¿Un medio de comunicación y
signo de santidad?
Se suele decir que una persona
“murió con olor a santidad” cuando ha tenido una vida santa.
El aroma es un indicador que
la religiosidad popular adopta para verificar su santidad, porque se ha
experimentado que de muchos cuerpos de santos emana una dulce fragancia,
especialmente después de muertos, al igual que de sus objetos.
Para definirlo, el olor a
santidad es un olor agradable que sale de cadáveres, e incluso de personas
vivas y reliquias, cuyo origen se desconoce.
El Padre Pío ha sido uno de
esos agraciados a quien Dios le dio el carisma de expresarse a través del
perfume, un fenómeno que él no manejaba, pero que trasmitía las gracias de Dios
por intercesión del santo.
COMO ES EL AROMA A SANTIDAD
Se
trata de un aroma (o fragancia, del latín fragrantia y del
verbo fragrere, sentir) de una suavidad excepcional, un perfume perceptible por el olfato pero de
origen desconocido para la ciencia.
Los únicos dos santos que se sabe que han tenido
estigmas visibles –Francisco de Asís
y el Padre Pío -, despedían un olor dulce de sus heridas. Cuando
San Policarpo fue quemado hasta la
muerte, su cuerpo quemado olía a incienso. Y la tumba de Santa Teresa Ávila olía a
perfume durante nueve meses después de su muerte.
En general, el perfume se
nota en la proximidad de un humano (vivo o, más frecuentemente, fallecido)
o de reliquias, o incluso al acercarse a un objeto litúrgico o a una pintura
religiosa (icono). También se han observado casos de estigmas olorosos, como el
de santa María Francisca
de las Cinco Llagas, el del santo Padre Pío.
El
espectro de fragancias es amplio; las esencias registradas en los anales de la
mística se cuentan por centenares. El
aroma de rosa figura en muy buena posición, evocando la presencia de la Virgen.
La duración del fenómeno se extiende desde algunos minutos hasta
varios años y, en casos raros, a varios siglos.
Es
propiamente un milagro porque, por una parte no puede darse ninguna
explicación natural, y por otra, la Iglesia discierne en el olor de santidad el
signo y la anticipación de aquello en lo que la carne está llamada a convertirse
en el Reino de Dios: resucitada y eterna, más allá de toda corrupción.
Este vínculo entre perfume y santidad tiene una base bíblica, el Cantar de los
cantares evoca ya la figura de la bien amada (o “la esposa”: la
Iglesia por venir) con la forma de un jardín exquisito lleno de suaves perfumes
(Cant 4,14).
El olor de santidad tiene otros fundamentos
bíblicos también. En 2 Corintios
2:15, San Pablo escribe:
“Pues nosotros
somos para Dios el buen olor de Cristo entre los que se salvan y entre
los que se pierden”.
Asimismo, escribe en Filipenses 4:18 que ha recibido
“lo que me habéis enviado, suave aroma , sacrificio que Dios acepta con agrado“.
Todo esto es parte de la imitación de Cristo, como
San Pblo explica en Efesios 5: 2:
“y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó
por nosotros como oblación y víctima de
suave aroma“.
El olor de santidad se describe con frecuencia como un perfume con olor dulce.
En el caso de la Venerable
Madre María de Jesús (una contemporánea de Santa Teresa de Ávila), que murió en
1640, el olor detectado con motivo de su exhumación en 1929 fue descrito como
un “dulce perfume de rosas y jazmines”, que estaba aferrado no sólo a su
cuerpo, sino también a los artículos que se sabe que han utilizado durante su
vida. ¡Esto fue 289 años después de su muerte!
La
Edad Media evoca perfumes y olor de santidad. El paraíso
se describe en términos de suavidades olorosas. Honorio de Autun
(Honorius Augustodunensis, hacia 1120) describe estos olores extraordinarios
(Elucidarium, PL 172, col. 172); Pedro Damián (+ 1072), consejero de
papas, uno de los autores de la reforma gregoriana, atribuye a los perfumes extraordinarios la función de anunciar alegrías
celestiales (PL 145, col. 861).
SIGNO DE SANTIDAD
La Iglesia considera este
fenómeno como un signo de santidad, reflejo del carácter heroico de las
virtudes de un fiel. Pero permanece prudente y siempre se pregunta por su
procedencia.
A partir de finales del siglo II y principios del
III, los cristianos, obligados a vivir en la clandestinidad y a honrar a sus
mártires en secreto, identificaron
perfumes maravillosos y santidad. El relato de los funerales del
mártir Policarpo de
Esmirna (+ 155) establece ya esa asociación.
La
Iglesia reconoce poco a poco el dedo de Dios en estas fragancias inexplicables. Se trata de un
signo positivo del carácter heroico de las virtudes de un fiel. A un creyente
cuyo cuerpo exhala un perfume anormal (antes o después de la muerte) se le
llama “santo miroblita”.
A
lo largo de los siglos se han declarado unos 500 casos, entre ellos
los de santos y santas muy conocidos: Rosa de Lima, Santa Teresa de Ávila,
el Padre Pío, etc.
Ciertamente es un signo indicador y no una prueba
científica. La santidad, concepto teológico y espiritual, no se demuestra. Las
autoridades eclesiásticas prestan más atención cuando hay convergencia (y coherencia) de fenómenos:
olor de santidad, incorruptibilidad del cuerpo, elasticidad de los tejidos
mucho tiempo después de la muerte, exudación de líquidos balsámicos de origen
desconocido (san Charbel
Makhlouf), apariciones auténticas de la Virgen María (santuario de
Nuestra Señora de Laus).
ALGUNOS CASOS DE OLOR DE
SANTIDAD
Entre los muchos testimonios está el de la “Leyenda
de Santo Domingo de Guzmán“,
fundador de la Orden de Predicadores o Dominicos:
Apenas
hubieron retirado, con ayuda de barras de hierro, la losa y el cemento, se
levantó súbitamente del sepulcro una ola de tan suavísima fragancia, que no
solamente parecía estar perfumado el sepulcro, sino todo el recinto… Y no solamente
lo exhalaban los huesos o el polvo del sagrado cuerpo o el féretro, sino
también las manos de aquellos frailes que tocaban cualquier cosa de éstas. Por
lo cual podemos pensar cuán inmensas son las delicias de que goza en el cielo
el espíritu de aquel cuyo cuerpo aun sobre el polvo respira tanta suavidad.
Otro ejemplo es el olor que frecuentemente se
notaba alrededor del cuerpo
de Santa Teresa durante su vida, que fue notado también
durante muchas exhumaciones y traslaciones de su cuerpo, y fue sentido por las
hermanas de su convento en Alba de Tormes durante la última exhumación de su cuerpo en 1914, más de trescientos
treinta años después de su muerte.
La misteriosa fragancia que se notó sobre el cuerpo
de Santa Teresa Margarita del
Sagrado Corazón, se encontró también en todos los objetos que ella había
usado durante su vida.
San
Martín de Porres también
despedía un perfume en vida. Cuando abrieron la tumba, veinticinco años
después de su muerte, la misma fragancia salió de su cuerpo, y los cirujanos
que le hicieron la autopsia encontraron sangre coagulada.
Santa
Rita de Cascia murió
el 22 de mayo 1457, cuando contaba 76 años. Al morir, la celda se ilumina y las campanas tañen solas por el gozo de
un alma que entra al cielo. La herida del estigma de la corona de
espinas que había llevado durante sus últimos dieciséis años de vida
desapareció, y en su lugar apareció una
mancha roja como un rubí, la cual tenía una deliciosa fragancia. Debía
haber sido velada en el convento, pero por la muchedumbre tan grande que quería
verla se necesitó la iglesia. Permaneció allí y la fragancia nunca desapareció.
San
Francisco de Sales falleció el 28 de diciembre de 1622, a los 56
años de edad. Cuando se le hizo la autopsia se comprobó que tenía la hiel
convertida en 33 piedrecitas, señal de los heroicos esfuerzos que había hecho
durante toda su vida para dominar su temperamento inclinado a la cólera y
llegar a ser el santo de la dulzura.
Cuando en 1632 se hizo la exhumación del cadáver,
al levantar la lápida apareció el santo igual que cuando vivía. Su hermoso
rostro conservaba la expresión de un apacible sueño. Le tomaron la mano y el
brazo estaba elástico (llevaba 10 años enterrado). Del ataúd salía una extraordinaria y agradable fragancia.
LOS INNUMERABLES CASOS DEL
PADRE PÍO
Hay innumerables testimonios
que atestiguan que el Padre Pío desprendía ya en vida el “olor de
santidad”. Según estos testigos, el aroma que desprendía era una mezcla de
perfumes de violetas, lirios, rosas, incienso y tabaco fresco.
Era tan característico su
aroma, que ni la distancia ni el espacio eran factores que impedían percibirlo,
pues era muy frecuente que el perfume se bilocara: abundan los casos en que una
habitación que podía estar en Bolonia, Florencia, Londres y Montevideo, se
llenaba de esos efluvios cuando se hablaba de él, siendo la prueba de que el
capuchino se había bilocado.
SUS ESTIGMAS EXHALABAN EL
PERFUME
El
doctor Romanelli, cuenta así su experiencia:
“En junio de 1919, cuando mi primera visita al
Padre Pío, un perfume tan violento me
llenó las fosas nasales, que no puede menos de decir al Padre Valenzano,
que me acompañaba, que consideraba indecente que un fraile se perfumara. Sin
embargo, no percibí nada más ni a su lado ni en su celda; sólo en el momento de
salir volví a sentir una bocanada intensa en el descanso de la escalera.
He conferenciado con muchos sabios sobre este caso:
todos están concordes en declarar que la sangre no puede despedir perfumes. Sin
embargo, la que trasudan los estigmas
tiene un aroma muy característico y lo conserva aunque esté coagulada o seca en
alguna tela. Esto es contrario a todas las propiedades naturales de la
sangre, pero, lo quieran o no, es un hecho experimentado“.
UNA VENDA DEL PADRE PÍO
Un
día un conocido médico sacó de la llaga del costado del Padre Pío una venda que
fue usada para taponar la sangre. Él guardó la venda en un estuche para
llevarla al laboratorio de Roma, para analizarla. Durante el viaje,
un Oficial y otras personas que estuvieron con él dijeron sentir el
perfume que generalmente el Padre Pío emanaba. Ninguna de aquellas personas
sabía que el médico tenía en el bolso la venda empapada de la sangre del Padre
Pío.
El médico conservó aquel paño
en su estudio, y el extraño perfume impregnó por largo tiempo el entorno, tanto
que los pacientes que fueron de visita pedían explicaciones.
EL AROMA CELEBRANDO MISA
El
Fraile Modestino contó:
“Una vez me encontraba de vacaciones en San
Giovanni Rotondo. En la mañana me presenté en la Sacristía para
servir la Misa al Padre Pío, pero otros monjes discutieron para tener este
privilegio. El Padre Pío interrumpió aquella discusión y dijo – la Misa sólo la
sirve él – y me indicó. Nadie habló más, acompañé el Padre al altar de San Francisco. Yo empecé a preparar
el Altar para la Santa Misa en absoluta concentración.
En
el momento del “Sanctus” tuve un repentino deseo de percibir aquel
indescriptible perfume que ya muchas veces olí cuando besé la mano de Padre
Pío. El deseo fue concedido enseguida. Una
oleada de perfume me envolvió. El perfume siempre
aumentó más. Ya no lograba respirar. Me apoyé con la mano
en la balaustrada para no caer. Estuve a punto de desmayarme y le pedí mentalmente al Padre Pío evitar esto
frente a tanta gente. En aquel preciso instante el perfume desapareció.
En la tarde,
mientras acompañé el Padre a su celda, le pedí al Padre Piadosas explicaciones
sobre el fenómeno. Me contestó: “Hijo mío, no soy yo.
Es Dios el que actúa. Lo hace sentir cuando quiere y a quien
quiere. Todo ocurre como le gusta a él.”
EL AROMA COMO SIGNO DE
CURACIÓN
Una
joven de Bolonia de 24 años se fracturó el brazo derecho que, tres años
antes, fue operado en consecuencia de un grave accidente. Después de una nueva
operación y después de una larga cura, el cirujano le dijo al padre de la chica
que ella ya no podía usar el brazo. En efecto el brazo fue completamente inmovilizado en consecuencia de la remoción de
una sección del omóplato. Un injerto óseo no logró sanarla.
Desolados, padre e hija, parten para San Giovanni
Rotondo. El Padre Pío los recibe, los
bendice y declara: “¡Sobre todo ninguna desesperación!
¡Confiad en Dios! El brazo se curará”.
Era a finales de julio de 1930.
La enferma vuelve a Bolonia sin ninguna mejoría. ¡El Padre Pío se ha equivocado pues!
Nadie piensa más en este problema y los meses transcurren.
El 17 de septiembre, el día en
que se celebran los estigmas de San Francisco, de repente el apartamento en que
vivía la familia es invadido por un delicioso olor de junquillos y rosas. Este
fenómeno, duró un cuarto de hora, todos estaban asombrados y buscaron en vano
el origen de aquellos maravillosos perfumes. Desde aquel día la joven reanudó
el empleo del brazo. Una radiografía, que ella conservó celosamente, enseñó la
reparación del hueso y los cartílagos.
EL PADRE PÍO LO ATRAE CON EL
PERFUME
Un
hombre contó:
“…un día,
mi mujer me convenció a ir a ver al Padre Pío. Yo no entraba en una
iglesia desde hacía veinticinco años, precisamente del día de mi boda. Sentí la
necesidad de confesarme, pero el Padre Pío, en cuanto yo estaba delante de él
me dijo bruscamente, sin tampoco mirarme:
“Vete de aquí”
“Estoy aquí para confesarme, y obtener la
absolución”,
le dije toscamente.
“Vete he dicho”, me contestó toscamente.
Entonces me fui. Yo atravesé de carrera la iglesia
pequeña hasta el hotel. Mi mujer, que me vio salir velozmente, me alcanzó
en la habitación del hotel.
“¿Qué cosa ha sucedido? ¿Qué haces?”, me preguntó.
“Hago la maleta y me voy”.
En aquel entonces una oleada
de perfume me sobresaltó. Un perfume intenso, maravilloso. Quedé pasmado,
totalmente asombrado y maravillado. Me calmé en un santiamén. En un instante
sentí nacer en mí un gran deseo de regresar al Padre Pío. Regresé al otro día;
pero primero hice un esmerado examen de conciencia. El Padre Pío me acogió
benévolamente y me dio la absolución.”
EL PADRE PÍO SE COMUNICA A
TRAVÉS DE SU PERFUME
Dos
jóvenes novios polacos, domiciliados en Inglaterra, tenían que
tomar una grave decisión. Bajo el punto de vista humano la situación parecía
desgraciada. ¿Qué hacer? Alguien dijo de pedir un consejo al Padre Pío.
¡Se lo escribieron pero no tuvieron a ninguna respuesta! Entonces decidieron ir
a San Giovanni Rotondo, para preguntarle directamente al padre una ayuda y un
consejo. ¡De Inglaterra a Apulia, el trayecto es largo!
Los
viajeros se paran Berna en suiza para hacer una parada y se preguntaron
con angustia si merecía la pena de continuar. Ellos pensaron: “Supongamos
que el Padre no nos reciba”.
Una tarde estaban hablando un poco tristes en una
habitación de hotel de baja categoría, porque para ahorrar dinero alquilaron un
desván. Era invierno y nevaba. Llenos
de frío y desmoralizados, habrían querido regresar, cuando de repente se
sintieron envueltos por un perfume exquisito y fuerte, tan agradable, que
fueron reconfortados.
La mujer se metió a inspeccionar los muebles para
encontrar el frasquito de perfume que seguramente había sido olvidado
por algún viajero despistado. ¡Pero las búsquedas fueron inútiles! Poco después
el perfume desapareció y la habitación volvió a exhalar el usual olor de tufo
fétido y moho. La curiosidad se les
despertó, y los dos viajeros, interrogaron al propietario del hotel el cual no
sabía nada del perfume.
Pero este suceso los reanimó y les confirmó en el
propósito de continuar el viaje. Ellos llegaron
a San Giovanni Rotondo y fueron recibidos por el Padre Pío y con los brazos abiertos.
El joven, que hablaba italiano, pidió excusa.
“Os
hemos escrito Padre, pero ya que “no nos habéis contestado”…
¿No os he contestado; cómo? ¿Y
aquella tarde en el hotel suizo, no habéis sentido nada?…
Con pocas palabras solucionó sus dificultades y los
dejó. Ellos estaban llenos de alegría y gratitud, entendieron solamente entonces “aquel
extraño modo de contestar” del Padre Pío.
LO LLAMA PARA QUE VAYA A VERLO
A TRAVES DEL AROMA
Un
señor conoció al Padre Pío a causa de una serie de coincidencias bastante
extrañas. Él cuenta:
“Yo escuché hablar
por primera vez, de esta obra de Dios, después de la guerra; sobre
todo de un amigo periodista. Ya que este amigo mío conoció bien al Padre Pío,
él me habló del Padre Pío con un entusiasmo que a mí pareció excesivo. Mi
primera reacción fue de indiferencia e incredulidad, especialmente cuando mi amigo me contó de ciertos fenómenos como
los perfumes del Padre Pío, que muchos dijeron de percibir en lugares muy
lejanos del religioso.
En cierto momento, en cambio,
empezaron también a ocurrirme estos extraños hechos. De repente sentí un intenso perfume de
violetas en lugares insólitos, dónde era imposible que hubiera flores. El
pensamiento me corrió hacia el Padre Pío, pero me rebelé, me dije a mí
mismo que era víctima de sugestiones. Un día el fenómeno también me ocurrió
mientras estaba de vacaciones con mi mujer. Yo fui a la Estación
Ferroviaria para enviar una carta y en aquel lugar, que no es perfumado
normalmente, sentí aquel inconfundible perfume de violetas.
Mientras reflexionaba sobre aquel hecho, mi mujer
dijo: ¿Pero de dónde viene este perfume? ¿Tú también lo sientes? Le pregunté
maravillado.
Entonces le
conté del Padre Pío, de las discusiones con mi amigo y de aquel perfume
que desde hace tiempo me persiguió. “Si yo fuera tú, dijo mi mujer
partiría enseguida para San Giovanni Rotondo”. Al día siguiente estuvimos
de viaje.
Cuando llegamos delante de él,
el Padre me dijo: “Ay, he aquí a nuestro héroe; mucho tiempo he esperado para
hacerlo venir”. Aquel mismo día tuve el privilegio de hablar con él, y desde
aquel momento mi vida cambió”.
UNA NOVENA, EL PERFUME Y LA
CURACIÓN
Un
señor cuenta:
“Hace
algunos años tuve un infarto cardíaco. Me aconsejaron someterme a una
intervención quirúrgica para mejorar mi condición de vida, y decidí
hospitalizarme. Era el mes de junio de 1991. Durante la operación, que fue
concluida con éxito, me fueron instalados 4 by-pass.
Desafortunadamente, cuando me desperté después de
la anestesia, me percaté que la pierna
y el brazo derecho estaban paralizados. La amargura fue grande, pero
después del primer instante de desaliento, la fe volvió a sustentarme y empecé a rogar al Padre Pío. Mi
confianza en el venerado Padre no fue quebrantada.
Rogué haciendo una novena que
mi pobre mamá, aconsejó para casos desesperados y, después de tres días, en la
misma mañana en que acabé la novena, incluso sólo siendo rodeado por otros
enfermos, sentí alrededor de mí un perfume intenso de muguete.
Cuando éste perfume se desvaneció, sentí un
hormigueo en el pie derecho y entendí
enseguida que mis ruegos fueron atendidos“.
UNA SANACIÓN AÚN SIN PEDÍRSELA
Testimonio
de una señora:
“Yo tenía
una grave enfermedad en los ojos que limitaba mi campo visual y que me
hacía sufrir y ver poco. Consulté a diferentes médicos y después de
varios análisis me fue diagnosticada una hemorragia ocular irreversible y un
probable tumor en la hipófisis. Eso me proporcionó mucha ansiedad y
sufrimiento; en efecto el médico dijo que esta enfermedad no podría ser
curada.
Estuve de viaje y a punto de alcanzar Benevento
pude llegar a Pietrelcina, dónde tuve la suerte de visitar los lugares del
venerado Padre Pío. Durante la visita en una de las últimas habitaciones que
hospedaron al Padre, yo tuve una fuerte conmoción y mientras rogué por mis
parientes, sentí un intenso perfume de
incienso.
Al regresar a Roma, en
tren, medité sobre lo que me ocurrió y me amargué por no haber rogado al Padre
Pío por mis ojos enfermos. Supliqué enseguida, con fe, su intervención. La
ayuda del Padre Pío no se hizo esperar, mejoré progresivamente y después de
poco tiempo recobré totalmente la vista. El especialista que me visitó,
registró maravillado la total recuperación del campo visual que ocurrió
misteriosamente.”
EL PERFUME LLEGA EN UN CARTA Y
SANA
Un
señor de Canicattì, Sicilia, Italia, cuenta:
“Al principio del año 1953, mi mujer fue afectada
por una grave forma de nefritis. Se encontraba en los primeros meses de
embarazo; y los médicos dijeron
que su vida y la del niño estaban en peligro. Ninguna cura era eficaz.
El 3 de mayo, yo estaba desesperado y escribí una carta al Padre Pío
suplicándole ayuda y sus ruegos.
Después de un tiempo, mi mujer
y yo al mismo tiempo, pero en habitaciones diferentes, olimos un
misterioso y agradable perfume de rosas. En aquel preciso instante, llamó a la
puerta de la casa, el cartero y nos entregó una carta, enviada desde el
convento de San Giovanni Rotondo.
En
la carta decía que el Padre Pío había rogado por mi mujer y por la criatura que llevaba en
su seno. Al día siguiente mi mujer, se hizo una prueba médica
en el laboratorio, la cual determinó que estaba curada”.
UNA OLA DE PERFUME EN LUGAR DE
UNA BOFETADA
Un
famoso abogado
devoto del Padre Pío cuenta:
“Un día en
yo estaba en la iglesia vieja del convento y participaba en la Santa Misa,
la larga y maravillosa Misa del Padre Pío. En el momento en que el
sacerdote elevó la Sagrada Hostia, me distraje pensando, y me quedé
de pie. Fui el único, entre toda la muchedumbre de fieles arrodillados
aparentemente irreverente.
De
repente fui sacudido por un penetrante y agradable olor de violetas que me hizo
volver a la realidad; y miré a mi alrededor, también me arrodillé; con la rodilla
en tierra pero sin pensar en el extraño perfume.
Como siempre, después de la función religiosa, fui
a saludar al Padre que me acogió con esta sorpresa: “Hoy estuviste un algo despistado”
“Usted
Padre, me ha despertado, dichosamente con su perfume”…
“¿Pero cuál
perfume? ¿Tú no quieres unas bofetadas?”
EL PERFUME PARA CUMPLIR UNA
PENITENCIA
Un
empleado siciliano, después de su conversión quiso confesarse con el
Padre Pio, quien le tuvo la mano derecha apretada entre las suyas.
El empleado cuenta que cuando llegó a Forma notó que la mano derecha tenía un perfume que
no tenía la izquierda. Fue el mismo perfume que él sintió cuando estuvo cerca
de Padre Pio. El perfume no desapareció tampoco cuando él se lavó las manos.
Puesto que el Padre Pio le dio
una penitencia de dos meses de duración, en todo aquel período un idéntico
perfume le subió del pecho a la nariz y fue tan bonito que se sintió extasiado.
Algunas veces el perfume desaparecía y entonces él trataba de sugestionarse
para sentirlo, pero sin ningún resultado. Luego, acabada la penitencia, el
perfume se desvaneció.
Foros de la Virgen María
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