejor crecimiento de esa
comunidad. En el Informe Vaticano de 1986 sobre “el
fenómeno de las sectas o nuevos movimientos religiosos” se afirma, al
respecto, que actitudes sectarias (como, por ejemplo, la intolerancia y el
proselitismo agresivo, citadas en dicho Informe) no bastan para constituir una
secta, pues pueden darse también en comunidades eclesiales. Ahora bien, se
afirma textualmente que estos grupos “pueden
cambiar positivamente mediante una profundización de su formación cristiana y a
través del contacto con otros cristianos. En este sentido, dichos grupos pueden
crecer dentro de una mentalidad y actitud más eclesiales”(10). Esta
actitud eclesial se requiere en ambas partes: en las comunidades, para que
presenten su carisma como un don entre muchos otros (rechazando así la
tentación de una “pretensión eclesiástica
absolutista”) y también en los que no tienen un acceso inmediato a esas
formas de vida eclesial, porque reconocen en esas comunidades un don del
Espíritu, que da la vida, un don que brinda a muchos hombres un acceso a la fe.
Hoy, en
varios países del mundo, está apareciendo un nuevo deseo de vivir más
resueltamente el mensaje de Cristo, a pesar de todas las debilidades humanas;
de servir a la Iglesia en comunión con el Santo Padre y los obispos. Muchos ven
en los nuevos carismas un signo de esperanza. Otros los consideran realidades
extrañas, y otros como un desafío o incluso como una acusación contra la que se
defienden, a veces hasta con reproches. Algunos promueven un humanismo que se
aparta cada vez más de sus raíces cristianas. Pero no hemos de olvidar que “la expresión conciliar ecclesia semper reformanda no
sólo se refiere a la necesidad de reflexionar sobre las estructuras, sino
también a la apertura siempre nueva y al replanteamiento de acuerdos con el
espíritu del tiempo demasiado favorables”(11).
1. Cf. HANS GASPER, Ein problematische Etikett. Mit
dem Sektenbegriff sollte man behutsam umgehen: Herder Korrispondenz 50 (1996)
577-580; HANS MAIER, Sekten in der Kirche? Es muB Platz geben für unterschiedliche Wege: Klerusblatt 76 (1996) 208.
2. LIBERO GEROSA, Charisma und Recht, Trier 1989, 66; citas en el texto
tomadas de Lumen Gentium, 12.
3. LEO SCHEFFEZYK, Katolische Glaubenswelt.
Wahrheit und Gestalt, Aschaffenburg 1977, p.351.
4. JOSEPH RATZINGER, La sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia
católica ante el nuevo milenio. Una conversación con Petr Seewald. Ed. Palabra,
Madrid 1997, p.146.
5. Cf. GERHARD LOHFINK, Wie hat Jesus Gemeinde gewolt? Friburgo 1993,
pp. 142ss, 181ss.
6. Discurso a Diogneto,VI: Padres Apostólicos. BAC, Madrid 1993, pp.
851-852.
7. JOSEPH RATZINGER, La sal de la tierra. Cristianismo e Iglesia
católica ante el nuevo milenio. Una conversación con Peter Seewald. Ed.Palabra,
Madrid 1997, p. 289.
8. Lumen gentium, 43.
9. HANS GASPER, op.cit. (cf. nota 1)
10. SECRETARIADO PARA LA UNIÓN DE LOS CRISTIANOS, SECRETARIADO PARA LOS
NO CRISTIANOS, SECRETARIADO PARA LOS NO CREYENTES Y CONSEJO PONTIFICIO PARA LA
CULTURA. Informe sobre “El fenómeno de las sectas o nuevos movimientos
religiosos. Introducción”: L”Osservatore Romano, edición en lengua española, 25
de mayo de 1986, p.6.
11. HANS MAIER, op. cit. (cf. nota 1).
Mons. Christoph Schönborn. O.P.
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