Adán y Eva no obedecieron al Señor. Eva se dejó
seducir por el demonio, quien le dijo que si comían serían como dioses,
sabedores del bien y del mal. Comió, pues, del fruto, y luego se lo presentó a
Adán, quien por complacerla también comió (cfr. Gen. 3).
7. LA ELEVACIÓN Y LA
CAÍDA DE LAS CRIATURAS ESPIRITUALES
7.1
LA PROVIDENCIA: LA CONSERVACIÓN Y EL GOBIERNO DIVINO DEL MUNDO
7.1.1 Noción de
Providencia
Se llama
Providencia el cuidado y gobierno que Dios tiene de todas las criaturas, a las
que dirige convenientemente a su fin.
Dios
tiene Providencia especial del hombre. Su sabiduría le exige que cuide con
mayor solicitud de las criaturas más nobles. “Antes
se olvidará la madre de su hijo que Dios de nosotros” (Is. 49,15).
7.1.2 Conservación y
gobierno de las criaturas
La
Providencia abarca dos cosas: la conservación de las criaturas y el gobierno de
ellas.
lo. Dios conserva a las criaturas, haciendo que
permanezcan en el ser. Como necesitaron de Dios para salir de la nada, así
necesitan de El para mantenerse en el ser y no volver a la nada.
El ser
contingente recibe el ser en todos los momentos de su existir, y no sólo en el
primero; para él el instante que precede no es razón suficiente de su
existencia en el instante que sigue; sino que depende en todo momento de quien
le dio el ser, de la misma manera que el arroyo depende de la fuente que lo
alimenta. En otras palabras, las criaturas no pueden seguir existiendo “por su propio impulso”, porque en ese caso serían
independientes de Dios, existirían por sí mismas, lo cual es imposible en los
seres contingentes.
Con toda
verdad, pues, se dice que la conservación es una creación continuada.
2o. Dios gobierna también los seres, dirigiéndoles a
los fines para los cuales los creó. En especial dispone todas las cosas para
provecho espiritual del hombre: “Todas las cosas
contribuyen al bien de los que aman a Dios” dice San Pablo (Rom. 8, 18).
Pero la
acción de la Providencia no destruye la libertad; de manera que,
desgraciadamente, el hombre puede contrariarla y perderse eternamente.
7.1.3 Existencia de la
Providencia
La
Escritura nos revela en todas sus páginas su existencia: “Tu Providencia, oh Dios, gobierna el mundo”,
leemos en la Sabiduría (14, 3); y el Salvador nos dice: “No os acongojéis por hallar qué comer o cómo vestiros. Bien sabe
vuestro Padre que de ello necesitáis”” (Mt. 6, 31).
Dios
cuida hasta de las cosas más pequeñas, sin que ello desdiga de su grandeza,
puesto que todos son obras de sus manos. Ni un cabello cae de nuestra cabeza
sin que Él lo quiera (cfr. Luc. 21,18).
La
existencia de la Providencia es también una verdad de fe definida: “Todo lo que Dios creó, con su Providencia lo gobierna y
conserva” (Conc. Vat. I, Dz. 1789).
Dios
providente es una consecuencia de su infinitud: nada, en ningún aspecto, escapa
a su Ser y a sus perfecciones infinitas; todo lo ve, todo lo conoce, todo lo
dispone o lo permite, todo lo orienta a Su Gloria y a nuestra felicidad.
La
aceptación y profundización de esta verdad dogmática supondrá en nuestra vida
un aumento de fe: todos los acontecimientos, en lo personal y a nuestro
alrededor, provienen de la mano amorosa de Dios, que siempre, a veces de modo
difícil de comprender, los orienta a nuestro bien.
7.1.4 Cosas que parecen
oponérsele
Tres
cosas parecen oponerse a la divina Providencia:
lo. El mal físico, sean los sufrimientos,
enfermedades, la muerte y demás flaquezas del hombre.
2o. El mal moral, o sea el pecado.
3o. La prosperidad de los malos y sufrimiento de los
buenos. Estudiemos este triple aspecto de la cuestión.
a) El mal
físico
El mal
físico, como la ignorancia, pobreza, enfermedades y la muerte no va contra la
divina Providencia:
lo. Porque estos males o son inherentes a nuestra
condición imperfecta de criaturas, o una consecuencia y castigo del pecado.
2o. Porque estos males no lo son en realidad, sino
sólo en apariencia; pues sufridos con resignación, se convierten en bienes, es
decir:
* hacen
posible expiar nuestros pecados pasados. En efecto, el sufrimiento cristianamente
aceptado, es un medio de expiación.
* con
ellos podemos probarle a Dios nuestra fidelidad, reconociendo como Job que de
El vienen tanto los sucesos prósperos como los adversos.
* ayudan
a acrecentar el mérito y virtud; pues no están estos en servir a Dios cuando
todo sale bien, sino cuando la necesidad o el dolor nos visitan.
b) El mal
moral
El mal
moral, o sea el pecado, no tiene su causa en Dios, sino en el hombre, esto es,
en el mal uso que hace de su libertad. Por ello, no se opone a la Providencia
de Dios, que es siempre santa. (cfr. Dz. 514, 816).
Expliquemos
esta doctrina en sus diversos puntos:
lo. Dios no es el autor del pecado. El autor y
responsable del pecado es el hombre, por el abuso de su libertad.
2o. Dios tampoco quiere el pecado, sino que por el
contrario lo aborrece supremamente, y lo prohíbe y castiga con gran severidad.
3o. Dios únicamente permite el pecado; y esto por muy
graves motivos:
a) Por respeto a la libertad del hombre. Dios la
respeta tanto, que no impide la libre acción de éste, aunque le disguste
infinitamente.
b) Porque quiere que el hombre tenga mérito y derecho
a recompensa. Si Dios lo forzara a obedecer, no tendría una cosa ni la otra.
c) Porque Dios es suficientemente sabio para sacar
bienes aun del abuso de nuestra libertad.
“Dios no permitiría el mal, dice San Agustín, si de él no pudiera sacar
bienes”. Ejemplos:
La historia de José, la traición de Judas, las persecuciones de la Iglesia. La
liturgia entona el Sábado Santo las siguientes palabras, referentes al pecado
de Adán: “¡Oh feliz culpa! que nos mereció tan
grande y excelente Redentor”.
c) El sufrimiento de los buenos y la prosperidad de
los malos
La
prosperidad de que gozan los malos y los sufrimientos de los buenos tampoco se
oponen a la divina Providencia.
Digamos
en primer lugar que hay muchas excepciones. Con sobrada frecuencia los buenos
prosperan y los malos se ven arruinados. Además la prosperidad de los malos y
los reveses de los buenos tienen muchas veces clara explicación natural; a
saber, hay personas muy buenas, pero carecen de las dotes naturales necesarias
para prosperar en un negocio: inteligencia, previsión, tacto, constancia, etc.
Y los malos pueden tener estas dotes en grado muy superior.
Pero
aun descontando esto, decimos que la prosperidad de los malos y los
sufrimientos de los buenos no van contra la Providencia:
lo. Porque la Justicia Divina no se cumple
definitivamente en esta vida sino en la otra. Muchas veces los que gozan aquí
irán a sufrir allá. Como nos enseña Cristo en la parábola del rico Epulón (cfr.
Lc. 16, 19).
¿Cómo es
posible -podría preguntar más de uno- que tantos malos en esta tierra triunfan
en su vida personal y parece que lo tienen todo?: honores, riquezas, mando,
goces para su baja sensualidad. Y, también: ¿cómo es que tantos gobiernos -la
historia habla-, pueden por años y lustros atropellar la libertad de los
hombres, de naciones enteras que, violentados y avasallados, tienen que vivir heroicamente
su fe?
Una
maravillosa respuesta daba un sacerdote santo. Sin ser palabras textuales
decía: no hay nadie tan malo en el mundo (aunque nunca le gustó dividir a las
personas en buenas y malas), no hay gente de intención tan miserable y ruin,
que no haya hecho algo virtuoso en su vida. Dios, es la Bondad, y premia ese
bien que han hecho: premia en esta vida, (quizá con bienes, felicidad aparente,
etc.) porque después ya no será posible.
2o. Porque el sufrimiento, lejos de ser una señal del
abandono de Dios, lo es de su predilección. El bendice con la cruz.
Los
Proverbios enseñan que: “Dios castiga a los que
ama” (3,12). Y el arcángel San Rafael dijo a
Tobías, al devolverle la vista: Porque eras justo, fue necesario que la
tribulación te probara” (12,13). Además, Dios retribuye a los malos el
bien que hacen con bienes temporales, ya que no podrá premiarlos con los
eternos.
7.1.5 Confianza en Dios
El
pensamiento de la Providencia debe movernos:
a) confiar en Dios sin vacilar, pidiéndole lo que
necesitamos.
b) a recibir
con sumisión los males de esta vida; sin rebelarnos contra sus designios.
San Pedro
nos escribe: “Humillaos bajo la mano poderosa de
Dios, descargando en su amoroso seno todas vuestras solicitudes, pues Él tiene
cuidado de vosotros” (I Pe. 5, 6).
Recordemos
también, que es necesario poner de nuestra parte los medios necesarios para
conseguir lo que necesitamos. Quedarnos de brazos cruzados y dejarlo todo a la
Providencia equivale a tentar a Dios, pues es exigirle milagros sin necesidad.
Resulta, pues, verdadero el refrán: “Ayúdate que
Dios te ayudará”.
Respecto
a las realidades terrenas (la política, las ciencias, etc.) Dios las deja a la
libre responsabilidad de los hombres, porque gozan de autonomía. “Sin embargo, si por “autonomía de las realidades
terrestres”, se entiende que las cosas creadas no dependen de Dios y que el
hombre las puede utilizar de modo que no las refiera al Creador, no habrá nadie
de los que creen en Dios que no se dé cuenta hasta qué punto estas opiniones
son falsas. La criatura sin el Creador se esfuma” (Conc. Vaticano II, Const.
past. Gaudium et Spes. num. 36). Cfr. Puebla, nn. 216, 276, 279, 436 y 454.
7.2 LA ELEVACIÓN AL
ORDEN SOBRENATURAL
El plan
providente que Dios realizó con las criaturas espirituales es un plan
sorprendente: las elevó a un orden superior al suyo propio, haciéndolos
participar de la misma vida divina. Lo hizo llevado por su gran bondad, en
virtud de que el ser racional -creado a su imagen y semejanza- es capax Dei:
capaz de recibir la vida divina. Veremos con detalle esa elevación sobrenatural
del hombre.
7.2.1 Diversos dones
concedidos a Adán
Dios
enriqueció al hombre con tres clases de dones: los naturales, los
preternaturales y los sobrenaturales.
a) Naturales son los debidos a la naturaleza humana.
En
sentido absoluto, ningún don es debido al hombre, puesto que no le es debida la
existencia. Pero una vez que Dios le da la existencia, debe darle los dones que
exige su naturaleza. En este sentido se dicen dones naturales, por ejemplo, la
inteligencia, la voluntad, los dones o cualidades corporales, la libertad, etc.
b) Preternaturales son los que están por encima de la
naturaleza humana, pero no por encima de otras naturalezas creadas.
Un
ejemplo nos explicará esto. El don de la inmortalidad, está por encima de la
naturaleza humana, pues todo ser material naturalmente debe morir, pues la
materia es de suyo corruptible. Pero no está por encima de la naturaleza
angélica, porque los espíritus no tienen germen ninguno de corrupción o muerte.
La
inmortalidad, pues, que es un don natural para el ángel, es don preternatural
para el hombre.
c) Sobrenaturales son los que están por encima de toda
naturaleza creada o creable. Son principalmente la gracia y la gloria.
En
consecuencia, no sólo por encima de la naturaleza humana, sino también de la
angélica. Son dones plenamente divinos, y una participación gratuita de lo que
es propio de la Naturaleza de Dios.
7.3 FIN NATURAL Y FIN
SOBRENATURAL
7.3.1 Fin natural del
hombre
lo. Dios tuvo que señalar un fin al hombre, ya que es
propio del ser inteligente proponerse un fin en lo que hace.
2o. El fin del hombre debe estar de acuerdo con su
naturaleza; y satisfacer las facultades de su cuerpo y de su espíritu.
El fin
natural del hombre consistiría en que su cuerpo poseyera los suficientes bienes
corporales, su entendimiento conociera las suficientes verdades, y su voluntad
amara y poseyera los suficientes bienes para ser feliz.
3o. El último fin del hombre hubiera sido el dar
gloria a Dios mediante el conocimiento imperfecto que tiene de El a través de
las criaturas, y el haberlo amado de acuerdo a ese limitado conocimiento.
La
felicidad del hombre estaría limitada por su misma capacidad conocer y amar.
Para hacerlo capaz de una felicidad mucho mayor, Dios quiso señalarle un fin
sobrenatural.
7.3.2 Fin sobrenatural
del hombre
El hombre
con su sola fuerza no conoce a Dios sino de un modo imperfecto; no es capaz de
verlo en su misma Esencia, pues ésta es del todo trascendente a un ser creado.
Pero Dios
quiso procurar al hombre un conocimiento mucho más perfecto de Sí: quiso que lo
contempláramos cara a cara en el cielo, tal cual es, de modo inmediato,
intuitivo y facial, a lo cual se sigue inefable interminable gozo. Y en esto
consiste precisamente el fin sobrenatural, en la llamada visión beatífica (Dz.
530, 570, 693, 1647, 1928, etc.).
Este fin
sobrenatural, gratuito por parte de Dios, es obligatorio por parte del hombre.
No puede renunciar a él, para contentarse con un fin meramente natural, porque
la elevación al orden sobrenatural es universal y absoluta.
De modo
que a todo hombre se le presenta este dilema o ser inmensa y eternamente feliz,
gozando de la visión de Dios en la gloria, o verse para siempre privado de Dios
y castigado a eterna desdicha: tertium non datur.
Esta
simple consideración nos prueba con cuánto esmero debemos tender a la
consecución de nuestro último fin.
7.3.3 El orden
sobrenatural
El
orden sobrenatural consiste propiamente en dos cosas:
lo. En el fin sobrenatural a que Dios destinó al
hombre.
2o. En los medios sobrenaturales que Dios le dio para
conseguir este fin, de los cuales el más importante es la gracia santificante
que se infunde en los sacramentos.
7.4 ELEVACIÓN DEL
HOMBRE AL ORDEN SOBRENATURAL
7.4.1 Noción
Dios
elevó desde un principio a nuestros primeros padres y a todos los hombres al
orden sobrenatural (cfr. Conc. Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius,
c.2). Esto es:
a) Le señaló como último fin su eterna posesión en el
cielo, por la visión beatifica.
b) Para poder llegar a este fin les concedió medios
sobrenaturales a propósito, de los cuales el principal es la gracia.
El
estado en que Dios creó a nuestros primeros padres recibe dos denominaciones:
a) Estado de inocencia, porque ellos no fueron
formados en el pecado, mientras que todos sus descendientes sí nacen en el
pecado.
b) Estado de justicia original. Con estas palabras se
comprenden los diversos dones sobrenaturales y preternaturales con que Dios los
enriqueció.
7.4.2 Dones
sobrenaturales. La gracia. Filiación divina
Los dones
sobrenaturales son principalmente la gracia, las virtudes teologales y los
dones del Espíritu Santo. Baste por ahora, dar una noción somera de lo que es
la gracia, pues un estudio más completo de esta realidad sobrenatural y de los
medios por los que nos llega -los sacramentos- se estudia en la Teología Sacramentaria.
La
gracia santificante es una participación de la Naturaleza divina, que nos hace
hijos adoptivos de Dios y herederos de la gloria.
lo. Es una participación de la naturaleza divina (cfr.
2a. Epístola de San Pedro 1, 4,). Como dijimos, los dones sobrenaturales, y
entre ellos la gracia, son divinos en sentido estricto, esto es, propios de
Dios.
2o.
Que nos hace hijos de Dios. Por
naturaleza somos tan sólo criaturas, siervos de Dios. La gracia, por sobre la
naturaleza, nos hace sus hijos.
Dos
diferencias principales hay entre el hijo y el siervo:
a) El hijo participa de la naturaleza de sus padres,
de quienes recibió la existencia; el siervo es un extraño en la familia.
b) El hijo tiene derecho a la herencia de sus padres;
el siervo no.
La gracia
nos hace hijos de Dios no por naturaleza, sino por adopción. A veces en una
casa recogen un niño huérfano, lo educan con esmero, llegan a adoptarlo por
hijo, le dan el apellido familiar y una participación en la herencia. Algo así
hace Dios con nosotros, participándonos algo de su Naturaleza, y dándonos
derecho a su heredad. Sólo Jesucristo es Hijo de Dios por naturaleza.
3o. La gracia no es una participación sustancial de la
naturaleza divina, sino una participación accidental; pues la misma substancia
divina es incomunicable.
7.4.3 Dones
preternaturales
Dios
adornó a nuestros primeros padres con cuatro dones preternaturales muy
excelentes. Dos se refieren al alma, la ciencia y la integridad; y dos al
cuerpo: la inmunidad y la inmortalidad.
a) La ciencia consiste en que poseyeron sin estudio
gran número de elevados conocimientos, en especial religiosos y morales que por
referirse a Dios son más sapienciales.
b) La
integridad, en el orden perfecto de toda su naturaleza. Las pasiones estaban
perfectamente sometidas a la razón, y ésta por entero a Dios. Por ello, era
imposible un pecado pasional, pues para ello tenía antes que darse la ruptura
de la razón con Dios. Por ello, nuestros primeros padres en estado de inocencia
no podían pecar venialmente.
c) La inmunidad, en que no estaban sometidos al
dolor. La misma ley del trabajo era para ellos suave y deleitosa.
d) La inmortalidad, en que no debían morir; sino que
después de algún tiempo deberían ser trasladados al cielo sin pasar por la
muerte.
7.4.4 Dones permanentes
y transmisibles
Estos
dones, tanto los sobrenaturales, como los preternaturales, tenían dos
propiedades: eran permanentes y transmisibles.
lo. Eran permanentes. Esto es, Dios se los concedió a
nuestros primeros padres, no por algún tiempo, sino de modo permanente,
mientras no se hicieran indignos de ellos por el pecado.
2o. Eran transmisibles. Esto es, Adán los transmitirla
por naturaleza a todos sus hijos. De manera que si Adán no hubiera pecado,
todos los hombres nacerían en estado de gracia, con derecho al cielo, y
adornados de los dones preternaturales.
7.5 LA CAÍDA DEL ESTADO
DE JUSTICIA POR EL PECADO
“Sin embargo, el hombre constituido por Dios en estado de inocencia,
ya en el comienzo de la historia abusó de su libertad, inducido por el Maligno,
alzándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su fin fuera de Dios (. . .). Lo
que nos enseña la Revelación divina coincide con la misma experiencia. Pues el
hombre al observar su corazón hecha de ver que también está inclinado hacia el
mal y sumergido en una multitud de maldades que no pueden venir de su Creador,
que es bueno”. (Conc.
Vaticano II, Const. past. Gaudium et Spes, num. 13; cfr. Conc. de Trento,
Decreto sobre el pecado original, Dz. 782-792. Vid. Puebla, nn. 281, 328 y
330).
7.5.1 El precepto y la
desobediencia
Dios
colocó a nuestros primeros padres en un delicioso jardín, llamado el paraíso
terrenal, donde gozaban de tranquila felicidad (cfr. Gen. 1, 26). Los elevó,
además, a un orden sobrenatural con el cual eran capaces de lograr el fin
sobrenatural de la visión beatifica. Sin embargo, por ser infinitamente justo,
dispuso que ese fin lo obtuvieran por méritos propios, de acuerdo a la
naturaleza libre de su ser.
Para
ello, les impuso un precepto, a saber, el no comer de una fruta que se
encontraba en medio del paraíso, amenazándolos de muerte si desobedecían (cfr.
Gen. 2, 17).
Adán y
Eva no obedecieron al Señor. Eva se dejó seducir por el demonio, quien le dijo
que si comían serían como dioses, sabedores del bien y del mal. Comió, pues,
del fruto, y luego se lo presentó a Adán, quien por complacerla también comió
(cfr. Gen. 3).
7.5.2 El pecado
El pecado
de nuestros primeros padres no fue un simple pecado de gula, sino un gravísimo
pecado de soberbia, al pretender ser iguales al Altísimo.
En virtud
del don de integridad, el pecado no podía ser de pasión -rebelándose éstas al
dictado de la razón-, pues le estaban perfectamente sujetas. Tenía que venir la
ruptura por la rebeldía de la razón, no sujetándose ésta al designio divino.
Además,
hizo más grave su pecado la circunstancia de que el mandato era fácil de
guardar, y de que ellos no tenían ni ignorancia que cegara su mente, ni
concupiscencia que los arrastrara al mal.
7.5.3 El castigo
Nuestros
primeros padres, no solamente fueron arrojados del paraíso en castigo de su
pecado, sino que:
lo. Fueron privados de los dones sobrenaturales, a
saber: de la gracia y del derecho a la gloria; y quedaron esclavos del demonio
y condenados a eterna perdición, si Dios no los perdonaba.
2o. Fueron privados
de los dones preternaturales, y así:
a) En vez de
la ciencia se vieron sometidos a la ignorancia.
b) En vez de la integridad, sintieron el desorden en
su naturaleza; a saber, la concupiscencia, o rebelión de la carne contra el
espíritu, y la inclinación al mal por parte de la voluntad.
c) En vez de la inmunidad se vieron sometidos a toda
clase de privaciones y sufrimientos.
d) Y en vez de la inmortalidad, se vieron castigados
con la muerte.
7.6 EL PECADO ORIGINAL
7.6.1 Su naturaleza
El pecado
de Adán no es exclusivo de él, sino que se transmite a todos los hombres. Se
llama pecado original porque nos viene a consecuencia de nuestro origen.
Este
pecado nos viene a consecuencia de nuestros orígenes, porque Adán era cabeza y
fuente de todo el humano linaje. Adán, pues, con su pecado hizo que la
naturaleza humana se revelara contra Dios; y por eso, al nacer, recibimos la
naturaleza humana privada de la gracia y del derecho al cielo.
“Creemos que todos pecaron en Adán pues, esta naturaleza
humana caída de esta manera, destituida del don de gracia de que antes estaba
adornada, herida en sus mismas fuerzas naturales y sometida al imperio de la
muerte, es dada a todos los hombres; por tanto, en este sentido, todo hombre
nace en pecado. Mantenemos, pues, siguiendo al Concilio de Trento, que el
pecado original se transmite, juntamente con la naturaleza humana, “no por
propagación ni por imitación”, y que se halla como propio de cada uno” (Pablo
VI, Credo del Pueblo de Dios, n. 16).
7.6.2 Verdadero pecado,
pero no es pecado personal en nosotros
El
pecado original es verdadero pecado, pero no es en nosotros pecado personal.
lo. Es verdadero pecado. Porque nos despoja de la
gracia y del derecho al cielo. Por su causa nacemos “hijos
de la ira”, como nos dice San Pablo; esto es, privados de la justicia
original (cfr. Ef 2, 3).
Para
comprender mejor esta noción conviene tener presente la diferencia entre el
acto de pecado y el estado de pecado. Pongamos por ejemplo un robo grave. El
acto de pecado, o sea la misma acción de robar, pasa. El estado de pecado, o
sea la privación de la gracia que el pecado produjo en nuestra alma, perdura
hasta que el pecado se nos perdone.
Pues
bien, tratándose del pecado original cabe la misma distinción. El acto fue
cometido por Adán y pasó. Las consecuencias de ese acto, o sea la privación de
la gracia y del derecho al cielo, perduran y afectan a todos sus descendientes.
2o. Pero no es en nosotros pecado personal. Este
pecado evidentemente es distinto en Adán y en nosotros.
a) En Adán fue pecado personal, cometido por un acto
de su voluntad.
b) En nosotros no es cometido por un acto de nuestra
voluntad, sino que nos viene sin quererlo, a consecuencia de nuestro origen.
Por lo
mismo que no hay acto ninguno de nuestra parte en él, no hay tampoco nada
positivo. En nosotros el pecado original es una simple privación, a saber, la
privación de la gracia con que hubiéramos nacido si no viniéramos al mundo
manchado con él.
7.6.3 Sus efectos
Por
el pecado original, el hombre:
a) Nace despojado de los dones sobrenaturales, de la
gracia y del derecho al cielo.
b) Se ve privado de los dones preternaturales y
sometido a la ignorancia, la concupiscencia, los sufrimientos y la muerte.
c) Por último, su misma naturaleza quedó debilitada.
Así dice
el Concilio de Trento: “Todo Adán por el pecado
pasó a peor estado en el cuerpo y en el alma”
Una
de las más desagradables consecuencias del pecado original es la inclinación al
mal y la concupiscencia.
1o. El pecado disminuyó en el hombre la inclinación al
bien. La inclinación a la virtud es natural al hombre, porque obrar conforme a
la virtud, es obrar conforme a la razón; pero, después del pecado, tender a la
virtud resulta difícil y costoso.
Sin
embargo, es falsa la doctrina protestante según la cual la naturaleza humana
quedó a tal grado corrompida, luego del pecado original, que ya es incapaz de
obrar el bien. La fe católica indica que quedó herida, enferma, pero no
corrompida.
2o. La concupiscencia -o inclinación al pecado – de
suyo no es pecado. El Concilio de Trento condenó el error de Lutero, que
confundía a la concupiscencia con el pecado original; y así el bautismo nos
borra este pecado y nos deja la concupiscencia. Pero si es una de nuestras
mayores mortificaciones y la raíz de mayor número de pecados. Preocupado por
esa inclinación al mal exclamaba San Pablo “¿Quién
me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom. 7, 24).
a) No supone injusticia por parte de Dios
Dios no
fue injusto en castigar a todos los hombres por el pecado de uno solo; en
efecto:
lo. Si se trata de los dones sobrenaturales y
preternaturales.
a) No eran dones debidos a la naturaleza del hombre,
sino sobreañadidos por pura bondad.
b) Y Dios
era libre de concedérselos bajo una condición. Y no cumplida ésta, pudo quitárselos
sin injusticia.
Ejemplo:
Un maestro ofrece a sus alumnos un paseo si determinados discípulos se portan
bien. Si ellos se portan mal, puede el maestro sin injusticia privar a todos
del paseo.
c) En fin, el pecado original puede privar de la
felicidad del cielo; pero por el puro pecado original nadie se condena.
Si se
trata de niños que mueren sin bautismo, su destino es el limbo. Si de adultos,
nadie se condena sin haber cometido una transgresión grave y voluntaria de la
ley de Dios.
2o. Si se trata del debilitamiento que el pecado dejó
en la naturaleza, tampoco obró Dios con injusticia, porque nos brindó medios
muy propios para fortificarnos, y vencer la tendencia al mal.
Dios la
remedia dándonos la gracia de que el pecado nos privó.
La gracia
nos ayuda eficazmente en el vencimiento del mal y la práctica del bien.
b) Dogma y misterio
El pecado
original es dogma de fe, definido por el Concilio de Trento, y expresado
claramente en la Escritura.
Así dice
San Pablo: “Como el pecado entró en el mundo por un
solo hombre, y la muerte por el pecado, así la muerte ha pasado a todos los
hombres, habiendo pecado todos en uno solo” (Rom. 5, 12). Consta, pues,
que tanto el pecado como la muerte son efecto del pecado de uno solo.
Mas el
pecado original también es un misterio. Hay en él cosas que no podemos
comprender, aunque tampoco enseña nada que contradiga de lleno la razón.
Por
ejemplo, de Adán no recibimos sino el cuerpo; ¿Cómo es posible que se nos
transmita el pecado, que reside en el alma? Contestan los autores que tal cosa
no es imposible, como lo vemos en la ley de la herencia, pues con frecuencia
los hijos heredan no sólo las cualidades físicas, sino también las
intelectuales y morales de sus padres. Hay esta otra explicación, más
fundamental: en razón del pecado de Adán, Dios crea para cada uno de sus
descendientes el alma sin adornarla de la justicia original.
Por otra
parte, el dogma del pecado original ayuda mucho a explicar la debilidad y malas
inclinaciones del hombre, que de otra suerte quedan sin explicación
satisfactoria.
7.6.4 Excepción al
pecado original
Todos
los hombres contraen el pecado original, con excepción de Nuestro Señor
Jesucristo y la Santísima Virgen María.
lo. Cristo no incurrió en él por derecho de naturaleza,
ya que por su concepción milagrosa no estaba sometido a la triste herencia de
Adán.
2o. La Virgen María tampoco lo contrajo, aunque ya no
por derecho, sino por especial privilegio de Dios, que se llama su Inmaculada
Concepción.
La
Inmaculada Concepción de María consiste en que María por especial privilegio de
Dios, y en previsión de los méritos de Cristo, desde el primer instante de su
ser se vio adornada con la gracia. Se dice:
a) Por especial privilegio, porque María, como
descendiente de Adán, hubiera debido contraer el pecado original; y, si no lo
contrajo, fue por especial gracia o privilegio de Dios.
b) En previsión de los méritos de Cristo, porque
María necesitó ser redimida, como los demás hijos de Adán. Sólo que en ella la
redención fue más admirable: a nosotros nos levanta después de caídos en el
pecado; a María no le permitió caer.
c) Desde el primer instante de su ser se vio adornada
con la gracia, es decir, desde que su alma se juntó con su cuerpo, estuvo
aquélla revestida de la gracia santificante.
7.7 LA PROMESA DEL
REDENTOR
Los
hombres, después del pecado de Adán, ya no podrían salvarse al no usar Dios de
especial misericordia con ellos.
Pero Dios
tuvo compasión del hombre caído, e inmediatamente después del pecado le
prometió un Redentor.
Su oficio
principal debla ser el de mediador entre Dios y los hombres, para levantar al
hombre caldo y acercarlo de nuevo a Dios.
A
nuestros primeros padres en el paraíso ya les dio la esperanza de un Salvador.
Y a Abrahán le hizo la siguiente promesa: En un descendiente tuyo serán
benditas todas las naciones de la tierra (Gen. 22, 18).
En los
mismos términos renovó la promesa de Isaac y luego a Jacob: “Serán benditas en ti y en el que nacerá de ti todas las
tribus de la tierra”. A Judá, hijo de Jacob le prometió: “El cetro no será quitado de Judá… hasta que venga el que
ha de ser enviado, y éste será la esperanza de las naciones”. Y a David
le anunció también que de su descendencia nacería
el Mesías (cfr. Gen 26, 4-28, 14-49,10).
Pbro. Dr. Pablo Arce Gargollo
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