En los
Evangelios existe una doble referencia al tema de la virginidad. El primero es
el que se refiere a la madre de Jesús, María, en los libros de Mateo y de
Lucas, no así en cambio, en los de Marcos y Juan, tema que ha hecho correr ríos
de tinta y que no es objeto propiamente de este capítulo.
“El origen de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. […] Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel” (Mt. 1, 18-23).
“Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc. 1, 26-27).
Existe también una alusión clara de Jesús. Es aquella en la que aparentemente hablando de sí mismo, dice Jesús (en el Evangelio de Mateo y sólo en él, por cierto):
“Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que fueron hechos tales por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt. 19, 12)
Un afirmación que, referida en este caso a la virginidad masculina, podemos considerar la primera de naturaleza tal en la Biblia –en la Biblia cristiana, bien entendido, que añade el Nuevo Testamento al Antiguo, no a la Biblia judía que sólo recoge aquél-, la cual, como se sabe, en ninguno de sus epígrafes recoge exaltación alguna hacia derivada tal de la virginidad. Y que además, ni siquiera parece contener invitación ninguna a practicarla, sino una mera información de que algunas personas, por el Reino de los Cielos, lo hacen. La exégesis ha tendido de manera casi unánime a pensar que Jesús habla de sí mismo en ese pasaje, y aunque no parece que cuando Jesús pronuncia las palabras lo tenga en mente, ha servido también para ofrecer un argumento al celibato sacerdotal.
Y bien queridos amigos, que tengan Vds. un feliz domingo y que hagan mucho bien y no reciban menos. Nos vemos en la columna.
“El origen de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo. […] Todo esto sucedió para que se cumpliese lo dicho por el Señor por medio del profeta: Ved que la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel” (Mt. 1, 18-23).
“Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María” (Lc. 1, 26-27).
Existe también una alusión clara de Jesús. Es aquella en la que aparentemente hablando de sí mismo, dice Jesús (en el Evangelio de Mateo y sólo en él, por cierto):
“Porque hay eunucos que nacieron así del seno materno, y hay eunucos que fueron hechos tales por los hombres, y hay eunucos que se hicieron tales a sí mismos por el Reino de los Cielos. Quien pueda entender, que entienda” (Mt. 19, 12)
Un afirmación que, referida en este caso a la virginidad masculina, podemos considerar la primera de naturaleza tal en la Biblia –en la Biblia cristiana, bien entendido, que añade el Nuevo Testamento al Antiguo, no a la Biblia judía que sólo recoge aquél-, la cual, como se sabe, en ninguno de sus epígrafes recoge exaltación alguna hacia derivada tal de la virginidad. Y que además, ni siquiera parece contener invitación ninguna a practicarla, sino una mera información de que algunas personas, por el Reino de los Cielos, lo hacen. La exégesis ha tendido de manera casi unánime a pensar que Jesús habla de sí mismo en ese pasaje, y aunque no parece que cuando Jesús pronuncia las palabras lo tenga en mente, ha servido también para ofrecer un argumento al celibato sacerdotal.
Y bien queridos amigos, que tengan Vds. un feliz domingo y que hagan mucho bien y no reciban menos. Nos vemos en la columna.
Luis
Antequera
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