miércoles, 21 de enero de 2015

HERMANO LOBO


No les pido a mis amigos que piensen como yo. Eso se lo pido sólo a mis libros. Los católicos, por lo general, aceptamos la diversidad porque sabemos que el guijarro es el responsable de que el remanso se engalane con círculos concéntricos. Por eso, porque nos sabemos complementarios, no despreciamos a nadie. El laicismo, por el contrario, emplea un discurso totalitario disfrazado de tolerancia para combatir la fe con buen talante. Como el que utiliza Ramón Lobo en un artículo en el que recurre al manido análisis progresista que cataloga a los pontífices por su obra social en lugar de por su vinculación al cielo.

El periodista aclara que sólo le han gustado tres papas, dos de los cuales se dan por descontados porque salen en todos los sobres sorpresa de la izquierda: Juan XXIII y Francisco. El tercero es Anthony Quinn, protagonista de Las sandalias del pescador, de modo que es posible que haya sopesado también la posibilidad de citar a Richard Chamberlain por su papel en El Pájaro espino.

Ignoro el motivo por el que este adalid de la progresía no ha incluido entre sus preferidos a León XIII, cuya encíclica Rerum Novarum puso a los caciques en su sitio, pero sé que si ensalza a Francisco es para criticar el supuesto conservadurismo de la Santa Sede, lo que hace suponer que Rajoy convoca en El Vaticano a sus barones para la reunión de maitines. Y ya que estamos en el ámbito del cliché, Lobo, aunque se declara ateo, debe creer también que San Josemaría está sentado a la ultraderecha del Padre.

Javier López

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