Existe una fábula muy antigua en la que se cuenta que un pájaro yacía
de espaldas en el suelo y tenía sus patas tiesas hacia el cielo. Pasó otro
pájaro por allí y le preguntó asombrado:
Por qué estás tumbado y
yaces de esa forma en el suelo? ¿Por qué tienes tus patas tan tiesas hacia
arriba?" Respondió el pájaro tumbado en el suelo:
Soporto el cielo con
ambas patas. Si las retirara, el cielo se derrumbaría, todo se vendría
abajo".
Apenas había dicho esto, se soltó de una encina, una pequeña hoja seca
que cayó al suelo, crujiendo, cerca del pájaro.
El pajarillo se asustó tanto, que preso de pánico, se puso
instintivamente de pie y batiendo las alas, con poderoso vuelo, abandonó su
actitud prepotente...
No obstante, el cielo... permaneció como siempre... en su lugar.
¡Por una hoja! ¡Por el ruido de una pequeña hoja de encina que le cayó
muy cerca... el pajarillo abandonó, de golpe, todas sus teorías, todos sus
discursos, todos sus argumentos y sus pretendidas seguridades que tantas
veces había proclamado!
Cuando llega la hora de la verdad, el tiempo de prueba, de una
enfermedad grave e irreversible, una desgracia familiar, la muerte de una ser
querido – como escribía J. M. de Segarra en la obra teatral “La herida
luminosa” en la que el médico- cardiólogo presencia, impotente, la muerte
de su hijo, jesuita por un fallo del corazón y dice-: “Es la hora de los
golpes”.
Quiérase o no, hay momentos en la vida, en los que, instintivamente,
nos impulsan a mover, a usar de nuevo, el poderío de nuestras alas: la fe y la esperanza. Y las alas no suelen fallar nunca para remontar el
vuelo... cielo arriba.
Es la fuerza de la verdadera humildad.
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José
María Alimbau
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