Cuando pensábamos que el mundo se resistía a la violencia, un nuevo golpe nos recuerda que en el combate contra el terrorismo la oración es primero.
Hemos
sido testigos una y otra vez del estruendo terrible que provoca el terrorismo.
Este fenómeno no es nuevo, pero cobra cada vez más muertes, lágrimas, temor y
dolor al ser humano; esta vez ha sucedido en Rusia; lo más triste, las
víctimas: niños inocentes.
CON NUDO EN LA GARGANTA
Así se ha
quedado el mundo, en silencio, aterrorizado, inmóvil, con miles de lágrimas en
los ojos y muchas más en el corazón. Las familias rusas han sido el “blanco perfecto” para hacer detonar el dolor del
mundo entero y destrozar el alma de la humanidad.
Hemos
visto las imágenes, mismas que nos dicen más que mil palabras, madres de
familia destrozadas, padres inconsolables viendo desde la acera de enfrente a
sus hijos… separados por un campo minado y sometidos por una veintena de
soldados, terroristas chechenos, amenazando con matar a todos para mostrar su
inconformidad.
EL TERRORISMO
“Definido como el uso de la violencia o la amenaza para lograr fines
políticos, sociales o religiosos con acciones dirigidas a víctimas individuales
o a determinados grupos de la población, el terrorismo es actualmente uno de
los peores flagelos de la humanidad”, (Almanaque
Mundial, México).
El
terrorismo es definido por la Real Academia Española de la Lengua como “dominación por medio del terror” y, en segunda
instancia, “sucesión de actos de violencia para
difundir terror”. Es así, como el terrorismo tiene el propósito de
infundir pánico e incertidumbre, su objetivo es indiscriminado ya que puede ser
cualquier etnia, pueblo, nación o religión determinada, por lo que no importa
si se trata de civiles inocentes.
Especialistas
en el tema afirman que el terrorismo no es una manera de actuar irracional,
sino que responde a un razonamiento bien calculado que puede llegar a niveles
de crueldad impredecibles y que en muchos casos, es precedido por planes
concienzudamente elaborados que se basan en el odio interracial, político o
religioso.
¡Qué
pasa! No entiendo, ¿Hasta dónde ha llegado el hombre? Secuestrar a niños,
aterrorizarlos, encañonarlos… ¿Qué ha pasado con el alma humana que ha perdido
la razón? ¿Dónde ha quedado la conciencia? ¿Dónde ha quedado la dignidad moral
de una persona que se atreve a ultrajar lo más santo y puro de la humanidad?
Los niños.
LA CONCIENCIA MORAL
“En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él
no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es
necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el
bien y a evitar el mal…” (CEC, no.
1776).
ES PRECISO FORMAR LA
CONCIENCIA
“Hay que formar la conciencia, y esclarecer el juicio moral…” (CEC, no. 1783).
J.M.
Quintana, en su libro Pedagogía familiar, afirma que el Código de Derecho
Canónico sintetiza, mediante su lenguaje jurídico, las profundas motivaciones
para la misión educadora de la familia: “Por haber
transmitido la vida a sus hijos, los padres tienen el gravísimo deber y el
derecho de educarles; por tanto, corresponde a los padres cristianos en primer
lugar, procurar la educación cristiana de sus hijos según la doctrina enseñada
por la Iglesia”. Esta educación abarca “tanto
la educación física, social y cultural, como moral y religiosa”.
Además,
hemos de considerar que los valores son universales por lo que es preciso
formar a los hombres y a las mujeres desde niños, en lo referente al amor, la
verdad, el respeto, la honestidad, en la comprensión del bien y del mal por
parte de la inteligencia, en la opción del bien por parte de la libertad y en
la consecución de este bien por parte de la voluntad; esto es siempre y se ha
de poner especial atención cuando las personas tienen a su alrededor un
ambiente hostil, lamentablemente como nuestra sociedad actual, en la que impera
la violencia. “La educación de la conciencia es
indispensable a seres humanos sometidos a influencias negativas…”. (CEC,
no. 1783).
“La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los
primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley
interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la
virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos
sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de
la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza
la libertad y engendra la paz del corazón”. (CEC, no.
1784).
¿CUÁNTOS CUERPOS?
¿CUÁNTAS ALMAS?
¿Cuántos
cuerpos? muchos, muchos… ¿Cuántas almas? Todas. Daño físico y psicológico, daño
espiritual… de los niños, de los padres; no quisiera ni imaginarlo.
¿Cuántas
lágrimas se han derramado en el mundo a causa del egoísmo del hombre, cuántos
hombres, mujeres, niños han pasado momentos de interminable angustia? familias
se han desmoronado, se han destruido, han sollozado.
JUSTICIA Y PERDÓN
Muchos
sentimientos: ira, odio, ansia de venganza, indignación, búsqueda de justicia.
Sin embargo, toda persona ha de adentrar en sí misma y no dejarse llevar ni por
el dolor físico, ni emocional, no caer en la destrucción de la propia persona,
ya hay demasiado dolor, demasiada destrucción y muerte como para continuar con
más odio y venganza.
Que
nuestras almas no estén intranquilas, buscando venganza o justicia desde los
ojos humanos, confiemos en que Dios, que es infinitamente justo, se encargará
de eso.
No
podemos evitar, ni huir del sufrimiento, el dolor existe, todas estas familias
rusas que lloran ahora por tan tremendas pérdidas. Ni siquiera puedo imaginar
el dolor que ha de ser perder a un hijo y aún más, en tales circunstancias en
las que la crueldad, la violencia, el miedo, la angustia y la incertidumbre
hicieron desdichados sus últimos momentos; pero un ser humano, una persona
humana debe saber que, como afirma Jutta Burggraf, se puede perdonar llorando,
pues el perdón aunque está unido a vivencias afectivas, no es un sentimiento
sino un acto de voluntad.
El acto
de perdonar es una cuestión de libertad, al perdonar, uno es magnánimo pues ve
en el otro la dignidad personal ontológica, es decir, su valor por el simple hecho
de serlo, por ser una creación de Dios… aunque ese otro no haya visto nuestro
valor al lastimarnos o lastimar a quien más amamos.
¡Qué
difícil! Lo sé, ni siquiera puedo afirmar que yo lo haría, sin embargo, Dios en
su infinita bondad nos ha puesto el ejemplo. Recordémosle en la Cruz, minutos
antes de expirar y morir, pidió al Padre por nosotros “Perdónales
que no saben lo que hacen”… Así mismo te diría yo, ante esta cruenta
realidad pídele al Padre que te ayude a perdonar y pide por toda esta gente que
tanto mal ha hecho pues te aseguro que no saben en verdad lo que hacen.
LA ORACIÓN
El poder
de la oración es infinito. Orar, orar y orar, no te canses de orar. El hombre
es finito, tanto en su ser como en su pensamiento, pero su alma no, así que
imagina tan solo el poder y el alcance de la oración, ésta, rebasará tu
condición humana y hará que Nuestro Señor escuche tu clamor y calme tu dolor,
dándote la fortaleza necesaria para no guardar rencores, ni enfados, recelos o
desesperación. Sólo en el perdón brota vida nueva.
Depende
del lugar en donde cada uno de nosotros esté, lo que sucedió en Rusia puede
quedarte a miles de kilómetros, cruzando la frontera o a la vuelta de la
esquina. Lo importante no es la distancia física, sino la espiritual, esa
distancia puede ser corta pues solo hay un Dios a quien dirigir nuestras
plegarias, unámonos en oración, solidaricémonos con estas familias,
practiquemos el amor fraterno y pidamos a Dios por estas personas para que
encuentren en El la paz, el consuelo, la esperanza y la fortaleza espiritual
para salir adelante ante tal sufrimiento no olvidemos que la solución a todos
nuestros problemas empieza y termina con la oración
“La oración es omnipotente”. (Camino, no. 83).
ENSEÑARLES EL VALOR DE
LA VIDA HUMANA
Así es,
la solución a los problemas que aquejan al ser humano es la oración, pero
también la acción.
Es
nuestra tarea enseñar al hombre el valor de la persona, en su cuerpo, en su
alma, a respetar la vida humana en su completa dignidad.
Es
preciso formar al hombre en los valores, en la conciencia moral, que es el
punto de referencia para el conocimiento de sí mismo.
La
familia es la escuela del amor, “los padres han de
formar a los hijos con confianza y valentía en los valores esenciales de la
vida humana”. (Quintana, J. M., 1993).
La
familia es la cuna de los hombres de bien, son la madre y el padre los que con
su tiempo, amor y entrega pueden lograr precedidos por Dios, que sus hijos sean
virtuosos, sanos no solo físicamente, sino mental y espiritualmente, para que
cuando crezcan busquen que su sociedad sea armoniosa y no se derrame ni una
lágrima más.
Rosario Prieto
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