Lo que Cristo nos da, se multiplica dándolo
La liturgia de estos días nos va introduciendo, paulatinamente, en la
necesidad de la vigilancia, de la espera activa, ante el regreso del Señor al
final de los tiempos. En este domingo, el evangelio de San Mateo nos presenta
la parábola de los talentos. Es importante observar los personajes que aparecen
y el papel que a cada uno le asigna Jesús. El primero que entra en escena es
aquel que se ausenta dejando un encargo a sus empleados: representa a Cristo
mismo. Él está en disposición de dejarles unos dones, unos talentos. Éstos son
las cualidades naturales que poseen aquellos hombres, pero al ser Cristo quien
se los entrega, simbolizan también aquellos dones que el mismo Señor Jesús nos
ha dejado para hacerlos fructificar: «Esto nos dice -explica el Papa Francisco-
que la espera del retorno del Señor es el tiempo de la acción -nosotros estamos
en el tiempo de la acción-, el tiempo de hacer rendir los dones de Dios no para
nosotros mismos, sino para Él, para la Iglesia, para los demás; el tiempo en el
cual buscar siempre hacer que crezca el bien en el mundo» (Audiencia general:
24-4-2013).
Desde esta perspectiva, podemos valorar bien la reacción del señor
cuando regresa a pasar cuentas con ellos, en especial con el que no fue capaz
de aportar nada nuevo. El oyente se siente tentado a considerar justo el
razonamiento del siervo e injusta, por el contrario, la pretensión del amo. Es
la misma reacción que surge frente a otras parábolas; por ejemplo, en la
parábola en que se habla del amo que da la misma paga a los obreros que han
trabajado sólo una hora (véase Mt 20, 12), o en la parábola del hijo pródigo,
cuando no se hace fiesta por el hijo que quedó en casa (véase Lc 15, 29-30).
Jesús quiebra una vez más nuestra lógica y se sitúa en la perspectiva
del amor, que no sabe de cálculos, pero tampoco de miedo. Dios nos cambia el
paso: por eso perdona a los pecadores, festeja la vuelta del hijo pródigo y
paga a los últimos obreros como a los primeros. Y de ahí viene su exigencia a
los empleados. El siervo, es decir, cada uno de nosotros, no debe poner límite
a su servicio, porque el amor no tiene límites. Ni debe temer correr riesgos,
porque el amor no sabe de temores. Hemos de negociar con los talentos recibidos
de Dios, personalmente y como Iglesia. No importa si se han recibido muchos o
pocos talentos, lo importante es que ninguno de ellos permanezca ocioso, sino
que se ponga enteramente al servicio de Dios, de la Iglesia y de mis hermanos
los hombres. Nadie es tan pobre que no tenga algo que dar a los demás. «Y en
particular hoy -dice también el Papa-, en este período de crisis, es importante
no cerrarse en uno mismo, enterrando el propio talento, las propias riquezas
espirituales, intelectuales, materiales, todo lo que el Señor nos ha dado, sino
abrirse, ser solidarios, estar atentos al otro». En este sentido, rico no es el
que más tiene, sino el que más da, el que ofrece lo que tiene como don para los
demás. Sí; lo que Cristo nos ha dado se multiplica dándolo.
Por eso, el cristiano no puede acobardarse ante el mundo y ante la vida,
porque su ejercicio es el amor; porque su vida ha pasado, de las tinieblas, a
la luz; él es hijo de la luz y vive en el amor y el amor es donación, el amor
es valentía, el amor es entrega sincera de sí sin límites.
+ Carlos Escribano Subías
obispo de Teruel y Albarrací
obispo de Teruel y Albarrací
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