Este es el ferviente
deseo…, que siente un alma cuando te ha buscado vehementemente y te ha
encontrado. Esta alma está ya inmersa en el fuego de tu amor. Su vida cambia radicalmente
porque lo único que desea, su obsesión en esta vida, es buscar la forma de
poderte amar más, Ella mira atrás y se dice con San Agustín "Tarde te encontré estabas dentro de mí y yo
te buscaba por fuera". Pero ahora sé que estás
en mí, te siento porque sufro y gozo con las consecuencias de mi entrega a Ti.
Ahora todo ha cambiado, mis enfermedades, mis dolores, todos mis sufrimientos y
angustias se han transformado en escalones, para llegar cuanto antes a Ti
Mi vida ha cambiado, me has
dado la vuelta como se le da la vuelta a un calcetín. Todo comienza el día
aquel, en que te pedí que me ayudases a ser tuyo; desde aquel día, el tiempo
pasaba y yo pensé que como nada sucedía en la rutina de mi vida espiritual
íntima, pensaba que te habías olvidado de lo que te dije, pero ahora me doy
cuenta, de que me petición sin ser yo consciente de ello implicaba la
disminución de mi lastre material, para que las velas de mi parte espiritual,
las velas de mi alma se hinchase lentamente a tenor de tu divino soplo. Y ahora
navegando en las aguas profundas de tu amor, uno desea convertirse en pez y
ahondar lo más posible en tu amor. Desde luego que desde antiguo el fenómeno es
clásico; Uno sin darse cuenta, se
convierte en un insaciable amante, del amor de su amado.
Desaparecen las ansias de
mundanidad, los dioses que dominan esta mundanidad, el dios dinero, el deseo de
poder, los apetitos materiales que demandan nuestros cuerpos, remedando a Jorge
Manrique diré: Las dádivas
desmedidas, los edificios reales llenos de oro, las vaxillas tan febridas, los
enriques y reales del tesoro, os jaeces y caballos de su gente, y atavíos, tan
sobrados, ¿dónde iremos a buscallos?; ¿qué fueron, sino rocíos de los prados? Todo, las
glorias y éxitos pasados y también los sufrimientos se van poco a poco,
reduciendo al olvido, a un olvido que muchas veces está transformado en compunción, por razón del amor que se le
tiene a nuestro Amado, que todo lo transforma con su amor.
Señor, siento esos vehementes deseos que también debieron
de sentir muchos de aquellos que llamaste y respondieron a tu llamada. A ellos,
como al profeta Elías, el celo de tu casa los consumía: “Le fue dirigida la palabra de Yahveh, que le dijo:
¿Qué haces aquí Elías? 10 Él dijo: « Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot,
porque los israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y
han pasado a espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para
quitármela.11 Le dijo: Sal y ponte en el monte ante Yahveh. Y he aquí que Yahveh
pasaba. Hubo un huracán tan violento que hendía las montañas y quebrantaba las
rocas ante Yahveh; pero no estaba Yahveh en el huracán. Después del huracán, un
temblor de tierra; pero no estaba Yahveh en el temblor. 12 Después del temblor,
fuego, pero no estaba Yahveh en el fuego. Después del fuego, el susurro de una
brisa suave. 13 Al oírlo Elías, cubrió su rostro con el manto, salió y se puso
a la entrada de la cueva. Le fue dirigida una voz que le dijo: ¿Qué haces aquí,
Elías? 14 El respondió: Ardo en celo por Yahveh, Dios Sebaot, porque los
israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y han pasado a
espada a tus profetas; quedo yo solo y buscan mi vida para quitármela”.(1R 19,10-14).
Aparecen unos nuevos
sentimientos y deseos, antes desconocidos, que les impulsan a nuestra voluntad
en forma muchas veces irresistible. Es “el celo de la casa del Señor”, su amor es el que nos mueve
a amar más a los demás, cosa que antes no le dábamos la importancia que tiene,
porque cada persona que pasa ahora por nuestro lado, sea esta pobre o rica, uno
no distingue, y todos nuestros semejantes, han dejado de ser ya un escalón. que
antes utilizábamos para subir más alto, en el antiguo pedestal de nuestra
soberbia.
El crucifijo, símbolo
de tu amor a nosotros, símbolo de tu agonía en Getsemaní, de tu flagelación en
el Torre Antonia, de tu humillante coronación para ridiculizarte, del peso de
tu cruz en la Vía dolorosa, camino del calvario, donde te esperaba tu cruz, que
ahora el que te ama desea que ella sea suya también, desea compartir tu ¡s
angustias, tu dolores materiales y espirituales que son los más duros, porque
los materiales si se te ama de verdad se convierten por la fuerza del gozo de
compartirlos contigo.
Si es piensa en Ti a
todas horas, mirar el crucifijo, es mirarte a ti no solo con los ojos de
nuestra cara sino espiritualmente con los ojos de nuestra alma, porque llevados
de ardor del fuego de tu amor a Ti, se sientan destellos de tu luz divina que
es la que permite ver a los ojos de nuestra alma.
Tú Madre, María Santísima y
el crucifijo son símbolo por excelencia expresiones de tu amor a nosotros que
son los elementos que esta alma que Tú me diste, ahora t ama como nunca pudo
imaginar. Orar a ti sin mirarte en la cruz, es desconocer la fuerza de tu amor
que sin nada a cambio, se lo das a todo el que te mira. No desperdiciemos nunca
la fuerza espiritual de una mirada a un crucifijo este donde este. Mirar un
crucifijo es recordar el misterio de nuestra redención de las garras de satanás.
De la misma forma que satanás odia y teme al crucifijo, al que lo ama nunca no
tiene miedo. San Juan evangelista nos dejó escrito: "19 quien teme no ha
llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amamos, porque él nos amó primero”. (1Jn
4,19). El amor
ahuyenta el temor y por su puesto el odio
El Señor nos dejó dicho: “…, si alguno quiere venir
en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y me siga”. (Mt 16,24). La locura del amor a la cruz
comienza mirándola con amor y si ello se realiza continuamente, porque quien se
enamora de la cruz, está entregándose al amor del crucificado. San Juan
Damasceno decía que: “Existe una experiencia privilegiada de la oración en
la que a fuerza de mirar el rostro de Cristo con los ojos del cuerpo, en una
imagen o en el crucifijo, se termina viéndole con los ojos del corazón: “Por
medio de mis ojos carnales que miran el icono, mi vista espiritual se sumerge
en el misterio de la encarnación”,
El
Santo cura de Ars, decía: “Nada nos hace tan parecidos a Nuestro Señor como llevar su cruz, y
todas las penas son dulces, cuando se sufren en unión con El” y añadía: “¡Que agradable es morir, cuando se ha vivido
sobre la cruz!”. Y
San Agustín: “Dice San Agustín que los amadores del Crucifijo viven en paz y mueren
con alegría”. Se
puede estar seguro de que quien mira un crucifijo con amor, con amor será
premiado.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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