A Mí me lo hicisteis
Celebramos la fiesta de Jesucristo, Rey del Universo, con la que
concluimos el año litúrgico. El prefacio de la Misa de hoy enumera, de manera
muy elocuente, los puntos de apoyo a la hora de construir el reino de Dios: «Un
reino eterno y universal; el reino de la verdad y la vida, el reino de la
santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz».
El Evangelio que se proclama en esta celebración nos da pistas muy
sugerentes para poner en marcha ese modelo de Reino del que Jesucristo es Rey y
Juez. Escuchamos el final del capítulo 25 de San Mateo, el llamado Juicio de
las Naciones. Aquel que va a juzgar se presenta como un pastor que juzga su
rebaño y separa las ovejas de las cabras. La figura del pastor irrumpe en este
texto, y se ve iluminada por la descripción que del mismo ha hecho Ezequiel en
la primera lectura: el pastor ha buscado a sus ovejas, las ha cuidado y ha
hecho todo lo que estaba en su mano para darles la oportunidad de recuperarse,
aunque en su momento se hubiesen perdido. Es lo mismo que hace Dios con
nosotros, y con todos los hombres, incluso con los que no le han conocido. A
pesar de las dificultades de la vida, de nuestras múltiples pérdidas del rumbo
adecuado, de olvidar la presencia de Dios en nuestro caminar, Él siempre sale a
nuestro encuentro. Y lo hace de una forma práctica y asequible para todos: a
través de los hombres nuestros hermanos y, en especial, de los más pobres.
La pregunta que Dios formula a Caín, en el libro del Génesis, después de
dar muerte a Abel: «¿Dónde está tu hermano?», Dios la sigue pronunciando y se
convierte ahora en camino para redescubrir su rostro. Esa pregunta se ha
proyectado en la Historia y seguirá resonando hasta el final de los tiempos. Es
una exigencia al corazón del creyente, para que éste se abra y se preocupe de
manera consciente y responsable de las necesidades de todos los hombres: yo
debo ocuparme de los que sufren, de los que pasan hambre..., no puedo
permanecer indiferente ante ellos.
Pero la grandeza de esta propuesta está, como indica el propio Jesús, en
descubrir al mismo Dios en el encuentro con el hermano que sufre. Muchos santos
lo han vivido así en la historia de la Iglesia, entendiendo de manera lúcida y
vinculante la propuesta que en esas palabras se contiene. Permitidme que haga
mención de una mujer, una sencilla religiosa, que vivió en el siglo XX y se
convirtió en icono vivo de este texto evangélico: la Beata Teresa de Calcuta.
Ella hacía mención muchas veces del pasaje del Juicio de las Naciones y lo
explicaba de una manera muy gráfica que exponía a sus oyentes en distintos
encuentros. Extendía la mano izquierda y tocaba, uno tras otro, con el dedo
índice de la derecha los cinco dedos extendidos. Al tocar cada uno, iba
pronunciado una palabra: A-Mí-me-lo-hicisteis.
Una magnífica invitación para no olvidar, como creyentes, que al final
de la vida seremos examinados en el amor. Un amor que debe expresarse en
nuestro encuentro con los demás y, en especial, con los más necesitados. ¡Estamos
construyendo el reino de Dios!
+ Carlos Escribano Subías
obispo de Teruel y Albarracín
obispo de Teruel y Albarracín
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