El misterioso
destino ¿Qué es? ¿Realmente existe?
Por: P. Miguel A. fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
Por: P. Miguel A. fuentes, IVE | Fuente: TeologoResponde.org
Pregunta:
Padre: ¿Qué es el destino? ¿Es verdad que todos
lo tenemos ya fijado y que Dios conoce de antemano todo lo que va a sucedernos?
¿No podemos, entonces, cambiar nuestro destino?
Respuesta:
Estimado:
Creer en el “destino”
consiste en afirmar que el futuro humano está determinado, decidido o
fijado desde toda la eternidad. En el mundo homérico se afirmaba la existencia
de un poder que actuaba sobre hombres y dioses, personificado en la Moira[1].
Hoy en día se usa el término “destino” con
dos sentidos diversos: algunos se refieren a él en un sentido amplio,
metafórico, como sinónimo del aspecto misterioso de los acontecimientos
humanos; es una forma de afirmar entre el vulgo que se nos escapa la
explicación última de los acontecimientos terrenos. Pero muchos otros lo usan
en sentido propio, semejante al que le daban las antiguas mitologías, negando
la libertad humana y la Providencia divina. La noción de destino o de fatalidad
desempeña también un importante papel en las supersticiones populares como
cuentos de hadas, magia, adivinación, astrología, e incluso en la vida
cotidiana.
El cristianismo enseña que la afirmación de un
destino prefijado de antemano para cada uno de nuestros actos equivale a la
negación de la libertad humana. Enseña asimismo que no hay contraposición entre
el conocimiento que Dios tiene de todas las acciones de los hombres y la
libertad de la creatura humana.
La Epístola a los Hebreos dice, en efecto: Todo
está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de dar cuenta (Hb
4,13); y el Concilio Vaticano I, citando este texto, añade: “también aquellas acciones libres y futuras de las
creaturas” [2]
La Sagrada Escritura da testimonio clarísimo de
esta verdad: Tú de lejos te das cuenta de todos mis pensamientos… conoces todos
mis caminos (Sal 138,3); ¡Dios eterno, conocedor de todo lo oculto, que ves las
cosas todas antes de que sucedan! (Dan 13,42); Sabía Jesús desde el principio
quiénes eran los que no creían y quién era el que había de entregarle (Jn
6,65).
Pero al mismo tiempo el dogma de la certeza
infalible con que Dios prevé las acciones libres futuras no pone en menoscabo
el dogma de la libertad humana [3]. Los
santos Padres ya afirmaban que la Presciencia divina no coarta en absoluto las
acciones futuras, del mismo modo que tampoco los recuerdos humanos coartan las
acciones libres pretéritas. San Agustín decía: “Así
como tú con tu recuerdo no fuerzas a ser las cosas que ya fueron, de igual modo
tampoco Dios con su presciencia fuerza a que sean las cosas que serán en el
futuro” [4]
La teología distingue entre la “necesidad antecedente” que precede a la acción y
suprime la libertad, y la “necesidad consiguiente”, que sigue a la acción y,
por lo tanto, no perjudica la libertad. Las acciones libres futuras previstas
por Dios tienen lugar infalible o necesariamente, mas no por necesidad
antecedente, sino consiguiente. Santo Tomás escribe en el mismo sentido: si
Dios, con su conocer no sujeto al tiempo, ve algo como presente, entonces
indefectiblemente sucederá en la realidad [5],
pero es un error pensar que Dios lo predetermina con su presciencia.
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Bibliografía:
Michel Dubuisson, Destino, en: Diccionario de
las Religiones, dirigido por Paul Poupard, Herder, Barcelona 1987, p. 443-445.
[1] La
moira (término que en griego significa “dar a cada
uno su parte, el lote o la dote que le corresponde”), en las antiguas
teogonías, es la ley suprema a la que están sometidos no sólo los hombres sino
los mismos dioses; lo que diferencia a los dioses y a los hombres es que los
dioses son inmortales y conocen los designios de la moira aunque no pueden ir
contra ellos; los hombres, en cambio, son mortales y desconocen esos designios.
Pero tanto unos como otros están “atados” a
esta ley.
[2] DS
3003; cf. 3890.
[3] Cf. DS
1555.
[4] San
Agustín, De libero arbitrio Tr. 4, II.
[5] Cf.
Suma Contra Gentiles, I, 67; De veritate 24, 1 ad 13.
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