El tiempo como todo lo que existe…, lo conozcamos o no hayamos nunca
tenido noticias de su existencia, es una creación de Dios, porque todo lo ha
creado Él. Nosotros solo tenemos conocimiento de la existencia, de un orden
superior, denominado espiritual y un segundo orden creado por Dios mismo que es
Espíritu puro. Puede ser que existan otros órdenes que no conocemos, pues Dios
es omnipotente creador de todo. Todo lo que pertenece a este orden de segunda
categoría llamado orden material, está por debajo del orden primordial de Dios
que es el orden espiritual. Porque fue Dios, orden superior el que creó el
orden material inferior.
Nosotros disponemos de los dos órdenes; en cuanto tenemos un alma
espiritual inmortal y un cuerpo material caduco o mortal. La inmortalidad es la
negación de la caducidad. La caducidad es el retorno a la nada de donde salió
para ser creado, cuando Dios determinó su creación. El tiempo es una medida que
fija la existencia de materia, entre su creación y su vuelta a la inexistencia
a la nada de donde Dios la sacó. Y esto es aplicable lo mismo a una bacteria o
virus, como a un astro tan grande o más que el sol que nos alumbra. Las leyes de
la creación divina son inexorables y todas se cumplen y se, nos guste o no su
realización.
Todo lo que es material desaparecerá, todos nuestros cuerpos materiales
desaparecerán, Este mundo tan maravilloso que contemplamos, llegará un día en
que desaparecerá subsumido por un agujero negro, empleando la terminología de
los astrónomos. Todo desaparecerá. Y uno se pregunta: ¿Cuándo desaparecerá el
mundo y desaparecerá mi cuerpo, que tanto estimo y amo yo? Mirándolo fríamente,
es una tontería especular sobre este cuando, por muy variadas razones. La
primera es que a nadie de las personas actualmente existentes, nos va a afectar
la desaparición del mundo, porque no vamos a ser testigos de ello. Al menos eso
me dice mi lógica, aunque esta también me puede fallar. En segundo lugar aunque
nos afectase, nada estaría en nuestras manos hacer para evitar el evento, pues
como ya antes hemos escrito, las leyes de Dios son inexorables. En tercer lugar
no hemos de olvidar que Dios al igual que nuestra alma vive en la eternidad; lo
cual determina que Dios no tiene prisa para nada, Él vive en la eternidad y
precisamente el tiempo es un don suyo que Él puede ampliar acortar o inclusive
suprimir en cualquier momento de nuestras vidas.
Pero no nos asustemos por recordar esta realidad. Dios nos ama a todos y
cada uno de nosotros, de una forma muy especial. Mientras estemos con vida, es
decir, mientras nuestro tiempo particular de vida esté vigente, todos tanto los
que le amamos profundamente, como los que le aman superficialmente, como
aquellos a los que el amor de Dios lo desconocen y aquellos otros que es peor,
pues no solo lo desconocen sino que aborrecen de él. A todos les cabe la
posibilidad mientras anden por este mundo de ir al amor de Dios o inclusive apartarse
de él.
Y esto es así, porque Dios desea vehementemente salvar todas nuestras
almas, todas han sido creadas por Él y a todas las ama inclusive, a las que le
aborrecen. Pero el amor, para que se dé su existencia, exige una reciprocidad,
entre ambas partes. Dios es una parte sobre la que no hay duda alguna de que
nos ama. “16
Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para todo el que
crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna; 17 pues Dios no ha
enviado a Hijo al mundo para que juzgue al mundo, sino para que el mundo sea
salvo por El”. (Jn 3,16-17).
Aquí hemos venido y estamos para superar una prueba de amor a Dios, para
demostrarle amándole que somos dignos hijos de su amor. Para ello disponemos
del tiempo que Él al crearnos nos ha donado, porque el tiempo es un don, un don
de amor de Dios a cada uno de nosotros. Por ello, escribía San Pablo a los
gálatas: “…,
a su tiempo cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente mientras hay
tiempo hagamos el bien a todos”. (Gál. 6, 9-10). Sepamos aprovechar debidamente el tiempo que Dios nos ha
donado, porque cuanto más amor seamos capaces de demostrarle a Dios, cuán
grande es nuestro amor a Él, llegado el fin de nuestro tiempo, recibiremos
mucho más de lo que podemos imaginar: 29 Y todo el que dejare
hermanos o hermanas, o padre o madre, o hijos o campos, por amor a mi nombre,
recibirá el céntuplo y heredara la vida eterna”. (Mt 19,29).Actualmente escapa a la limitación de nuestras mentes, que es lo que nos
espera: Por ello San Pablo que tuvo una visión, tal como él mismo nos dice: “Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni la mente del
hombre, pudo imaginar, cuales cosas tiene Dios preparadas para los que le
aman”. (1Co 2, 9).
Nosotros no hemos sido hechos para el tiempo sino para la eternidad.
Solo nuestro cuerpo está hecho para el tiempo, el no conocerá la eternidad, es
nuestra alma la que es eterna y son sus ojos, no los materiales de nuestro
cuerpo, serán los que contemplarán el Rostro de Dios. Nuestro tiempo de vida
está tasado, no sabemos cuándo acaba, pero si sabemos con seguridad que
acabara. Por ello no podemos desperdiciar ni un instante de nuestro tiempo, no
podemos malgastarlo porque él es un don divino, nuestro tiempo tal como dice un
viejo refrán, es: “la sustancia de
la que está hecha la vida”.
La oración, como elemento demostrativo por nuestra parte del amor que le
tenemos a Dios, necesita las tres eses: Silencio, soledad y sosiego, pero
además fundamentalmente exige la perseverancia. Si no se persevera en la
oración esta se debilita, la oración para ser efectiva tiene que ser
perseverante. Pero la perseverancia, para poder dar consistencia a la oración,
necesita a su vez del tiempo. Si no se dispone de tiempo, la perseverancia
podrá ser un deseo insatisfecho pero no una realidad. Por ello siempre
cualquiera que sea nuestra edad hemos de apresurarnos, porque como dice San
Agustín: “Todo lo que tiene fin es siempre breve”.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que
Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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