Leí algunos sermones de san Juan
Crisóstomo sobre las posesiones de los ricos (no leí todos los sermones, porque
francamente me aburrían un poco), he escuchado a no pocos predicadores
contemporáneos sobre el mismo tema (cuando escucho a un predicador anunciar que
va a hablar sobre esto, cierro los ojos y me temo lo peor), he leído encíclicas
sobre la acumulación del capital (éstas francamente me han gustado más), pero
pocas cosas me han ayudado más a comprender el fondo del asunto que ver la casa
en la que vive Trump en Nueva York.
Ya sé que Trump no ha hecho voto
de probreza (que yo sepa), pero si comparamos al Papa Francisco mudándose a una
pequeña habitación de Santa Marta y la mansión rascacielésca del citado
magnate, comprobaremos dos formas totalmente diversas de vivir la vida que se
nos da en el mundo. Basta ver las moradas de uno y otro, para entender el porqué
del discurso que sale de una boca y del discurso que sale de la otra.
Sea dicho de paso, ¿qué extraña
maldición cae siempre sobre la gente que tiene mucho dinero para acabar
decorando sus mansiones según el Sadam Hussein style? ¿Es que resulta
metafísicamente imposible gastar ríos de oro con gusto? Y hablando de oro, ¿qué
sucede en el subconsciente freudiano para tratar de recubrir techos, paredes y
muebles de oro, oro y más oro? Todo abrumadoramente recubierto de oro.
A mí me gusta la belleza. Me
hubiera gustado admirarme del buen gusto gastado en su casa. Pero pasado cierto
nivel de riqueza, da la sensación de que a casi todos algo se les estropea en
algún engranaje de la mente.
Se puede pagar a artistas con
buen gusto. Hoy día tenemos Rafaeles y Migue Ángeles. Pero el que paga debe
gritar: ¡quiero que todo escurra oro por todas partes!
Bien, como ya es
tradición dos excelentes vídeos:
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