VATICANO, 07 Feb. 17 / 07:18 am (ACI).- La Cuaresma
es una época propicia para la conversión, para renovarse por medio de los sacramentos, para
reconocerse pecadores, buscar el perdón de Dios y comenzar de nuevo el camino
hacia la Pascua,
“la victoria de Cristo sobre la muerte”.
Así lo señala el Papa Francisco en su mensaje con motivo de la Cuaresma
de 2017 que, con el título de “La Palabra es un don. El otro es un don”,
se ha hecho público este martes.
Francisco explica que, mediante el ayuno, la oración y la limosna, la
Cuaresma es el tiempo más adecuado “para
intensificar la vida del
espíritu”.
En el mensaje, el Pontífice afirma que “la
Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la
Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte”.
"En este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el
cristiano está llamado a volver a Dios 'de todo corazón', a no contentarse con
una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor", afirma el Santo Padre.
El mensaje del Papa se articula en torno a la parábola del hombre rico y
el pobre Lázaro. A partir de esa parábola, el Pontífice establece tres puntos
temáticos: “El otro es un don”, “El pecado nos ciega”,
y “La Palabra es un don”.
1.- EL OTRO ES UN DON
El Papa Francisco indica que, en esta parábola, “Lázaro
nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste
en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no
es una carga molesta, sino una llamada
a convertirse y a cambiar de vida. La primera invitación que nos hace
esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada
persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido”.
En este sentido, invita a “abrir la puerta a
cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada vida
que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor”.
2.- EL PECADO NOS CIEGA
En su reflexión a partir de esta parábola, el Papa llama la atención
sobre cómo “la riqueza de este hombre era excesiva”,
y cómo “la exhibía de manera habitual todos los
días”.
En esa actitud del rico “se vislumbra de
forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos
sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia”.
El Santo Padre insiste una vez más en los peligros de lo material: “el dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en
un ídolo tiránico”.
“En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio
para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a
todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide
la paz”, advierte.
En cuanto a la vanidad, ilustra en su mensaje cómo “la codicia del rico lo hace vanidoso”. “Su vida está
prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la
existencia”.
Luego está la soberbia, “el peldaño más bajo
de esta decadencia moral”.
“El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios,
olvidando que es simplemente un mortal. Para el hombre corrompido por el amor a
las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que
están a su alrededor no merecen su atención”.
3.- LA PALABRA ES UN
DON
El verdadero problema del rico, la raíz de sus males, “está en no prestar oído a la Palabra de Dios”,
indica el Santo Padre. “Esto es lo que le llevó a
no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es
una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y
orientar nuevamente a Dios”.
El Pontífice alertó: “cerrar el corazón
al don de Dios que habla, tiene como efecto cerrar el corazón al don del
hermano”.
ABRIR EL CORAZÓN
La Sala de Prensa de la Santa Sede presentó el
mensaje del Papa en una conferencia ofrecida por el Cardenal Peter Turkson,
Prefecto del Dicasterio para el Servicio del Desarrollo Humano Integral, y de
Chiara Amirante, fundadora de la Comunidad Nuevos Horizontes: una organización
internacional que tiene como objetivo llevar alegría a quien ha perdido la
esperanza mediante acciones solidarias con personas que se encuentran en grave
dificultad.
El Cardenal Turkson subrayó que “la clave
del mensaje es cómo la persona se relaciona con el otro”. Explicó que
Jesús condena al rico, no por ser rico, “sino por
tener el corazón cerrado al otro”.
Recordó que la actitud de un cristiano no debe ser cerrarse en sí mismo,
sino “ser una persona que se abra al otro”.
En su intervención, Chiara Amirante destacó la necesidad, apuntada por
el Papa Francisco, de “abrir el corazón” a
los demás. Insistió también en el don de Dios presente en su Palabra, “un don que te lleva a cambiar la vida, a convertirte”.
Ese don se concreta en “el privilegio de
encontrar al pobre”. Amirante explicó que “hay
muchas nuevas formas de pobreza”, y en concreto señaló la situación en
la que viven muchos jóvenes y menores, “víctimas
del abuso de las drogas,
del abuso alcohol, del abuso de la sexualidad…, jóvenes que son víctimas de
violencia, jóvenes que sufren depresión”.
Ante ello, hizo un llamado a desarrollar “la
civilización del amor, basada en la fuerza de la caridad, de la solidaridad, de
la fraternidad”.
En su análisis del mensaje pontificio destacó tres conceptos que, según
aseguró, “me parece que afectan al hombre de hoy:
el apego al dinero, la vanidad y la soberbia”.
“El veneno del consumismo, que ha entrado en el
ámbito de las relaciones entre personas, nos lleva a problemas como el
hedonismo, el relativismo o el narcisismo, que nos impide relacionarnos con los
demás”, resaltó.
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