Sin duda la sexualidad es un don
de Dios para un fin concreto de primer orden. Y la sexualidad rectamente vivida
puede ser una fuente de amor y fidelidad. O diría mejor, si brota de estas
fuentes –amor y fidelidad-, la sexualidad puede hacer al hombre feliz. Pero el
sexo ha sido prostituido, yo diría que desde siempre, pero en la actualidad en
proporciones alarmantes.
El canonista Joan Carreras, en
uno de sus libros siempre muy sugerentes –“Las bodas: sexo, fiesta y derecho”- afirma: Basta con encender
la televisión a cualquier hora del día para darse cuenta de que el sexo
constituye uno de los principales bienes de consumo de la cultura occidental.
Se ha abatido los tabúes que ocultaban la sexualidad detrás de un denso velo de
silencio y misterio. Hoy parece que se puede saber todo acerca de la
sexualidad. Y además está al alcance de todos. Hasta tal punto es así que el
mercado del sexo está ya en vías de saturación y no parece que se pueda decir
nada nuevo y verdaderamente interesante sobre el tema (Pág. 105).
Desde el célebre mayo francés,
parece que el sexo ha ocupado el lugar del seso, y el hombre moderno, joven o
mayor, se ve afectado por esa revolución sexual que intenta liberar a la
humanidad de un tabú que ha tenido a todos encadenado a unos principios morales
trasnochados, inhumanos, ridículos, anticuados, impuestos por las religiones
que ven al hombre solo desde el ángulo del pecado. Es decir, para esta
corriente que hoy está en plena calle, como los perros y los gatos
asilvestrados, el sexo ha pasado de ser un pecado a ser un derecho y una práctica
propia del hombre libre.
Naturalmente en todo esto hay que
poner un poco de cordura. La sexualidad ha entrado en el campo de la justicia
y, como afirma J. Carreras, la legislación sobre el tema va en aumento, y quizá
algún día veamos promulgado un “Código de Derecho sexual”. Se habla hasta la
saciedad del derecho a las uniones de hecho, a la práctica de la
homosexualidad, a los matrimonios entre personas del mismo sexo, al divorcio
por “agotamiento” del amor, a la práctica del aborto, a la proliferación del
uso de anticonceptivos, a la promiscuidad entre adolescentes, a la convivencia
entre parejas antes de contraer matrimonio, etc.
Como decíamos al principio no hay
programa o película, incluso publicidad, que no lleve consigo una carga
importante de sexualidad. Y es que el ser humano, por muy poco avispado que
sea, ha descubierto que el sexo es un aliado infalible del poder y del dinero.
La política, y la prosperidad material, suelen ir muy cogidas de la mano de una
sexualidad descarada y ofertada como conquista del progresismo. Y todo ello
está en el origen del desorden y la violencia de género. Desde siempre la
psicología ha considerado el desorden sexual como fuente de violencia. Cuando
el ser humano pierde el control racional ofuscado por la pasión desordenada,
diríamos que embrutecida, ya no le importa nada más que conseguir lo que
pretende. Los animales salvajes luchan ferozmente por el derecho de
apareamiento. Y hoy estamos siendo testigos de crímenes pasionales que nos
indignan, pero que no nos hacen pensar demasiado en el origen de los mismos.
El sexo se ha convertido en un
arma política, en un medio de control social. El artículo que publicaba Juan
Manuel de Prada en el último XL Semanal, lo deja bien claro. Citando a Ortí
Bordás recoge algunas de las ideas que expone en su libro “Oligarquía y
sumisión” , en donde viene a decir que esta forma nueva de control social o
dominación de las conciencias que ya no actúa, como en los totalitarismos
clásicos, allanándolas y forzándolas, sino moldeándolas a su gusto,
adaptándolas complacientemente a los paradigmas culturales y políticos
vigentes, y reduciendo los pueblos a la categoría de rebaños gustosamente
esclavizados, está consiguiendo –prácticamente ha conseguido-, que la sociedad
se mantenga en los cauces de los políticamente correcto, y que los programas de
los partidos vengan a coincidir en lo mismo: lo que importa es la economía del
rebaño, y que cada cual haga de su capa un sallo.
No importa si los niños son
escandalizados, si gran parte de la juventud ande apareándose en cualquier
momento y lugar, que las parejas programen su relación al margen de la familia,
que nazcan pocos niños, o ninguno, que el aborto sea un derecho, que abunden en
cualquier esquina ofertas de preservativos, que la mujer quede degradada y el
hombre se salga con la suya, que el repudio esté a la orden del día… Como bien
dice de Prada: se permitirá al rebaño rebelarse contra los abusos del
sistema financiero, siempre que no deje de reclamar aborto y demás derechos de
bragueta; pues el Nuevo Orden Mundial sabe bien que el mejor modo de saquear a
la gente y así abastecer mejor los mercados financieros consiste en exaltar la
lujuria y prohibir la fecundidad, para que la gente no tenga hijos y el expolio
que sufre no lo perciba como un atentado contra su prole.
El tema
es de una actualidad agresiva. Merece tratarlo más ampliamente. Tal vez lo
hagamos, porque los políticos siguen utilizando el sexo como atractivo de su
programa progre.
Juan
García Inza
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