He escrito ya varias glosas…, a lo largo de los varios años, que llevo
escribiendo en esta revista, concretamente, desde el día en que ella salió a la
luz por primera vez., glosas referidas a algo muy transcendente en la búsqueda
de Dios, por el alma que escoge este camino de búsqueda. Si persevera en su
búsqueda, es porque sin ser consciente de ello, ya ama a Dios y el que lo ama
siempre lo encuentra, Buscar, amar y encontrar, y con el encuentro vendrá la
entrega a Él.
Pero hay una peculiaridad en estas tres fases y es que, ellas no son
escalones o etapas que concluyen cuando se alcanza la siguiente fase, porque el
que busca a Dios no acaba nunca de encontrarlo. Dios es infinito y el amor a
Él, lanza al alma enamorada a continuar su búsqueda mientras se encuentra en
esta vida. Es imposible a un ser humano limitado como somos todos nosotros,
llegar a la plenitud de Dios. Una de las características del amor es el deseo
de profundizar en el conocimiento del ser querido. Y este deseo de conocimiento
de Dios, nos mantiene siempre vivo el deseo de buscar a Dios.
En la búsqueda de Dios, el ser humano impulsado por ese sentido
antropomórfico que tenemos, este nos lleva a cada persona a buscar a Dios fuera
de uno mismo. San Agustín en su libro de sus confesiones escribió: “Tarde te hallé,
estabas dentro de mí y yo de te buscaba fuera”.
Estas, consideraciones nos ponen de relieve
la importancia del tema de la Inhabitación Trinitaria en nuestras almas.
Al recibir el sacramento del bautismo, entre los varios importantes
dones que recibimos, se encuentra como el más grande de ellos, la inhabitación
trinitaria. ¿Y qué es la Inhabitación Trinitaria?, para mejor comprender la
Inhabitación de la Santísima Trinidad en nuestras almas. Hagamos una ligera
referencia al más principal de todos los misterios, que es el de la Santísima
Trinidad. Así el parágrafo 234 de nuestro Catecismo nos dice que: "El
misterio de la Santísima Trinidad es el misterio central de la fe y de la vida cristiana.
Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros
misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental
y esencial en la “Jerarquía de las verdades de fe" (DCG 43). “Toda la
historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los
medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo,
se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une
con ellos" (DCG 47)”
Y en el parágrafo 253, del catecismo se nos aclara que la Trinidad es
una. Solo hay un Dios y tres personas divinas que de acuerdo con el principio
de la “circumincesión intra trinitaria”,
donde se halle una de las tres personas están también las otras dos. Las
personas divinas no se reparten la única divinidad, sino que cada una de ellas
es enteramente Dios: “El Padre es lo mismo que es
el Hijo, el Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el
Espíritu Santo, es decir, un solo Dios por naturaleza. Cada una de las tres
personas es esta realidad, es decir, la sustancia, la esencia o la naturaleza
divina.
Cuando una persona bautizada ama al Señor, es decir está libre de todo pecado
mortal, y si lo ha tenido, se ha confesado de él, puede estar segura que ella
es un templo vivo de Dios. La Santísima Trinidad inhabita en su alma. Así nos
dejó dicho el Señor: “Si alguno me ama, guardará mi
palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y en él haremos morada”. (Jn 14,23). Para esta alma la gracia divina está
plenamente a su disposición.
Para el teólogo dominico
Royo Marín O.P. “Tres son las
principales finalidades de la inhabitación de la Santísima Trinidad en el alma
justificada por la gracia santificante:
1.- Hacernos participantes de la vida íntima de Dios.
2.- Constituirse Dios en motor y regla de nuestros actos.
3.- Darnos el goce fruitivo de las divinas personas”.
1.- Hacernos participantes de la vida íntima de Dios.
2.- Constituirse Dios en motor y regla de nuestros actos.
3.- Darnos el goce fruitivo de las divinas personas”.
Pero la inhabitación trinitaria y la gracia santificante, tal como nos
señala Royo Marín, son elementos estáticos, no dinámicos; se ordenan al ser, no
a la operación. Y en cuanto a las virtudes infusas y dones del Espíritu Santo,
son, ciertamente elementos dinámicos, pero no pueden dar un solo paso sin el
previo empuje de la gracia actual, que es, repetimos, como la corriente
eléctrica que pone en movimiento a una gigantesca maquinaria”.
Son muchos los bautizados que habitualmente se mantienen en gracia divina,
y sin embargo no son conscientes, de su capacidad espiritual ya que tienen un
alma inhabitada continuamente, en todos los momentos de su vida, por Dios
trino. Esto tal como nos dice el dominico Royo Marín, no es un bien espiritual
dinámico, sino que es estático, es una situación de hecho que le permite gobernar
su vida espiritual con una plenitud de dones y frutos proporcionados por el
Espíritu Santo.
Poniendo un parangón a lo anterior, es como si se tratase de un coronel
o general que potencialmente tiene la capacidad suficiente para dar órdenes a
cientos de oficiales y suboficiales que pondrán en marcha todo un regimiento o
una división de 20.000 personas entre tropa y oficialidad. El general tiene la
capacidad para actuar, pero si no actúa de nada le valdrán sus títulos
condecoraciones, entorchados y fajín del generalato, pues será derrotado y lo
aniquilará el enemigo. Y si sobrevive a la debacle, entonces serán sus propios
superiores los que le forman un consejo de guerra.
Tenemos una capacidad de actuar que Dios nos ha regalado en el bautismo,
y esta capacidad hay que utilizarlo y no quedarnos sentados esperando que se
nos regale la vida eterna. Ya nos advirtió el Señor cuando nos dijo. “26 “Os digo que a todo el que
tiene, se le dará; pero al que no tiene, aun lo que tiene se le quitará” 27 “Pero a aquellos enemigos
míos, los que no quisieron que yo reinara sobre ellos, traedlos aquí y matadlos
delante de mí”. (Lc
19,26-27). Duras
palabras son estas las del Señor, pero claras y reales.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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