"Jesús les
contó una parábola para enseñarles que debían orar siempre y no desanimarse. Les
dijo:
- Había en un
pueblo un juez que no temía a Dios ni respetaba a los hombres. Y en el
mismo pueblo vivía también una viuda, que tenía planteado un pleito y que fue
al juez a pedirle justicia contra su adversario. Durante mucho tiempo
el juez no quiso atenderla, pero finalmente pensó: ‘Yo no temo a Dios ni
respeto a los hombres. Sin embargo, como esta viuda no deja de molestarme,
le haré justicia, para que no siga viniendo y acabe con mi paciencia.’
El Señor añadió:
- Pues bien, si
esto es lo que dijo aquel mal juez, ¿cómo Dios no va a hacer justicia a sus
escogidos, que claman a él día y noche? ¿Los hará esperar? Os digo que les
hará justicia sin demora. Pero cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará
todavía fe en la tierra?"
El evangelio de hoy nos habla de
la insistencia en la oración. Si aquél juez injusto escuchó al fin a la viuda,
con más razón lo hará Dios que es un padre bueno. Debemos orar para pedir que
venga cuanto antes el Reino.
Pero también podemos mirar la parábola desde
nuestra situación actual. En el evangelio, las viudas representan lo más
marginal de la sociedad. En nuestro tiempo son los pobres, los inmigrantes, los
despreciados, los abandonados. ¿No somos nosotros jueces injustos que desoímos
sus súplicas? ¿Hasta cuándo deberán protestar para que los tengamos en cuenta y
les hagamos justicia?
Nos quejamos del silencio de Dios. ¿Recordamos que somos nosotros, los que debemos ser la voz, las manos de Dios? Somos nosotros los que debemos hacer justicia. Y no, como por desgracia ocurre, porque los marginados insisten en sus peticiones, sino por amor, porque es a través nuestro que Dios puede repartir su amor a los hombres.
Nos quejamos del silencio de Dios. ¿Recordamos que somos nosotros, los que debemos ser la voz, las manos de Dios? Somos nosotros los que debemos hacer justicia. Y no, como por desgracia ocurre, porque los marginados insisten en sus peticiones, sino por amor, porque es a través nuestro que Dios puede repartir su amor a los hombres.
Enviat per Joan Josep
Tamburini
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