"Porque os digo que si no
superáis a los maestros de la ley y a los fariseos en hacer lo que es justo
delante de Dios, no entraréis en el reino de los cielos.
Habéis oído que a vuestros
antepasados se les dijo: ‘No mates, pues el que mata será condenado.’ Pero
yo os digo que todo el que se enoje con su hermano será condenado; el que
insulte a su hermano será juzgado por la Junta Suprema, y el que injurie
gravemente a su hermano se hará merecedor del fuego del infierno.
Así que, si al llevar tu ofrenda al
altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu
ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu
hermano. Entonces podrás volver al altar y presentar tu ofrenda.
Si alguien quiere llevarte a juicio, procura ponerte de acuerdo con él
mientras aún estés a tiempo, para que no te entregue al juez; porque si no,
el juez te entregará a los guardias y te meterán en la cárcel. Te
aseguro que no saldrás de allí hasta que pagues el último céntimo."
No podemos decir que los maestros de la ley y los fariseos no cumplieran la ley. El problema era que su cumplimiento pasaba por encima del amor a los otros. Cumplían la letra, pero olvidaban el espíritu que la anima. Si referimos siempre la ley a los derechos de los demás, el cumplimiento se volverá más humano y a la vez más profundo. Jesús pone dos ejemplos claros. No sólo se trata de no matar físicamente al otro. Hay muchas formas, y hoy en los medios de comunicación tenemos muchos ejemplos, de matar al otro, de reducirlo a nada. Jesús nos aconseja que resolvamos nuestros litigios por el diálogo. Y lo más importante, el amor al prójimo, el perdón, la reconciliación, están por delante del cumplimiento de las obligaciones religiosas, de los ritos y de las ceremonias. Porque el verdadero cumplimiento no es externo. Reside en nuestro corazón. Es allí que cumplimos o no la ley. |
Enviat per Joan Josep
Tamburini
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